Pero todos en la familia dudábamos de que esa fuese la razón de aquel extraño lazo que nos unía a todos, como lo que éramos, como los amantes que ellos habían sido y yo...

— ¿Derian? ¿Es usted?—preguntó uno de los guardias de mi madre, caminando entre los árboles de hojas amarillas, en tanto yo me avecinaba, adentrándome por el gran portón—. ¡Pase, pase, por favor!—Al verme con Ayla entre mis brazos, me apuró, aclarando que buscaría las gemas de la casa en cuanto llegase ya que, la entrada era bastante extensa.

Otro pequeño detalle para nuestra protección.

Mamá siempre buscó darme una vida normal, gozando de la diversidad del mundo y sus maravillas. Mi padre no estaba tan de acuerdo. Él dejaba en claro que debía aceptar quién era y cómo era. Más cuando a mi corta edad ciertas cosas inhumanas empezaban a sobresalir en mí ser, a mí alrededor. No podía creerme un niño normal, porque no lo era.

Así que, terminé creciendo entre ambos pensamientos; a veces llegué a vivir como un niño normal, y otras veces no tanto; entre juegos o tardes en el lago y entrenamientos de control propio, dominio, el estudio de mi especie y anomalía.

Ésta misma, también era extraña, nueva ante los ojos del mundo de las tinieblas, pero al tiempo, entre aquel desconocimiento, era una amenaza. Por lo cual, siempre hubo mayor protección, desconfianza y, mi diferencia fue oculta, no solo tras los grandes murales de nuestro hogar, sino de los del mundo como tal.

— ¡Mamá...!
Mis pasos resonaban contra las piedras que formaban el camino, hacia la puerta principal. Esperanzado de que la rubia que se hallaba entre mis brazos, tuviese aún tiempo. Sus ojos perdidos, abriéndose y cerrándose estrujaban cada parte dentro de mí, al ver cómo su cabello mojado, con restos de sangre de ella y ajena, opacaba la belleza propia. Tenía la piel cada vez más pálida, junto a aquellos labios que una vez había probado; salvándole el trasero.

Una parte de mí esperaba que su cuerpo no se perdiese, no entre tanto una pizca de ella buscaba vivir, exigía subir a la superficie, pese a que la otra buscaba ahogarla una y otra vez.

Apreté los ojos, intentando mantener mi calma interna, adormeciendo a la bestia que rugía en mi interior, con la intención de desatarse, poniendo intencionalmente mis ojos más que claros, como dos par de chispas que pronto lograron que mi propio reflejo entumeciera mis extremidades.

Pocos sabían cómo eran en realidad, cómo era yo en mi oscuridad. Ni siquiera Ayla, entre su escaza curiosidad, había logrado entender mi verdadera naturaleza. Muchos me buscaron por mí poder; siendo un rumor, un mito nacido en los clubes de esklave. Sin embargo, para el resto de los reflejos, era uno más, uno de ellos. Consumía para vivir y sonreía gracias a otras personas. Fingiendo ser alguien que no era. Por ocultar mi propia y única naturaleza.

Y eso...de alguna manera, me gustaba.

— ¡Mierda, Derian! ¡Por los raros y antiguos de tu padre!—exclamó mi madre al verme, cambiando su semblante sonriente, por uno lleno de preocupación que, en segundos, llenó mis fosas nasales. Colorido y abundante—. ¿Qué ocurrió? ¿Quién es? ¿Por qué hay sangre en tú camisa y...?

—Ven, ayúdame a recostarla—interrumpí, pasando entre los salones, acercándome a uno de los inmensos sofás.

Ayla apenas se removió en él, apretando los ojos, temblando no solo por el frío, sino por la muerte que estaba aclamando su ser.

—Ya traerán el equipo médico—informó, abriendo los ojos espantada al ver a Ayla, repleta de sangre que brotaba de su vientre y la que ciertamente no le pertenecía; cubriendo su rostro, pecho y cabello—. Derian, dime qué sucede... ¿Cómo es que pasó? ¿Tú le hiciste esto?

REFLEX [✔#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora