Fui a bañarme y me quedé un buen rato bajo el chorro de agua. Sabía que en otras partes del mundo el agua era un privilegio, pero sentía cada músculo de mi cuerpo tan tenso, que tenía miedo de hacer un movimiento repentino y partirme al medio.
Respiré profundo y aunque lo evité, aunque cerré los ojos con fuerza y me repetí mil veces lo tonta que era, las lágrimas corrieron libres por mi cara como una corriente de lava hirviendo; calientes, silenciosas y destructivas.Tapé mi boca con una mano para ahogar el sollozo que quería salir de alguna parte de mi pecho y sentí como si me ahogara en mi propio lamento, en todo lo que había tratado de reprimir.
Según la tercera ley de Newton, todo lo que uno haga contra un objeto este te lo devolverá con la misma intensidad. Había intentado con todas mis fuerzas empujar hacia abajo mis sentimientos. Me había sepultado a mí misma en toneladas de libros, trabajos y prácticas con tal de no pensar en ninguna otra cosa. Dormía lo necesario, me alimentaba con comida saludable y alguna que otra no tan saludable para mantener un buen peso y no salir como una pelota de playa después de los nueve meses.
Todo había sido un ingenuo intento para ocultarme de lo que ya sabía.
A pesar de todos mis esfuerzos por fingir que lo había superado, a pesar de todas mis ganas de que su nombre ya no me afectara, incluso con todos mis intentos de hacer lo correcto y querer que al menos sepa de la existencia de mi pequeño; nada había resultado, nada había sido suficiente porque la verdad sea dicha, yo no lo era. Y si hablábamos de verdades, la que más me atormentaba era esta: todavía lo amaba.Y me sentí estúpida, débil por seguir enamorada de la persona que me había usado como trapo de piso mientras le era útil, y cuando yo no lo fui, me desechó de la misma forma que se desecha la basura. Me sentí enferma por amar a alguien tan egoísta, alguien que creía que mis intentos por comunicarme con él se debían nada más que por algo tan burdo como la plata.
No sé por qué me dolía tanto, si de hecho no tendría que haberme sorprendido. Pero el detalle de que duela me decía que una parte de mí, una callada y cínica parte de mí, tenía todavía la ínfima esperanza de que tal vez él se arrepintiera, me llamara y me pidiera que lo intentáramos una vez más, que seamos una familia, que formemos un hogar. Una esperanza que había muerto en el segundo en que abrí el correo y entendí que él no se arrepentía de su decisión, que lo más probable es que haya pensado la idea desde hace un tiempo y cuando encontró el momento perfecto, lo hizo y ya está. Sin mirar atrás.
Dejándome a mí en el camino como quien deja un par de medias olvidadas en un hotel que no pensaba volver a visitar jamás.Usada, rota e ilusa, así me sentía mientras permitía que el agua lavara mis lágrimas y el ruido camuflara mi llanto. Miré hacia mis pies e imaginé que mi corazón se rompía, que las lágrimas se teñían de la sangre que se filtraba por las heridas de este y salían a través de mis ojos. Imaginé que el desagüe se llevaba toda el agua, y cada ilusión que me había atrevido a mantener por pura terquedad.
Al final, cuando mis dedos y mi cuerpo se veían tan arrugados como se sentía mi corazón, salí de la ducha, me cambié despacio, y después de decirle a Anita que no me sentía bien, me tapé con las sábanas hasta la cabeza. Suspiré y entendí cuál era mi mayor dolor en ese momento, lo que más me afectaba era finalmente aceptar que mi hijo no tendría a quién llamar papá, no tendría a nadie con quien jugar a la pelota si es que le gustaba, o hablar de jugadores, de deportes. No tendría quién le enseñe a afeitarse por primera vez, ni quien lo lleve a pescar un fin de semana de hombres. Nadie le explicaría los efectos de la pubertad, cómo tratar a las chicas, como vestirse para su primera salida. Si era nena, ¿quién la llamaría princesa de papá? ¿Quién la celaría y actuaría sobreprotector cuando le guste a un chico? Nadie le iba a explicar lo que los hombres piensan de verdad.
¿Quién la llevaría del brazo al altar cuando se casara?
ESTÁS LEYENDO
Más de lo que ves © [EN EDICIÓN]
General Fiction«Hay personas que nacen y uno sabe que serán grandes. Esa clase de personas que no hace falta ser un genio para notar la grandeza que les espera. A veces pienso que Sergio era uno. Al extremo opuesto de esa línea, estaba yo. Son por esas cuestione...
Capítulo 12: un adiós por lo que viene
Comenzar desde el principio