6. La decepción y el miedo.

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A pesar de que ahora teníamos trabajo que hacer con la máquina de memorias, todos decidimos no comenzar inmediatamente, pues muchos todavía teníamos muchas cosas que hacer. En mi caso, tenía pendiente el picnic con Sara; Cristina tenía que avisarle a su esposa sobre su regreso al trabajo y Georg dijo que tenía que comprarle un regalo de cumpleaños a su hija. Por lo tanto, el día en que le confesaría lo que siento a Sara no estaba arruinado.
Ya llevaba mucho tiempo llevando a Sara y su hija en taxis, así que me vi obligado a comprar un auto, ignorando todo lo que mi tío Ogon me decía al oído. De hecho, Ogon estaba desapareciendo cada día un poco más, quizás por la influencia de Sara (probablemente también Lou) en mi vida. El auto era un Volga GAZ-21 de 1956, todo un clásico. La marca Volga se había convertido en una de las marcas de carro más importantes después de la Tercera Guerra Mundial. Y claro que yo lo podía pagara fácilmente, ya que nunca antes había comprado algo para mi, más que las drogas que traían a mi casa todos los meses (esa última semana ya había dejado de drogarme). Mis ahorros, después de cinco años de trabajar en los laboratorios de Tempus Green, oscilaban entre los 5'000,000 y los 6'000,000 de rublos, que después de comprar el carro quedó en 3'756,000 rublos.
Sara y Lou elogiaron mi auto en cuanto me vieron llegar en él. No podía decirles que lo había comprado por ellas, así que tuve que mentir y decirles que lo tenía desde antes, pero que todavía lo estaba arreglando. No faltaron los chistes sobre lo mal mecánico que debería ser y lo peligroso que es subirse a un auto supuestamente arreglado por mi, chistes especialmente procedentes de Lou, aunque Sara nunca se quedaba atrás. Era una de las razones por las que me encantaba pasar el tiempo con ellas, eran muy graciosas, siempre se les ocurría algo.

El 14 de agosto, además de ser un día anterior al cumpleaños de Lou, fue el día en que me lleve una de las más grandes decepciones de mi vida. Sara, Lou y yo ya habíamos llegado al parque, y ahora solo teníamos que poner una sábana sobre el pasto y disfrutar del día comiendo sándwiches. Nada podía salir mal ese día. Pero yo tenía unas incontrolables ganas por confesarle a Sara cuanto la amaba, cosa que arruinaría nuestra relación para siempre.
Nos cubríamos de los fulgentes rayos del sol bajo la sombra de un árbol. Casi no había personas por el parque, probablemente porque era en un horario en el que los niños estudiaban y algunos padres trabajaban. Eso solo me hizo pensar en lo haraganes que éramos por posponer el trabajo para el día siguiente.
—¿Entonces, mañana es tu cumpleaños? —Estaba devorando mi tercer sándwich cuando se me ocurrió romper un incómodo silencio que se había formado cinco minutos antes de hablar con Lou— ¿Cuántos cumples? ¿Catorce?
Lou rió sarcásticamente al escuchar la edad que le suponía. Ella echó su cabello para atrás, con exagerados aires de grandeza, como si fuera alguna diva.
—Cumplo diecinueve, abuelo —respondió. Sonreía y mostraba cada uno de sus perfiles igual que una modelo en sesión de fotografías—. Mírame bien, porque así voy a estar en veinte años más.
—Eso pensaba yo, hija —dijo Sara—, y mira que patas de gallo tengo en los ojos.
Todos nos echamos a reír. Al final, nos terminamos disculpando con Sara, ya que creímos que se ofendería, pero ella se lo tomó con humor.
—¿Tienes planeado hacer algo para festejar? —le pregunté a la más joven.
Entusiasmada, Lou, que descansaba recargando su espalda contra el tronco del árbol; se echa hacia adelante para sentarse abrazando sus piernas y cubriendo la torpe sonrisa que se dibujó en su rostro detrás de sus rodillas.
—¿Recuerdas a Tom, el de la graduación? —Me preguntó ella, y yo respondí asintiendo con la cabeza—. Pues él me invitó a una fiesta que está preparando con mis amigos. Creo que le gusto.
—Oh, romance adolescente —dije con un exagerado tono meloso, el cual se perdió con las siguientes palabras—. Que asco.
—¡Que malo! Eres un... —comenzó Lou, pero una repentina llamada la interrumpió—. Oh, es importante. Ya vuelvo.
