Al final, ella dejó que sus vergüenzas sean descubiertas por esas cálidas manos, y cada una de sus complexiones besadas. Mostrando sus no perfectas curvas que el encontró encantadoras. Ella le abrió ese telón que mantenía oculta de las críticas. Y a cada beso ella nunca supo ver –o prefería ignorar- los grilletes reducidos a sus pies. Sus dudas se hicieron más evidentes, no quería reconocerlo. "Sé, amor, que al caerte rendido entre las sabanas con tu rostro bajo mi pecho agitado, deba marcharme. Y así, al irme, esperaré otro día tu llamado". La torturaba con la espera. Te vas, sin dejarle la llave de esas pesadas cadenas oxidadas de los años que las lleva arrastrando. Dile, por favor, que no la quieres. Puede que así, con una severa bofetada al corazón, acabe su hechizo.
