Entré a la cocina y bebí el zumo de naranja abierto sobre la mesada, tomé una manzana y caminé hacia la puerta.
— ¿Cariño? —la voz de Argus, mi papá, me detuvo—. Déjame llevarte hoy. Tengo que pasar por unos papeles a unas calles de tu colegio.
Asentí y acomodé la mochila al hombro con más firmeza. Libere aire que no sabía que estaba sosteniendo, era realmente un alivio ir con papá, evitar el autobús en este horario sonaba como algo dulce y agradable, no me negaría a ello.
— ¿Mamá no trabaja hoy? —pregunté con insolencia. Papá suspiró y puso en marcha el coche.
— Claro que sí, irá un poco más tarde, eso es todo.
— ¿Realmente no te parece extraño que siempre vaya tarde al trabajo y vuelva tarde de él? —estaba claro que sabía que mi madre tramaba algo, y aunque mi padre era verdaderamente inteligente, no entendía como aún no la había dejado.
— Solo está ocupada con el trabajo, es dedicada en ello, lo sabes —habló cortando con el silencio sepulcral que reinaba en el ambiente—. Además, está bien, así podremos darnos todos los gustos que queramos.
No respondí. Aunque esa excusa barata de los gustos me hizo reír un poco. Además, sabía a dónde se dirigía la conversación. Es un tema recurrente, pero siempre es inútil, no cambiaría de parecer.
El viaje duró algunos minutos en los que un silencio agradable nos rodeaba. Nunca entendí muy bien los silencios incómodos, creo que nunca estuve lo suficientemente preocupada de mi alrededor como para entenderlos o sentirlos.
Me despedí de él y caminé por el suelo de grava hasta la entrada del edificio. Ahí estaba, Amelia, mi novia, sentada en una de las esquinas de las escaleras teniendo una conversación con alguien de su clase. Su apariencia se mantenía intacta a como lo está usualmente, con un cigarrillo entre dedos con esmalte oscuro desgastado en las uñas, su pelo rubio algo alborotado y raíces sin teñir, la ropa algo desarreglada pero impecable y el maquillaje bastante corrido.
Me acerqué animadamente y observo de lejos como Amelia se despide de aquella chica, así que al llegar junto a ella me siento a su lado.
— Maia —había susurrado mi nombre pero aún así sonaba animada, igual de suave y retraída que siempre—, buen día.
Sonreí cuando depositó un beso en mi mejilla con dulzura.
— Buen día.
— ¿Cómo has estado? —le dio una calada al cigarrillo y me ofreció, pero no acepté.
— Bien —mentía, honestamente no tenía idea si ella lo notaba, creo que siquiera yo podía notarlo, pero es mejor decir que las cosas están bien ante cualquier pregunta que duele responder.
— ¿Estás drogada?
El timbre comenzó a sonar y aquello fue de las pocas veces que lo agradecí. Amelia tiró el cigarrillo y se acercó a mí casi desafiante. Sonreí nuevamente pero sin mostrar mis dientes, la miré a los ojos. No estaba drogada, no esta vez.
— Salvada por la campana —insinuó antes de entrar. Exhalé todo el aire que mis pulmones contenían y la seguí.
Amelia y yo nos cuidábamos entre nosotras. Siempre estábamos pendientes una de la otra. Entendía su preocupación, porque conozco nuestra relación, nuestra cercanía que creció de las cenizas, casi literalmente.
Algunos años atrás, nos conocimos durante nuestra estadía en un hospital de rehabilitación en donde las dos estábamos siendo atendidas por distintos motivos: yo había tenido una sobredosis y Amelia, casi muere por haber dejado de probar bocado en meses.
Nos habíamos hecho inseparables, era una amistad implacable, al punto de darnos cuenta que sin la otra todo era más difícil, no podíamos estar distanciadas. Nos habíamos enamorado una de la otra, no entraba en discusión separarnos físicamente, emocionalmente ya estábamos muy comprometidas.
Los padres de Amelia, nunca estuvieron muy de acuerdo con la relación, si quiera como amigas cercanas. No querían una mala influencia para su hija, pero nunca dejamos de vernos. Nos han descubierto y han prohibido estar juntas, aunque siempre nos las ingeniábamos.