Lou se fue en dirección a los baños del parque. Sara y yo estábamos solos. Era la oportunidad perfecta para decirle todo lo que sentía. Ella se encontraba sentada frente a mi. Estaba distraída observando a una abeja polinizar una de las tantas flores del arbusto junto a ella. Mientras Sara no miraba, me acerqué más, colocándome a un lado de ella.
—Sara —la llamé.
Ella soltó un ligero grito, muy probablemente porque no esperaba escucharme de tan cerca. En seguida, se incorporó e incluso también se acercó solo un poco más. Eso último me motivó más para confesarme, pues parecía disfrutar de mi cercanía.
—Dime, Stephen.
Poco a poco, fui acercando mi mano a la suya. Toque sus dedos con los míos, pero ella no se inmutó, no reaccionó de ninguna manera, yo supuse que fue porque no lo había sentido o creyó que fue un pequeño rose incidental. No fue hasta que coloque mi mano sobre el dorso de la suya que ella reaccionó. No parecía disgustarle. En realidad, su sonrisa se alargó (aunque, pensándolo bien, fue más bien una risa nerviosa, como si supiera lo que estaba a punto de decirle).
—Sabes, mi esposo murió —se apresuró en decir. Al hablar, su voz se escuchaba intranquila. Era obvio que Sara quería desviar el tema que yo estaba a punto de proponer cuando tomé su mano. Lo curioso es que ella no retiró su mano en todo el tiempo que estuvo hablando—. Él tenía leucemia. Recuerdo que lo llevaba al hospital, le donaba toda la médula ósea que necesitara y todo eso...
El tema que ella acababa de tocar, volvía completamente inútil mi intento por crear una atmósfera romántica. Fue un pequeño indicio de que ella no me correspondía. Pero, entonces, ¿por qué no retiraba su mano? ¿Por qué no me rechazo de inmediato si ya sabía hacia donde iban mis intenciones? Ese tipo de preguntas me hacían guardar una mínima de esperanza. Ahora, solo tenía que deshacerme del tema de su esposo muerto y volver a poner el ambiente.
—¿Leucemia? —simulé impresión. Le intentaba seguir la corriente para dejar el tema con mayor rapidez—. Eso es terrible. Imagino que se lo detectaron muy tarde, aunque sería incurable aun así. ¿Cuánto tiempo llevaban casados para ese entonces?
Sara sonrió con tristeza (si es que eso es posible). Finalmente, retiró su mano de la mía y se la llevó a la cara en un intento por ocultar la expresión aflictiva de su rostro.
—Es gracioso, ¿sabes? —Su voz se escuchaba alicaída. Un nudo se había formado en su garganta, y las palabras salían con dificultad—. Lo conocí cuando me ofrecí como donante de médula ósea en un hospital. Él ya estaba enfermo cuando comenzamos a salir; él me había invitado a una cita, excusándose de que yo le había salvado la vida. Yo... —Ya no pudo retener el llanto. Desde ese momento, ella hablaba entre gimoteos— claramente no le salve la vida para nada. Solo alargue su inminente muerte. Nunca fui su heroína.
Ella tenía mucha razón con respecto a la inevitable muerte de su esposo. Sin embargo, había algo que me mantenía intranquilo durante su relato. Y es que ella se había casado con un hombre que de antemano sabía que moriría en poco tiempo. Nadie haría algo como eso.
—¿Te cásate con él sabiendo que tenía leucemia? —Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensar en ellas. Tuve miedo de que se ofendiera—. ¿Por qué harías algo como eso?
—Lo sé, es estúpido —admitió—. ¿Por qué casarse con un hombre muerto? Seguro te preguntas eso, y ahora crees que soy una idiota.
Yo me quede callado, más que nada porque no esperaba que leyera mi mente tan perfectamente. Llegado a ese punto, no sabía si declararle mi amor era lo correcto dadas las circunstancias. Probablemente, es lo que ella quería lograr, y por eso monto tal show. Pero lo que ella no sabía es que yo podía aprovechar su momento de debilidad para hacer mi jugada, mostrándome como un hombre comprensible.
—Bueno, el amor es así —dije, con la voz más sensible que pude imitar—. Cuando uno está enamorado, ya nada importa. Ni las enfermedades, ni la edad son un impedimento.
Una vez más, y de una forma muy bien lograda, había creado un ambiente romántico. Sara se mantuvo callada durante un largo rato, hasta que yo, de la manera más delicada que pude, tomé sus manos. De nuevo, ella sonrió (intranquila, reitero) ampliamente y, después, abrió la boca para intentar desviar el tema; pero esta vez yo fui más rápido:
—Me gustas, Sara —solté por fin—. Eres una mujer increíble. He disfrutado cada día qué pasó contigo y tu hija —Apreté sus manos, nervioso—. Quiero vivir así por el resto de mi vida.
Ella se limitó a mostrar una extraña mezcla de nervios y angustia en su rostro. Miró hacia todos lado, esperando a que alguien la salvara milagrosamente de esa situación; probablemente, su propia hija sería la única persona que la podría ayudar en eso. Sin embargo, Lou ya se había tardado bastante en el baño, cosa que Sara mencionó de inmediato para intentar desoír mi confesión. Yo la ignoré y me mantuve firme con mi declaración. Aunque, muy en el fondo, sentía un mínimo de preocupación por Lou, pues, sinceramente, ya había tardado bastante en el baño (incluso para una mujer).
Sin otra opción, Sara borró la alelada sonrisa de su rostro y, siendo la que más me lastimó, retiró sus manos con brusquedad.
—No hagas esto, Stephen —pidió—, por favor. Todo iba bien, somos amigos, no lo arruines de esta manera.
—¿De qué estás hablando? —inquirí, ofendido— Tú eres la que me ha ilusionado. ¿O a qué venían todos esos coqueteos? ¿Qué significaron todas esas caricias?
—Fueron solo bromas, Stephen —dijo ella—, no te lo tenías que tomar en serio. Te lo he dicho, tienes casi la edad de mi hija. Dios mío, Stephen.
Yo sabía que no eran solo bromas. Ella, por alguna razón, buscaba que yo estuviera persiguiéndola todo el tiempo. Pero ahora que yo quería asegurarme del nivel de nuestra relación, se echó para atrás. En ese instante en el que pensaba todo eso, pude darme cuenta de algo: Sara había conocido a su esposo el día en que, desinteresadamente, quiso donarle su médula ósea (en ese momento no tenían ninguna relación, eran desconocidos), por lo que ella desde siempre había sido una mujer altruista. Se casó con ese hombre en peligro de muerte, y este la llamaba heroína. Eran solo sospechas hasta ese momento, pero casi podía asegurar que Sara tenía un insano interés por los hombres en perdición. Más bien, era un extraño deseo por ser la salvadora de estas persona, ser como una verdadera heroína. Sonaba descabellado, sin embargo, cobraba sentido en cuanto comenzabas a unir las piezas del rompecabezas: es una mujer altruista, probablemente acostumbrada a recibir innumerables elogios y agradecimientos; se casó con un hombre que podía morir en cualquier momento, aún sabiendo que sería horrible el día en que no volvería a despertara, pero ¿quien más si no ella para casarse con un hombre así?; y, por último, ella comenzó a interesarse en mi (aun después de cinco años de trabajar juntos y nunca haber tenido una conversación fuera del ámbito profesional del trabajo) cuando le comenté que no me importaba morir, y ella pudo ver a través de mis mentiras a un hombre completamente sumergido en la miseria. Ella siempre estaba ahí para decir «Yo te salvare». Vaya, sí Sara viera a un hombre llorar porque es virgen, probablemente, se acostaría con él, con tal de recibir a cambio su muy anhelado «Gracias».
Después de pensar en todo eso, baje la mirada, sumamente decepcionado.
—Ahora lo entiendo —dije con voz queda—. Tú solo querías salvarme, ¿eh?
Sara, ignorando su propio desorden psicológico, arqueó la ceja al no encontrar sentido a mi comentario.
—No. Yo solo quiero ser tu amiga, y tu lo estás arruinando. Pero todavía podemos ignorar esto y seguir siendo amigos. Hazlo por Lou, al menos...
Alelado por tantas cosas que aún estaba procesando mentalmente, ignoré todas las razones de Sara para seguir siendo amigos (abrían sido muy convincentes muchas de ellas sí me hubiera detenido a reflexionarlos por unos segundos), y una sola idea convincente pasa por mi cabeza. Mire a Sara, ella seguía hablando y hablando, pero su voz se escuchaba lejana. Mis ojos solo la enfocaban a ella como si fueran unas cámaras profesionales. En ese momento, mi único deseo final antes de retirarme del parque era besarla ¿Por qué? Posiblemente porque no me quería ir con las manos vacías después de desperdiciar tanto tiempo de mi vida con una mujer que me veía como un perro necesitado.
Jadeante, tomé con fuerza a Sara por los hombros, inmovilizado. Ella me miró sorprendida y, al mismo tiempo, confundida. A sus ojos debí verme como un completo lunático. Al final, lo hice; pude besar a Sara durante los pocos segundos antes de que reaccionar y moviera la cabeza, separándose del beso. Intente besarla de nuevo, pero ella movía la cabeza de un lado hacia otro, negándose abruptamente en todo momento. Yo, sumamente enojado y sin otra manera de desquitar mi cólera, con la fuerza suficiente (medida tampoco, pues no me interesaba hacerle daño en ese momento), la derribe contra la sabana del picnic y me abalancé sobre ella, inmovilizándola todavía más. Podía hacer cualquier cosa con ella, yo ya tenía varias en mente: podría ahorcarla, besarla vulgarmente, violarla, golpearla. Claro que no eran más que exagerados y morbosos pensamiento manifestados por la ira. Pero sí que intentaría besarla, porque, después de todo, yo la amé.
—No hagas nada de que sea que tengas pensado hacerme —pidió Sara. Su voz era tranquila y sincera, lo que me hizo tranquilizarme ligeramente—. Si Lou nos encuentra así, se llevaría una mala impresión de ti.
Me había olvidado completamente de ella. Tenía razón, no quería que me encontrara lastimando a su madre. Una vez me hice a un lado, Sara se incorporó, temblando.
—Sara, deja que... —comencé.
—¡Lárgate! —chilló entre dientes, sin mirarme—, por favor.
Sabiendo que pedir perdón no serviría de nada, me levanté de la sabana del picnic y caminé hacia los baños para orinar —aunque esa fue más bien la excusa que me di a mi mismo para ocultar el deseo que tenía por saber que es lo que Lou estaba haciendo todo ese tiempo— antes de retirarme del parque. Mientras caminaba, a lo lejos podía escuchar llorar a Sara.
Cuando estuve a punto de pasar a los baños de hombres, unos sollozos de mujer llamaron mi atención. Primeramente, el lloriqueo parecía venir de todos lados, lo que me dificultaba dar con el paradero exacto de la chica. Sin embargo, en cuanto puse atención, pude descifrar que los llantos provenían de la parte trasera de los baños. Me aventuré a investigar lo que ocurría, llevándome la sorpresa de encontrar a Lou sentada sobre una cubeta poco higiénica, con el dorso de una mano tallándose los ojos y con la otra sosteniendo su celular.
—Lou —la llamé, sorprendido. Ella se sobresaltó tanto al escucharme que, de un brinco, tiró la cubeta en la que estaba sentada—. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás aquí atrás? Huele horrible.
—¿Me escuchaste? —preguntó entre gimoteos— Que vergüenza.
Levanto las cejas en un ademán de incredulidad, pero de burla también.
—Cualquiera que pasará por los baños pensaría qué hay un fantasma sollozante deambulando por ahí.
Ella rió un poco, pero la tristeza se anteponía. Bajó la mirada.
—Es gracioso —dijo—, pero no tengo ganas de reír, Stephen..., perdón. Déjame sola.
—Dime, ¿que sucedió? —pregunté.
Al principio, parecía que ella intentaría insistir en dejarla sola. Pero fue lo suficientemente inteligente como para, después de reflexionar unos segundos, darse cuenta que yo no me iría a ningún lado hasta no saber lo que le sucedía. Una chica muy lista, sin duda.
—Es Tom. —Al parecer, el simple hecho de mencionar su nombre le devolvía las ganas de llorar. Hasta yo me ahogaba con el llanto que reprimía ella—. Me dijo que ya no me va a acompañar a la fiesta de mi cumpleaños. —Con esa última palabra se echó a llorar.
Me acerqué a ella para abrazarla.
—Supongo que nos batearon a los dos, ¿eh? —solté.
Ella, quien por la diferencia de altura me llegaba al pecho, alzó su mirada llorosa hacia mi.
—¿A ti también? ¿Quién?
—Eso no importa ya. —No podía mencionarle que había sido por su madre. También esperaba que esta última no se lo mencionara a Lou—. ¿Sabes que? Tengo una idea. Mañana puedo pasar por ti y tus amigos, y enseñarles lo que es una buena fiesta de adultos, ¿que te parece?
Sentí la vibración de su risa en mi pecho, cosa que me hizo estremecerme.
—Suena divertido —respondió—. Hay que hacerlo. Puedes pasar por mí a las 7:00 de la tarde.
—Solo no le digas a tu madre que seré yo el que pase por ti —advertí—. No quiero que sepa que me robe a su hija para llevarla a una fiesta de verdad.
Ambos nos echamos a reír, ella más que yo, pues la verdadera razón era muy distinta.
—No le dire nada, Stephen.

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