64 - Préstame Atensión

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—Se va a preocupar —dije esperanzado.

—Que se preocupe un rato —dijo sin darle importancia a mi seriedad.

Le iba a volver a reprochar, pero Max me inmutó tirando mi celular por el puente. Lo había dejado caer como si nada, sin pensarlo, y luego sonrió tranquilo. Miré el río en vano porque no pude ver mi celular entre sus aguas. Me quedé mirando el río por muchos segundos sin poder creer lo que Max había hecho.

—Se me resbaló —dijo Max apoyándose en la baranda.

—Mi celular...

—Le estabas prestando más atención, así que lo tiré. Además, te solucioné el problema, porque estaba bien pasado de moda.

—Tengo que llamar a Cristal o se preocupará.

Miré a mí alrededor para ubicar un teléfono público, pero no logré ver ninguno. Recordé que había visto varios teléfonos públicos en el centro comercial, así que quise caminar hacia aquel lugar, pero Max me detuvo con un pequeño jalón en mi hombro cuando apenas había dado algunos pasos.

—Voy a llamarla para decirle que el celular se cayó en el río. Si quieres espérame —le dije.

No esperé respuesta y me dirigí al centro comercial para buscar los teléfonos. Cuando encontré uno, y tuve el auricular en manos, me di cuenta que no me había memorizado el número de Cristal. Me sentí frustrado. Lamenté no memorizarme los números importantes. Apenas solo tenía en mente los números de casa, de mamá, de papá y de mi mejor amigo Max.

Volví mi vista para encontrar a mi mejor amigo Max, pero no lo vi. No estaba. La culpa se me fue encima. Lo dejé en el puente tan solo para buscar un teléfono y llamar a cristal, pero luego, ahí parado solo junto al teléfono público, me di cuenta que podía verla en la noche para contarle lo sucedido.

—Qué piensas —escuché decir. Levanté la vista y lo vi. Max venía caminando tranquilamente por otro camino—.Tanto problema por una llamada perdida.

—Su número... —dije aún con el auricular en las manos.

—No lo tengo. Lo eliminé hace mucho.

—Ya no importa —agregué incómodo—. Es tarde, regresemos a casa.

—No tengo planeado regresar a casa tan temprano. Apenas son las cuatro.

—Olvidé que tengo que hacer deberes en casa, por eso debo regresar.

La tarde se había arruinado. Max siempre me molestaba, pero lo quería mucho, por eso no podía enojarme con él. A pesar de eso, algo dentro me empezó a incomodar mucho, me asfixiaba, me ahogaba profundamente. Quería regresar a casa, encerrarme en mi habitación, cubrirme con las frazadas para dormir por horas hasta que esa molestia en mi pecho desapareciera, y finalmente, despertar como nuevo para buscar a mi mejor amigo y juntos reírnos de todo.

—Cristal —dijo cogiéndome del brazo—, no lo va a lograr.

— ¿Qué?

—Caramel es lento —dijo acercándose.

Fue la locura más grande de su inconciencia. La repentina calma del jirón poco transitado trató de encubrirnos. La fricción de sus labios sobre los míos en medio uno de los pasajes del centro comercial y el rostro sorprendido de algunas chicas que vieron la escena, me hicieron comprender lo que estaba pasando. Max no cambiaba, sus impulsos lo controlaban.

Max me dejó libre, miró por todos lados y me jaló del brazo hacia la dirección de la salida del centro comercial. Mis mejillas estaban rojas. La gente nos había visto, sentí todas las miradas sobre nosotros. Por suerte, al mirar alrededor, noté que las personas estaban concentradas en sus compras. Nos habíamos alejado de los teléfonos públicos donde Max había provocado un alboroto entre los pocos testigos.

—Quiero comprar algo, además, te debo un celular. Hay unos táctiles geniales —dijo.

—Sí —respondí atontado.

No pude decir ni una sola palabra durante el recorrido a pie hacia el Jirón de la Unión. Max me miraba y se reía por momentos. Imaginé que él debía estar riéndose de lo desencajado que me había dejado por sus impulsos incontrolables. Max nunca había llegado muy lejos hasta ese entonces. Conocía el sabor de sus labios porque habían rosado los míos en una obra de teatro y también cuando fue manipulado por el alcohol. Esa vez fue diferente porque Max estaba consciente y riéndose de la situación.

Poco a poco, durante el transcurrir de las horas, mientras nos distraíamos con las compras del celular y otras cosas más, nos fuimos olvidando del incidente. Cuando regresamos a casa no mencionamos nada de aquel beso en público. Fue lo mejor porque no quería explicaciones bochornosas. Solo deseaba que no lo volviera a hacer cuando le daban sus ataques de locura. Ambos éramos amigos y los amigos no se besan.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora