La Tormenta Perfecta

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—Seguro Malfoy, iba a salir corriendo para gritar tu nombre por todo Londres —contesto con sarcasmo, sin quitar mi mirada desafiante de sus ojos libidinosos—, la gente seguro entendería que es una emergencia si me ve vestida así.

Dejo que mi gabán se deslice hasta la alfombra y su mirada destila placer ante mi diminuto disfraz; es ajustado de una manera insolente, y tan corto que a duras penas cubre la mitad de mi trasero. Veo su lengua pasearse por los labios, descubriendo a la vez su manzana de Adán pasando saliva, mi ego se infla de una manera desmesurada porque su condenado gesto me reconforta. Mi amante me hace sentir más segura que mi esposo y lo odio por eso.

—Pues has encontrado al hombre más enfermo de Londres —bromea con tono profundo, seguido de una súplica—. Enfermera, necesito de toda su atención.

Palmea mi trasero con un golpe justo y sin dolor, sin esperarlo mi garganta exhala un sonido ronco nacido del condenado deseo que extingue mis noches y despilfarra mis días. El peligro atrae de una manera hipnótica, seduce hasta el delirio la maldad de cada acto y nos lleva a ser dolorosamente descuidados en cada ocasión.

Su voz se estrella sinuosa en mis oídos susurrándome un rosario de palabras incorrectas que cubren mi mente con una lluvia de malas intenciones. Me toma de las nalgas y en el acto abro las piernas aferrándome a su cadera con la seguridad de no dejarme caer. Siento la grandeza de su intimidad, es dura y fuerte como la travesura que cometemos cada vez que encontramos la ocasión.

Su boca cubre la mía y me conduce con suavidad hasta la cama glaseada con pétalos rojos. Caigo de espaldas amortiguada por el colchón y sus manos expertas en los montículos de mi cuerpo deslizan a través de mis pantorrillas la diminuta prenda interior. Con descaro abro un espacio entre mis piernas, de forma provocativa dejando mi centro expuesto a las maravillas que sabe hacer con su boca.

Mi cabello se revuelve entre los pétalos así como veo su cabeza perderse entre mis muslos. La sensación es inefable. Me confunde la certeza que el cielo no está lleno de personas como nosotros, sin embargo ante la levedad de mi alma prefiero irme al infierno de esta manera, si bien la culpa me calcina las entrañas sería una mentirosa si negara que sólo lo quiero a él entrando y saliendo rítmicamente de mí.

De vez en cuando me permito mirarlo y me sorprendo con sus ojos abarcándome para estudiar mis reacciones, en esos momentos no puedo definir con claridad quién disfruta más. Su lengua se mueve sin tregua de polo a polo en mi intimidad y siento sus manos ascender hasta ubicar el cierre del disfraz entre mis senos, no entiendo como disfruta esta clase de fantasías cuando siempre busca deshacerse con prontitud de mi ropa, los roles nunca son los mismos, así como nosotros somos diferentes cuando estamos juntos. De seguro es nuestra forma de ocultarnos, de mentirnos y disimular nuestro desliz, convenciéndonos que son otros los que engañan a sus respectivas parejas.

Mi vestido se abre como un cielo ante el sol y ahora mis senos son bendecidos con la atención de sus labios, su presión es suave y exacta. Yo, aprovecho su cercanía para librarme de su costosa chaqueta y los botones son un mínimo obstáculo en el proceso de eliminar su camisa. Me gusta sentir el roce de su piel y la tibieza arde con la lava de mi pecho, mi naturaleza se ablanda de placer ante el más sencillo toque de su dermis.

Un suspiro sobre mi oído me avisa de una orden: —Date la vuelta Granger.

Lo obedezco abnegada. Giro mi cuerpo desnudo pegando el pecho a la cama y elevo mis caderas para él. La vergüenza siempre queda en el pasado cuando su voz demandante exige mi cuerpo, es al único hombre que he permitido y permitiré haga de mí a su antojo. Escucho el sonido de su cinturón caer con peso al suelo y supongo que está desnudo.

Poso la quijada sobre mis manos obligándome a ver un espejo de frente, el cual es una completa fortuna para mis ojos: las formas de su anatomía se reflejan con claridad en el cristal, veo su expresión perdida entre mis piernas y la soberbia lo abandona por completo cuando permite a su miembro introducirse lento entre mi intimidad. Es un placer culposo el cual me desboco a disfrutar, sus embestidas son rítmicas y sus manos aferrándose a mi cadera me indican que esto es real, mi cuerpo se mueve a su cadencia y sus ojos se conectan con los míos viéndose descubierto en el reflejo, no se avergüenza, no se detiene, al contrario es un incentivo para continuar. Su rostro es una mezcla de salvajismo y sumisión. Algo dentro de mí dice que esto sólo lo permite conmigo, y quiero creerlo así, no puedo imaginarlo haciendo lo mismo con Astoria.

La Tormenta PerfectaWhere stories live. Discover now