Le costaba a veces creerlo. Cada mañana despertaba con el inmenso temor de que todo hubiese sido un sueño, Ariana, Stella, y la felicidad que ellas le brindaban, y cuando se daba cuenta aliviado de que era real, no podía hacer otra cosa más que dar gracias con todo su corazón.

No podía borrar su pasado, ni tampoco cambiarlo, pero al menos ahora podía aceptarlo y superarlo.

No quería volver a vivir en aquel infierno. Nunca más...

–¿Damien?– la voz de su esposa lo llamó de pronto.

Ariana había dejado a Stella sentadita sobre el pasto, y lo miraba con un delicado ceño de confusión mesclado con preocupación. Había estado observándolo segundos antes, y había notado el cambio en sus ojos, el tormento que de pronto había aparecido.

Lo conocía demasiado bien. Ariana conocía todas sus expresiones, lo que significaban, lo que transmitían. También conocía sus silencios. Y conocía de primera mano su método para enfrentarse al miedo.

–Todo está bien– le sonrió de una manera tan dulce que Damien no pudo resistirse.

De inmediato se puso en pie y se acercó hasta ella.

La tomó de la cintura con delicadeza, las gigantescas manos rodearon la diminuta cintura en una caricia sensual y tierna a la vez, luego capturó su boca, y la besó con amor, con pasión y con cada una de las emociones que ella despertaba en él.

–Lo sé– susurró después contra su frente, dejó de besarla pero no la soltó. –Mientras tú y Stella estén a mi lado, sé que todo irá bien. Por favor nunca vayas a dejarme–

La sonrisa de Ariana volvió a cautivarlo. Ella subió sus manos a su duro rostro y lo acarició suavemente.

–Nunca voy a dejarte, Damien. Te amo–

–Te amo– repitió él, y de nuevo le pareció todo increíble. Aquella belleza castaña que tenía por esposa era cálida y preciosa. Era un regalo que jamás había imaginado que tendría. –Te amo, preciosa, me tienes loco, estoy tan feliz de que estés conmigo, de que me ames como yo te amo. Gracias, gracias por ayudarme a dejar atrás mi pasado y todo lo que venía arrastrando, y gracias por darme el regalo más hermoso que es Stella, tú y ella son todo para mí, te juro que no hay nada ni nadie más importante–

Ariana continuó acariciándolo, y mientras lo hacía, cada palabra que salía de los labios de su marido le inflamaba el corazón de más y más amor. Se alzó entonces de puntitas para plantarle otro beso pero entonces Damien se llenó de tanta euforia que la rodeó con sus brazos, y la levantó del suelo cargándola contra su pecho, y empezó a besarla de manera más profunda.

¡Joder!

Esa hermosísima hada mágica lo era todo. Ella conseguía llevarlo hasta la aceptación. A su lado la tragedia de su infancia y su pasado dejaban de tener cavidad, y en su lugar aparecían las ilusiones y los sueños, sueños e ilusiones que nunca antes se había atrevido a tener.

¡Mierda! ¡Qué feliz era!

Casi gritó de júbilo.

–¡Cielo santo, Damien! ¡Vas a romper a esa pobre niña!– exclamó Meryl que recién llegaba, sin embargo a pesar de que su tono de voz había demostrado preocupación, su cara no lo hacía, sino que sonreía contenta y maravillada de verlos tan enamorados.

El soldado reía mientras bajaba a su menuda mujer, y la dejaba en el suelo con todo cuidado.

Luego de eso Ariana se inclinó para tomar a su niña en los brazos.

Damien la miró en el proceso.

Él siempre había tenido la sensación de que el más mínimo soplo de viento iba a hacer que saliera volando, pero no. A pesar de su aspecto frágil, ella era fuerte.

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