Capítulo 5: Los ingenieros

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-Ese no es un saludo muy amigable -rió el desconocido mostrando que no les haría daño-. Soy Andy, ¡bienvenidos a Salvo!

Los supervivientes dudaron en bajar sus armas, pero el chico parecía inofensivo. No superaba los treinta años, pero sus pecas y color blancuzco de piel, sumado a una expresión de niño adolescente, lo hacía parecer mucho más joven de lo que era. Al cabo de unos segundos, Robin ordenó que bajaran sus armas.

-¿No piensan presentarse? -preguntó Robin, manteniendo todavía una distancia acorde.

-Yo soy Andy, y él es mi hermano gemelo Louie -dijo señalando el lugar, al mismo tiempo que Louie salía de los arbustos para hacer un ademán con la mano-. ¡El resto, salga de sus escondites! Han llegado nuevos amigos.

Los demás se retuvieron a saludar con un breve y conciso movimiento de mano. No había confianza entre grupos y la tensión no parecía bajar en ningún bando.

El capitán sintió un flujo muy particular recorrer su cuerpo al observar la figura esbelta de una joven mujer que estaba por detrás. Un pelo lacio y rubio cubría su oreja izquierda. Luego siguió bajando la mirada y un top ajustado dejaba ver un abdomen trabajado. Sus piernas parecían tener un bronceado perfecto. Era realmente hermosa a los ojos del capitán.

-Me pregunto cómo este Andy nos da una bienvenida al paraíso. No estamos precisamente en Disney -susurró Jack al resto de sus compañeros.

-¡Podemos oírte! -contestó un tipo de mediana estatura y barba crecida desde lo lejos. Se lo escuchaba ofuscado por el comentario.

-No sé tú, pero nosotros preferimos vivir en Salvo con fe y alegría. Cuando caes en la desesperanza... Bueno, muchos no vuelven más -dijo Andy intentando sonar conciliador, aunque el comentario de Jack tampoco le había agradado.

-Ajá, ¿y cómo seguimos ahora? -preguntó Robin para cambiar de tema, aunque el capitán también desconfiaba. No podía quitarse la mano de la pistola.

-Déjenos que los llevemos a nuestro campamento. Podrán descansar y recuperar energías. Ya nos presentaremos como corresponde en el futuro cercano.

-¿Puedo hacerte una pregunta, Andy? -dijo Morris justo antes de que el capitán contestara.

-Claro, dime. -Al pecoso se le revolvieron las tripas tras evaluar las infinitas posibilidades de aquella pregunta.

-Imagínate estar en nuestra situación, ¿tú confiarías en un grupo de extraños en medio de una isla desierta? ¿Confiarías? -enfatizó.

-Me gusta tu enfoque, tú y yo nos llevaremos muy bien -respondió Andy sereno, en una calma que le sentaba indomable-. Confiaría porque somos su única opción y también son ustedes la nuestra. Los han enviado aquí con directivas claras, las mismas que nos dieron a nosotros: un grupo vendrá en las próximas semanas sosteniendo bien alto una bandera negra, y deberán confiar en ellos.

-Lo que quiere decir Andy es que no deben confiar en nosotros, deben confiar en el criterio de las personas que los trajeron hasta aquí. Ellos son los responsables -afirmó la rubia que tanto volvía loco a Robin, segura de sus palabras, pero con un dejo de firmeza forzada-. Les han salvado la vida, ¿verdad? Un grupo de personas a las cuales no vieron nunca, una tal Marcela y un equipo de militares los han traído hasta aquí, ¿no es así?

-Correcto, sí -contestó Robin. Las palabras de la joven tenían mucho sentido.

-Allí está la base de tu confianza hacia nosotros y de la nuestra hacia ustedes. No desperdiciemos la segunda oportunidad que nos han dado debatiendo trivialidades -completó por decir la rubia. Ambos lados asintieron mucho más aliviados.

-¿Cómo es tu nombre? -El capitán no pudo contenerse.

-Loreley.

Los dos grupos cruzaron miradas: ¿amor a primera vista? Aquel que conocía apenas un poquito a Robin sabía que olvidar a Viena no sería tan fácil.

-¿Vamos para el campamento? -preguntó Andy con su sonrisa más sincera.

El capitán asintió y Andy los condujo lentamente hasta su refugio. Un recorrido sumido en el silencio, donde solamente se escuchaba el pisotear de los dos grupos, la brisa del viento que chocaba con las hojas de los árboles, el cántico de aves desconocidas y los ruidos lejanos de animales salvajes en su hábitat. Bastante aterrador.

Después de unos treinta minutos de caminata a paso firme, los supervivientes encontraron su refugio. Unos troncos apilados combinados con un techo de ramas y hojas yacían firmes en la superficie, siendo lo único que el grupo de Andy pudo realizar con sus limitadas herramientas. Robin esperó más, y no pudo ocultar su decepción.

-¿Aquí duermen todos los días? -espetó el capitán despectivo.

-Es lo mejor que pudimos hacer. Solo contábamos con un par de hachas y unas cuantas sábanas que los que nos salvaron dejaron tras su partida. Pensar en armar algo más sofisticado es solo una utopía -contestó Andy, sonando conciliador por segunda vez en el día. Su paciencia tenía un límite. No soportaría muchas más preguntas del estilo.

Robin entró al refugio para verlo desde dentro. Había tres intentos de cama, con una serie de troncos gigantes bien armados, hojas y las sábanas que Andy había mencionado. El resto era pura tierra y pasto mal crecido.

-Pueden turnarse las horas de sueño. Nosotros haremos guardia, y mañana cuando amanezca podremos planear una expedición matutina. ¿Qué les parece? -preguntó Andy en su último intento amigable.

-Buena idea, hermano. Les agradezco su hospitalidad. Espero todos tengan buenas noches -respondió Robin al mismo tiempo que invitaba a su grupo al interior del refugio. Había anochecido y estaban extenuados.

-Buenas noches -repitieron todos sin más ánimos de continuar socializando.

Tan pronto el grupo de Andy comenzó a caminar, Loreley se retrasó tras atarse los cordones de sus botas. Cuando quiso acoplarse a su grupo nuevamente, escuchó con su oído biónico una conversación que dos personas estaban teniendo a la distancia en medio de la oscuridad. La rubia no podía determinar quiénes eran ni de dónde venían.

-Estos son los ingenieros del plan Zeta. ¿Deberíamos matarlos? -preguntó una voz desconocida.

-No podemos matarlos. Ya estamos metidos en esto -dijo una segunda voz.

-Entonces será jugarla de infiltrados, y esperar el momento para atacar.

-No podrías haberlo dicho mejor, D.

-No podrías haberlo dicho mejor, D

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Supervivientes #1 | La influencia del capitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora