Una mujer sale de la nada y mis ojos se clavan en ella como si de un imán se tratara. No entra más aire a mis pulmones y empiezo a sacudir mi puto cuerpo hasta que consigo que me suelten y me apoyo en el auto.
—¡Clarisa! —Estoy eufórico y al tipo que intenta derribarme de nuevo le doy tremendo guantazo y cae hacia atrás—. ¡Clarisa! —repito, mira hacia todos lados hasta que sus ojos; sus malditos y perfectos ojos gatunos me miran y es como si me lanzara una condenada y puñetera flecha y tirara de mí. ¡Maldita sea! Es ella. Niego frenéticamente porque por un segundo creo que quizás estoy alucinando y cierro mis ojos otro segundo para abrirlos después y seguirla viendo tan desesperada justo frente a mí. Es Clarisa, es mi copito, es mi jodida esposa.
Mis pensamientos no fluyen más y corremos sin parar, ambos lo hacemos. No escucho nada, ni los gritos que seguramente me piden que me detenga, ni las palpitaciones de mi corazón, ni las balas que pasan sin parar sobre mi cabeza, podría morir ahora mismo y a mí solo me interesa llegar a mi lugar seguro, ese del que jamás debí despegarme, el que nunca debí abandonar, del que no he olvidado nada.
Su cuerpo lleno de sangre me alarma, pero yo solo quiero volver a envolver a la persona que al igual que yo ignora todo lo demás y corre también con desespero. No es ni la sombra de quien guardaba en mi memoria, el daño que le han hecho es evidentemente visible y si pudiera tomara un arma y los mataría a todos.
Mi cuerpo impacta con el suyo y el abrazo es tan fuerte que caemos al suelo. Puedo morir ahora, me iría en paz... completamente en paz. Han sido meses viviendo en un infierno, esto es la gloria.
—¡Dios mío! ¡Te tengo! ¡Te tengo! —grito con todas mis fuerzas. Su cuerpo tiembla de una forma escandalosa y la atraigo hacia mí, quiero pegarla a mí para no volverla a perder jamás.
—Zed —chilla en mi oído—. Eres tú, eres tú, eres tú. —Sus brazos se aferran a mi cuello y aún con todo lo que continúa pasando a nuestro alrededor siento sus labios en mi cuello y me estremezco desde la punta de mis pies hasta la cabeza. La tengo en mis brazos, son sus labios los que me están besando, ES ELLA. Trato con todas mis fuerzas de no dejarme ganar por el sentimiento y busco la mejor forma de salir de aquí. Necesito llevármela.
Me arrastro con todo y su cuerpo pegado al mío temiendo que alguien nos vea y nos mate de una jodida vez. No sucede, y que estén en su guerra privada nos proporciona todo el tiempo del mundo para llegar hasta el auto que me ha traído. La escucho quejarse y llevarse una mano al brazo izquierdo, mis ojos vuelan hasta toda la sangre que sale de un punto en específico.
—Te han herido —musito preocupado y me muerdo la mejilla interna para no explotar. Sus amarillentos ojos me miran como un pequeño gatito indefenso, asustado, incrédulo. Yo tampoco me creo que estés conmigo mi amor—. Debo llevarte a un hospital, toda esa sangre... —la voz me sale inestable.
—No es mía, no toda —alcanza a decir y su cuerpo se balancea hacia adelante.
—Mierda.
La subo al coche y lo pongo en marcha. Una patrulla me sigue, ¿en serio? No somos los criminales malditos imbéciles. Reacciono al escuchar el gemido proveniente de Clarisa. Estoy en Estambul, no conozco nada. No sé dónde cojones hay un hospital y freno abruptamente. Salgo del auto desesperado y la patrulla se detiene. Como puedo intento explicar la emergencia y a duras penas me han entendido o eso quiero creer cuando abren la puerta del coche, sacan a Clarisa y nos hacen subir a la patrulla.
La cabeza de Clari está en mis piernas y sus manos presionan su estómago. Subo su camisa y veo otra herida.
<<No llores, Zed. Compórtate como un hombre>> Regreso la camisa a su sitio y envuelto en el desgraciado pánico aparto su pelo alborotado de su frente y le doy tantos besos como puedo. Está tan pálida y no lo resisto más. Uno mi frente con la suya y pronto empapo su piel blancuzca con mis estúpidas lágrimas.
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RETANDO AL AMOR (+18)
RomanceTERCERA PARTE DE LA TRILOGÍA RETANDO. El último reto está puesto sobre la mesa.
Capítulo 11: Zed.
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