(...)
La resolana se hacía presente entre las nubes grises que cubrían por completo el cielo de aquel día y de dónde cae una molesta llovizna. Junto a Jay, mi mejor amigo y por defecto amigo de Amelia también, salimos del edificio y comenzamos a recorrer el enorme terreno frente a él.
La brisa helada provocaba que salga vaho cada vez que exhalaba, con a Jay bromeamos sobre ello hasta encontrarnos a Amelia sentada sobre una banca de madera, con sus pies sobre el asiento y entre sus dedos un cigarrillo consumiéndose, de nuevo.
— Sinceramente, estoy bien sin saber que carajo hacen—Amelia sonrió mostrando sus dientes algo torcidos, sonreí igualmente por la ternura que aquello me producía.
Jay se rió y yo me senté del lado libre junto a mi novia. Le quité de sus pequeños dedos el cigarrillo para luego llevarlo a mis labios y dar algunas caladas. No solía fumar, ocasionalmente si Amelia estaba ahí capaz lo hacía, nunca me acostumbre a las drogas estimulantes.
— ¿Tienen algo para hacer? —habíamos terminado las clases por lo que restaba del día y honestamente, aún no quería volver a casa. Además parecía que iba a llover.
— Debo cuidar a mi madre, la enfermera canceló ayer a la noche, así que esta vez me toca a mí.
La madre de Jay estaba enferma durante más tiempo del que podía recordar. Como único hijo a veces debía cuidar de ella y aquello era difícil de ver o incluso de saber. Jay decía que estaba bien, pero nunca le creímos. Siempre dijo que era lo que le había tocado y no iba a ir en contra de ello, por más que doliera.
— No se si logre escaparme de casa después del almuerzo, ya sabes, debo almorzar allí
— Jay, ¿la alcanzas hasta su casa? —pregunté ante la respuesta de Amelia, ellos vivían cerca uno del otro y no quería que Lia vuelva sola.
— Por supuesto —Jay le sonríe a Amelia y esta lo mira igual.
— Nos vemos tórtolos.
Saludé a ambos para comenzar a caminar hacia casa y en el trayecto titubeé un segundo, tomar el bus sería el camino más rápido para llegar, ir caminando significa por lo menos media hora. Eran exactamente las 14:25, papá llegaría a eso de las seis, capas siete de la tarde, mi madre al menos dos horas más tarde que Argus.
Iría caminando, tendría suficiente tiempo para llegar y preparar con provisiones mi habitación para no salir hasta la cena de allí.
(...)
En el trayecto era tanta la lluvia que había comenzado a caer que si le prestas suficiente atención parecían cortinas de agua. Estaba pronto a llegar a casa, una zona de bastante movimiento que, por alguna razón, esta vez estaba prácticamente desierta.
No me hice mucho problema al respecto, pero llegué a observar como un pequeño de algunos diez años bajaba del autobús escolar y frente a él estaban sus padres, esperándolo, abrazados entre ellos y sonriendo a su hijo, quien corriendo se acercó a ellos y cayó en los brazos de sus padres.
Aquella escena me hizo parar en seco y no poder quitar la mirada de los protagonistas. Mi labio inferior empezó a temblar, estaba empapada.
— ¡Maia, dulzura! ¡¿Necesitas algo?! —la madre del crío, la señora Evans, gritó del otro lado de la acera.
— ¡No, pero muchísimas gracias! —sonreí con fuerza y moví mi mano en forma de saludo. Ellos me imitaron.
Caminé unos metros más hasta llegar a mi casa. Quedé parada en la puerta y la observé. Me percaté que bajo mis pies había una alfombra que con letras negras decía 'No hay lugar como el Hogar'.
Reí. ¿Hacía cuanto aquello estaba allí?
Mire al cielo aunque poco porque las gotas me impedían ver correctamente. Hogar, que palabra tan extraña.
ESTÁS LEYENDO
Amelia [editando]
General FictionEn la tierra de los demonios ella era parte de los ángeles terriblemente lastimados por aquellos crueles tiranos. Amelia nunca conoció el amor genuino. Para ella es todo o nada ¿podrás estar con a ella hasta la muerte? Inspirada en la canción de Sk...