Y se preguntó, ¿cómo sería resucitar junto a ella? Un momento, después otro hasta prolongarlo a toda una vida. Sin agonías. Nunca, insensato, no mancharía su felicidad condenándola a un mar inmenso de frialdad entonces volvió a su triste realidad.

—Perdón, ¿decías algo Kakashi?

Por fin había bajado de la luna.

—Maestro —se quejó a su manera—. Te asignaré a varios ninjas, en cuánto estén disponibles ¿sí, Fugaku?

—Está bien para mí.

—Fue un placer no ayudarte.

Kakashi terminaría la reunión a su estilo, con una mala broma. Típico de él, Minato rió bajo y no miró a Fugaku, no le iban mucho las bromas.

—Gracias.

Estoico como siempre, parecía de piedra, nada lo perturbaba, duro y serio. Se levantó del asiento con ese porte frío que lo caracterizaba, dirigiéndose a Minato.

—Mikoto me pidió que te dijera que pases por la casa un día de estos, le gustaría verte.

—Iré, gracias por la invitación.

Tras la muerte de Kushina, Uchiha Mikoto había sido realmente buena con él y con Naruto siempre mostraba una sincera preocupación, al cumplir dos años le prometió a su hijo que sería lo más cercano a una madre, lo protegería, le daría consejos, regaños y esa clase de cosas que hacen ellas. En el fondo sabía lo perdido que estaba.

—Me pasé con esa broma ¿cierto? —preguntó Kakashi en cuanto Fugaku abandonó la oficina.

¿Vergüenza? Eso no iba con él, se pelearon a muerte hace mucho tiempo. Sin tregua.

—Un poco, sabes que no le gusta bromear.

Kakashi dio un amplio suspiro.

—Uchihas, ¿por qué son así? Es como si tuvieran la amargura tatuada.

Amargura, un atributo que ya no sólo le pertenecía a ellos, Minato se había colado en esa molesta descripción, con menos intensidad pero continuaba allí.

—Como sea —miró el reloj—. Ya es hora de irnos, ¿vamos a comer algo?

—Paso —se colocó su chaleco—. Iré a casa.

«A hacer qué, ¿morir lentamente?» La opción frecuente, la única a decir verdad. Sin Naruto viviendo con él estaba más solo que nunca. Y le gustaba.

O eso creía hasta que ella se apareció en su puerta hace dos días, con las mejillas teñidas de rosa pálido diciéndole que había horneado galletas.

Deliciosas y dulces galletas. Las devoró en un santiamén, como una fiera hambrienta y sinceramente las adoró, ¿quién las horneó? ¿Los mismos Dioses? No, Hinata la chica bonita lo había hecho. Para él.

Bajó tranquilamente las escaleras con ella inundándole la mente, quería ser honesto consigo mismo y admitir que deseaba congelarse en su calidez. Continuaba sintiéndose un poco culpable por angustiarla en primer lugar y por haberla orillado a hacerle compañía, bastaba con mirarla para darse cuenta de que tenía miedo de que lo volviera a intentar, sucio error, la desolación seguía unida a él sin embargo quería esforzarse por dejar todo atrás.

Todo menos a ella, Kushina.

«Tengo que aceptar que no volverás a estar a mi lado» La raíz del problema era eso justamente, seguía esperando el día en el que ella regresara, eso no iba a pasar su esposa había fallecido hace muchísimos años, la muerte no se la devolvería.

La luz que me guía [MinaHina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora