PROLOGO

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Cuenta la historia de mi gente, que hace casi cien años, un científico llamado Nolan Keir, apenado por el llanto de su hija cuando su gato Gus, de apenas cuatro meses, murió, invirtió todo su tiempo y dinero para encontrar una manera de saber cuándo y cómo morirían nuestras mascotas. Según creía, el conocer la fecha exacta de la muerte nos ahorraría muchas lágrimas y pesar.

Tras muchos estudios, ensayos y pruebas de laboratorio, y gracias a la inversión de una popular empresa que se interesó en el proyecto, se consiguió crear unos nanorobots de diagnóstico, basados en un virus común, que permitían saber la fecha exacta de la muerte de los animales domésticos analizando su ADN.

El proyecto Caducity empezaba a ser una realidad.

La técnica era muy simple, bastaba con inyectar una solución gelatinosa en la sangre de los animales recién nacidos y, con un escáner especial pasado por las lumbares pocas horas después, se revelaba una marca, un código alfanumérico que contenía la información cifrada de la fecha y causas naturales de la muerte.

A pesar de que la medida no gustó nada a los conservadores y ecologistas, se puso muy de moda entre las familias adineradas y, poco a poco, como suele pasar con estas cosas, tras varios años, todo el mundo sabía con exactitud cuando fallecería su perro, gato, pez o canario.

La aceptación fue tal, que varias empresas vieron el negocio en Caducity y empezaron a implantar la venta de mascotas con contrato de compromiso. Aquello significaba que si una persona deseaba un perro, pero no sabía si se adaptaría a sus necesidades o si sería la mejor mascota para su hijo, bastaba con adquirir un cachorro con compromiso de un año, aunque para los más decididos existían contratos de dos, cinco y quince años.

Por supuesto, había cláusulas donde las empresas no se hacían responsables de que un coche atropellara al perro o que el animal saltara por el balcón, en el caso de ser un gato. Pero, la muerte natural estaba clara y los accidentes eran poco comunes y una vez pasado el plazo estipulado, el animal moría tal y como había pronosticado Caducity, sin dramas excesivos y sin sorpresas. Estaba todo muy... calculado.

Al poco tiempo, un terrible accidente tuvo lugar cuando, encontrándose en pleno rodaje de una película, una actriz embarazada de pocas semanas, fue atacada por un perro lobo de su propiedad que, al parecer, perdió la cordura.

Los ecologistas y los más conservadores, dijeron que lo que pasó fue un castigo de la madre naturaleza y, aunque los científicos en un principio lo negaron, de alguna manera, los nanorobots de Caducity pasaron a la sangre de aquella mujer que, poco después, dio a luz a un precioso y sano bebé, aparentemente normal.

Los años transcurrieron y mis antepasados aceptaron con normalidad los contratos de Caducity, pero treinta años después, el hijo de aquella actriz, concibió con su esposa una niña. Tras ser examinada en un chequeo médico rutinario el día de su nacimiento, se observó que un escáner revelaba un código alfanumérico con la fecha y causa de su muerte natural.

El mundo al completo puso el grito en el cielo. Una cosa era saber cuándo moriría un animal doméstico, pero otra muy distinta era conocer la muerte de un ser humano.

Lamentablemente, la niña se hizo famosa y muy mediática y, poco a poco, algunas personas, creyendo que era buena idea, acudieron para que les inyectaran la solución de Caducity, al principio en clínicas veterinarias clandestinas y con el tiempo, en centros legales. ¿Cómo iban a perder la oportunidad de ganar dinero las grandes empresas con algo que el público pedía a gritos?

Aquello desencadenó una serie de acontecimientos que cambiaron por completo a la humanidad que, poco a poco, se hizo fría, distante y carente de amor, ya que si uno no amaba, no sufría la pérdida de un ser allegado.

Tan distante se convirtió todo, que con el paso del tiempo, las mujeres ya no se quedaban embarazadas, sino que usaban un método revolucionario, donde sus hijos se gestaban en unas matrices sintéticas en los hospitales. De esta manera, se eliminaba el vínculo maternal de sentir y parir a un bebé, facilitando el poco apego y la falta de amor excesivo.

Ése fue nuestro pasado y la razón por la que ahora, en el 2098, todos los padres conocen la fecha del ocaso, como se llama a nuestras últimas horas de vida, de su hijo recién nacido, al igual que ese hijo, al cumplir los dieciocho años, puede escoger entre la revelación o la omisión de su muerte, si es amante de lo imprevisto.

Ahora todos sabemos cuál va a ser nuestra fecha de caducidad y todos parecemos estar conforme con ello.

CaducityUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum