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Cada palabra pronunciada queda más arrinconada en su alma, cada insulto más grabado y cada mirada de desprecio más rota.

Con una sonrisa en la cara y un grito de socorro en la punta de la lengua, siempre anda esperanzada de que alguien se de cuenta; sin embrago, nadie lo hace, y cuando lo hacen, ella siempre lo niega.

Y luego, para su desgracia, llegan sus hermanastras que no la dejan brillar dejando que se ensuciara su preciosa cara de cenizas; cenizas que sus únicos amigos, los ratones, no se dieron cuenta que tenía.

Fue así como la dejaron ir a su peor pesadilla, llena de risas y maldades, esperándola con su nuevo apodo, Cenicienta, que creó la injusticia de horribles prejuicios.

Pero, ¿y si Cenicienta acaba siendo esclava de sus malos prejuicios? 

Si al final no consiguiera escapar de los abusos que la encierran en su casa, ¿cómo terminaría este cuento?

Tal vez Cenicienta consiga adelantarse a su época y escapar de sus pesadillas sin un príncipe que la salve, o incluso tal vez la pena la deje afónica para dejarla así sumisa en la decepción causada; sin embargo, a mí me gusta pensar que Cenicienta consiguió escapar de aquella prisión sin ayuda de ratones ni de hadas madrinas, y que encontró a su príncipe sin tener que ir medio descalza por la vida y sin que sus sueños se convirtiesen en calabaza.

Un cuento contado como quise contarlo.Where stories live. Discover now