—Sussi cariño, no pasa nada, este es Rick, ¿te acuerdas de él? —se acercó a ella y, lentamente, le quitó el cuchillo de las manos.

—¿Rick? —me observó durante un momento intentando recordar—. ¿Eres tú? —Yo asentí y ella frunció el ceño—. Para dedicarte a proteger a la gente, deberías saber que no se entra de esa manera a las casas ajenas —respondió con furia al tiempo que abrazaba a su tío. Así que sabía que yo también era guardaespaldas, me desconcertó porque yo no había vuelto a saber nada de ella en todo este tiempo.

—Lo siento Suzanne, no pretendía asustarte —me disculpé pero no parecía que me fuese a perdonar tan fácilmente.

Tuve la sensación de que estaba enfadada conmigo por algo más y yo no entendía el motivo. Nos conocimos al poco de que Allan me acogiese en su casa. Era una niña muy dulce, tímida e inocente que apenas me hablaba; la mujer que había en esa cocina no tenía nada que ver con ella.

—Sussi —interrumpió Martha— hemos recibido otro paquete.

A Suzanne le cambió el semblante. Apretó la mandíbula en un esfuerzo de disimular su estado de ánimo pero, aún así, me di cuenta del miedo que había en sus ojos. Asintió y siguió a la mujer hasta el salón. Allan y yo fuimos detrás de ellas.

El salón era también muy amplio y acogedor. Tenía unos ventanales en un lateral que daban acceso al jardín de la casa. A la izquierda de la estancia había una gran mesa comedor rodeada de unas sillas de madera. A la derecha, se situaban un gran sofá de color crema y dos sillones del mismo color, frente a una chimenea; entre éstos y la chimenea había una mesita de té; encima de la misma, estaba el paquete.

Nos acercamos y Martha nos indicó con la cabeza que nos sentáramos. Allan y yo nos sentamos cada uno en un sillón, dejando a Sussi con su amiga en el sofá. Ella se quedó mirando un instante el paquete. Se sentó y lentamente empezó a abrirlo. Era una caja rectangular y blanca, envuelta con un gran lazo rojo. Su respiración se aceleró cuando vio el contenido. Era un ramo de rosas negras y adjuntaban una nota. La cogió con sumo cuidado para dejar las menos huellas posibles y la leyó. La dejó otra vez en su sitio, se levantó y se fue. Yo me levanté pero Allan me detuvo.

—Es mejor dejarla sola en estas situaciones —me susurró.

Mi instinto protector me indicó que debía abrazarla y decirle que no dejaría que nada ni nadie le harían daño mientras yo estuviese aquí.

Allan y Martha leyeron la nota. Ella se llevó una mano a la boca, estaba horrorizada con lo que ponía. Acto seguido, salió del salón. Supuse que fue en busca de su amiga. Allan me pasó la nota  para que la leyera.

“Anoche estabas preciosa en la cena, cariño. Con ese vestido rojo estabas muy sexy. Tuve que contenerme para no cogerte, atarte a una silla y follarte allí delante de todos para que supieran que ningún hombre te puede tocar a excepción de mí. No vuelvas a bailar con alguien que no sea yo, no me provoques amor. Paciencia, muy pronto serás mía completamente. D.”

—¿Siempre es así de explícito? —sentí náuseas al pensar que alguien pudiese dañar a Suzanne de esa manera—. ¿Ha estado antes tan cerca de ella?

—No, está cogiendo confianza. Nunca antes había estado tan cerca de ella, al menos que yo sepa Rick —contestó Allan—. Por suerte, era una cena benéfica y había mucha gente como para que hubiese pasado algo —se pasó las manos por la cabeza con gesto de preocupación—. La tengo aleccionada para que en todo momento vaya acompañada, incluso al servicio.

—Tienes que contarme todo al detalle para empezar cuanto antes. No quiero que ese cab… degenerado piense que puede ni siquiera rozarla —me contuve bastante para no pegar un puñetazo en la mesa. Los tipos así me daban asco. Si pudiera, les torturaría hasta la muerte.

Mi Protegida, el guardaespaldas de SuzanneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora