Se habían instalado en lo alto de una suave colina, protegidas por varios árboles centenarios, aunque muchos de ellos parecían haber vivido mejores épocas. Las hojas estaban secas y la hierba de un feo color amarillento a pesar de las intensas lluvias de los últimos días. Después de dos días y tres noches huyendo sin apenas descansar, las chicas estaban agotadas. Itaria calculaba que no deberían estar muy lejos de la ciudad de Koya. El portal las había dejado a las afueras de una ciudad abandonada y, aunque no estaba segura del sitio concreto, Itaria había concluido que, por la distancia que habían recorrido, sólo tendrían que estar a un día más caminando de la vieja ciudad. O eso esperaba porqué se les había acabado la comida, aunque aún les quedaba bastante agua.

—¡Itaria! Baja ya, no te veo y tengo miedo —le dijo su hermana de repente. Itaria rodó los ojos. Adoraba a su hermana, pero de vez en cuando le gustaba estar sola, algo que había sido casi imposible encerradas en aquella torre. Desde que habían escapado, Itaria buscaba momentos en soledad, donde poder trepar, correr o, simplemente, no hacer nada. Tal vez no tuviera la edad que aparentaba (parecía que apenas tuviera dieciocho o veinte años), pero ella se sentía como una chica joven. Suponía que era por haber vivido tanto tiempo encerrada y olvidada por todos. Bueno, por todos exceptuando a Myca Crest.

Itaria lanzó la espada como si de un cuchillo se tratase; se quedó clavada, temblando como una hoja bajo el efecto de un fuerte viento. Bajó del árbol con facilidad y, al llegar a las ramas más bajas, se dejó caer al suelo con un fuerte golpe, aunque no se equilibró bien y se tambaleó, acabando sentada sobre una pierna. Se levantó un poco dolorida, pero en el suelo y sin un rasguño.

—Te he dicho que no grites —reprendió a Mina. Intentaba cuidarla lo mejor que podía, pero apenas sabía qué hacer. Siempre había tenido a Ceoren para controlarla y encontrarse con un mundo tan cambiado tampoco ayudaba mucho a Itaria. Era extraño lo mucho que había evolucionado el mundo mientras ellas habían estado sumidas en aquel hechizo. Itaria aún recordaba las fiestas de máscaras en el palacio, las elegantes damas vestidas con trajes que eran verdaderas obras de arte, con peinados altísimos adornados con flores. Se preguntó si todo aquello aún seguiría existiendo o habría caído en el olvido como ellas y su reino.

Su hermana se quedó callada, mirándola con sus grandes ojos rojos. El vestido negro de Mina estaba sucio y desgarrado. Mina lo había roto a propósito la primera noche que pasaron fuera de la torre, como una especie de protesta que solo había conseguido poner de los nervios a Itaria. Su hermana estaba enfadada con ella por no haberle dejado llevar a su vieja muñeca. Pero Itaria había estado de acuerdo con Ceoren: Lina, la muñeca de Mina, era un peligro muy fácil de extraviar. Que los humanos pudieran acceder a un portal directo al Infierno no era buena idea y menos cuando ese portal a veces se abría sin ninguna explicación o por consecuencia de los ataques de Mina. No, mejor tener ese objeto alejado del mundo humano.

Ceoren le había asegurado que se haría cargo de la muñeca, aunque ahora... Se le hizo un nudo en la garganta al recordar la explosión de la torre. Odiaba a Flora y a los Dioses por muchas razones distintas, pero como durante aquella noche en la que vio como el que había sido su hogar se incendiaba con fuego mágico, Itaria susurró una rápida oración por Ceoren. «Por favor, que no esté muerta. La necesitamos».

Mina se cogió las rodillas con las manos y las apretó contra su delgado cuerpo. El movimiento hizo que Itaria sacudiera ligeramente la cabeza para borrar sus pensamientos y se centrara en su hermana. A ella sí que la podía ayudar y cuidar con actos y no con rezos que solo servían para aligerar su propia carga de conciencia.

—Tengo hambre. ¿No puedes hacer que crezca algo? Seguro que hay alguna planta que se puede comer por aquí —preguntó Mina, clavando su mirada roja en ella. La ira parecía calmada esa noche, e Itaria dio gracias por ella.

Fábulas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora