—Nenita... —Los ojos se me llenan de lágrimas y vuelvo a besar su mano—. Eres preciosa.

—Señora Grey. Debemos llevarlo al hospital. Está perdiendo mucha sangre —me dice unos de los chicos de seguridad, me hago a un lado, pero él aprieta mi mano.

—Te quiero —susurra y empieza a toser. Me paralizo, el estómago me da un vuelco.

—Yo también. —Mi voz es un débil susurro ahogado por el llanto.
Él suelta mi mano y le dejo ir mientras le miro con el corazón encogido.
Christian me rodea con sus brazos y me besa la cabeza una y otra vez.
Me vuelvo hacia él y le abrazo.

—Dios no sabes el miedo que he pasado, Ana —dice frenéticamente besando mi cara.
Sonrío.

—Estoy bien —le reitero con un débil susurro sin ningunas ganas de que me suelte y deje de besarme.
Acaricia mis mejillas, las mira con los ojos lleno de preocupación.

—¿Te han pegado? —inquiere con la voz llena de rabia.

—No es nada, Christian. —Bajo sus manos y apoyó la cabeza en su pecho—. Sácame de aquí, por favor —susurro. Él me coge en brazos.
Me encaramo a sus caderas y a su cuello como si fuese un monito y hundo la cabeza en el hueco de su cuello.
Él me aprieta contra sí con cuidado y me besa el cuello.

—Te quiero mucho, pequeña —dice en voz baja mientras andamos hacia el coche.
Suspiro llena de felicidad por estar de nuevo en sus brazos.

—Yo también.

La sala de espera del hospital se me hacía cada vez más y más pequeña.
Grace y Carrik estaban sentados a nuestra derecha y a su lado Mia y Elliot.
Christian estaba a mi lado sosteniendo mi mano mientras Gideon, el guardaespaldas y jefe de seguridad de mi padre nos cuenta que habían detenido a Elena y Gia por secuestro e intento de asesinato premeditado. Un escalofrío me recorre la espina dorsal.
Iban a matarme.
También cuenta que se las imputará por extorsión a Ray. Les habla de las amenazas que ella le hacía contra mí, sus intentos por frustrar mi búsqueda y que el señor Grey solo ha intentado protegerme.

"Te quiero."

No puedo borrar de mi mente sus palabras.
No puedo dejar de pensar en él, en sus ojos, en su manera cariñosa de llamarme nena, y tampoco puedo olvidarme de todo lo que hemos pasado.
Todo por la avaricia de esa mujer.
Aún dentro de mí estoy en proceso de asimilación. No sé qué pasará cuando él despierte.
A lo mejor sólo dijo eso porque estaba a las puertas de la muerte.
Esa idea me deprime mucho.
Mía me trae un té y sonrío agradecida.
A mí no me gusta el té.
Frunzo el ceño.
¿Por qué me lo habrá traído?
Ella sabe que me gusta el café. La verdad, es que me apetece un café.
Mierda.
Creo que cosita no puede tomar café, ¿no es así?
Suspiro.
Tengo que ver a la doctora inmediatamente.
Siento un beso en mi cabeza y cierro los ojos. Me giro y miro a mi marido.
Estamos cansado, llevamos unos días muy duros. Se inclina y me besa los labios.

—Vámonos a casa, te ves agotada y esta silla no es lugar para pasar la noche. —Frunzo el ceño y bajo la mirada—. Si hay alguna novedad nos lo dirán —dice contra mi sien.

—No quiero irme —rebato en voz baja.

—Pequeña, no has comido, estás helada y muy pálida. —Su voz suena alterada y llena de preocupación—. Por lo menos vayamos a cenar algo a la cafetería.

—Vale —susurro. Su pecho se desinfla de alivio.

El olor de la comida de la cafetería pone mi estómago en alerta.
Me pido un sándwich de pollo, beicon, huevo, lechuga tomate y mahonesa y un zumo.
Ahora me doy cuenta qué tenía hambre.
Christian me mira admirado.

Todas las cosas que nunca te dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora