Primera parte

15 0 0
                                    

En un recóndito lugar, cercano a la ciudad de Ibarra, se esconde una pequeña aldea, oculta por una densa vegetación y árboles enormes que pintan de verde todo su alrededor. Es el típico poblado donde todos los habitantes, contados con los dedos de la mano, se conocen entre sí. En este lugar vivía César Monte, un hombre alto, ojeroso, de contados pelos en su cabeza y barba de tres días sin afeitar, siempre se lo veía por la aldea con un cigarrillo en la boca. Era un hombre trabajador y vicioso a la vez, le gustaban las apuestas y beber con sus compadres. vivía con su esposa Rosita, una mujer trabajadora, de contextura delgada,nariz roma, ojos pardos y boca tónica.

Un día, César salió temprano al trabajo, pero no regresó a la hora habitual que acostumbraba. Su esposa desesperada salió a buscarlo por la aldea, sin resultado alguno y regresó a casa ¡seguro está en una de sus andanzas! -pensó Rosita-mientras sostenía un rosario en su mano. Al día siguiente, mientras el sol apenas salía, golpearon a su puerta, los golpes eran tan fuertes que parecía como si fuesen a derrumbarla, de un brinco Rosita salió de la cama para ver quién era. Al abrir la puerta su corazón se congeló, al igual que todo su cuerpo, era Gustavo el cura de la iglesia quien traía a César inconsciente y lleno de barro en una oxidada carretilla. Su aspecto era tal que daba la impresión de estar más muerto que vivo y eso fue precisamente lo que retumbaba en la cabeza de Rosita. - ¡Mi César está muerto! -gritó Rosita con lágrimas en sus ojos y un dolor tan grande que apenas podía mantenerse en pie.

-No nos queda más que orar y tener fe de que pronto se recuperará-repetía el cura, tratando de consolar a Rosita, mientras de manera recelosa trataba de salir lo más pronto posible de aquella incómoda situación. Tengo que resolver unas diligencias-dijo el cura- y desapareció en medio del consternado y triste ambiente que se formó en el hogar de César. Después de intensas horas de cuidado e incertidumbre, finalmente, César abrió los ojos ante la enorme sorpresa de Rosita. ¡ayayay! -repetía César una y otra vez, con la voz débil y rasposa... ¿Qué me pasó? -preguntaba mientras Rosita no pronunciaba palabra alguna. Todavía no lograba salir de su asombro, era como si su alma todavía no regresaba a su cuerpo.

Entrada la noche, César ya no sentía dolor alguno en su cuerpo, era muy extraño, ya que estaba muy golpeado y era imposible que las heridas sanen tan rápido, lo único que sentía era un sueño muy pesado. Durante la madrugada, tuvo una pesadilla muy inusual y realista, había soñado con don Alfonso, el zapatero de la aldea. Estaba muy seguro de que se trataba de una pesadilla, pues vio a don Alfonso colgado de una soga en la parte trasera de su zapatería. Volvió nuevamente a dormir y no se lo dijo a Rosita porque lo consideró como un hecho sin importancia. Alrededor de las 10 de la mañana se escuchaba murmullos en medio del pequeño poblado Como en un poblado tan pequeño las noticias corren tan rápido, especialmente por la vecina de César y Rosita, Cristina, una anciana jorobada, de larga cabellera blanca, arrugas por toda su cara y con el mal hábito de conocer y entrometerse en la vida de los demás. La noticia se esparció en un abrir y cerrar de ojo de que don Alfonso estaba muerto, se había suicidado, tal como César lo había observado en su sueño. La zapatería pronto estaba rodeada de curiosos y algunos familiares de don Alfonso, esperando la llegada de la policía y las autoridades mientras el cuerpo del infortunado yacía colgado y con el rostro todo morado, con expresión de dolor, sufrimiento y desesperanza. No había ninguna nota que esclareciera su fatídica y fulminante decisión. Pronto llegaron las autoridades y realizaron el levantamiento del cadáver y el cuerpo de don Alfonso fue a parar a la lúgubre y fría morgue. Tan pronto César se enteró de esta sorpresiva noticia, con incredulidad y pesar se puso a pensar "¿Qué diablos a pasado? ¿será esta una cruel casualidad del destino? ¿Por qué se presentó en mis sueños para cometer tal acto de cobardía?... será mejor no pensar en esto" A pretexto de olvidar lo sucedido, se puso a beber como de costumbre su aguardiente. Un cigarrillo se consumía entre sus dedos, llenando de humo la habitación mientras el sueño se repetía en su cabeza. Su esposa Rosita no le prestó mucha importancia, ya que estaba ocupada en otros asuntos y no era sorpresa que se pase el tiempo bebiendo. Llegada la tarde, César seguía sentado y con la botella de aguardiente completamente vacía, no sentía hambre, algo muy raro en él, que era una persona con un apetito voraz, ni las insistencias de Rosita lograron que pruebe un bocado.

Entrada la noche, después del trágico e inolvidable día, el sueño pesado y profundo volvió a acechar el cuerpo de César que cayó como piedra en su cama. De nuevo una pesadilla muy realista y atormentante suscitaba en su cabeza. Gumercindo, un criador de caballos del poblado moría a causa de una estampida propinada por los caballos que el cuidaba. Los caballos echaban a correr del susto debido a un disparo al aire, expulsado del cañón de pistola de uno de los borrachos de la aldea, que, en su alcoholizada inconsciencia, cometía las peores estupideces. De inmediato, César despertó de su sueño, tono nervioso y sudado, temiendo que esta desgracia pudiera volverse realidad una vez más. La incertidumbre lo tomó prisionero de una muerte anunciada. Cuando el sol comenzó a salir se pudo escuchar al borracho caminar y tambalearse por las pedregosas calles gritando incoherencias. En desaforada carrera salió César tratando de detener y evitar que el borracho tire de su arma. Así que se abalanzó sobre él y precisamente fue esa acción la que provocó el disparo. La rabia y culpabilidad se apoderó por completo de César que como un rayo corrió hacia los establos de don Gumercindo, para sorpresa y desgracia, Gumercindo estaba en el suelo, todo polvoriento y desfigurado por los pisotones de los caballos.

Un grito gutural y desgarrador retumbó como eco en la aldea, con lágrimas e impotencia miraba César la grotesca escena y huyó del lugar, en ese momento no supo cómo reaccionar, nunca había presenciado algo así. Corrió despavorido hacia su casa, cerró la puerta y se quedó arrimado en ella, como si evitase el ingreso de algo o alguien. Rosita se dio cuenta que estaba actuando extraño y exigió saber que estaba ocurriendo. Con voz dubitativa César le contó todo acerca de los sueños que había tenido y como estos inexplicablemente se cumplían. Obviamente, Rosita no le creyó palabra alguna y pensó que estaba ocultando algo más. Cayo la noche y César trataba a toda costa evitar quedarse dormido, pues temía que otro de sus sueños extraños pueda volver a matar a alguien. Caminaba alrededor de la casa, de un lado a otro con un cigarrillo en su boca, trataba de mantenerse activo, por fortuna lo logró. Por fin vio la luz del día, con su cuerpo todo tembloroso y privado del sueño salió a trabajar para distraer su mente y no pensar en todo lo que estaba pasando.

Al pasar por el pueblo las personas estaban actuando de manera extraña, nadie respondía a sus saludos, ni siquiera el cura que no negaba el saludo a nadie. Al llegar a su casa Rosita tampoco le dirigía la palabra. César se sentía tan cansado que ignoró todo esto, no pudo aguantar más y sucumbió ante la fragilidad de su cuerpo y mente desgastado. Cayo en un sueño profundo. Esta vez su sueño fue el más trágico y lamentable, pues soñó que toda la aldea era consumida por las llamas, sin dejar sobreviviente alguno. Pudo observar como Rosita con gritos agónicos y desgarradores rápidamente era carbonizada por las abrasadoras llamas. Para cuando despertó ya era muy tarde, las llamas habían avanzado considerablemente. Los gritos de los habitantes tratando de huir de las vivaces llamas retumbaban en su cabeza. Una vez más pasó exactamente lo que había presenciado en su sueño. Maldijo a todos los dioses por su infortunio, maldijo su existencia y sus premoniciones que solo le arrebataron todo lo que más quería. Desesperanzado, sin nada más porque vivir, hallándose solo, ante lo que el describe como un apocalipsis personal, decide acabar con su vida, no soportaba todo lo que había presenciado y echándose la culpa una y otra vez por sus estúpidos sueños. Cerca de la iglesia encontró la pistola que le pertenecía al borracho, estaba cargada con 5 balas, para la suerte de el en ese momento. Sin pensarlo dos veces puso en arma en su boca, cerro los ojos y tiro del gatillo, sorpresivamente, seguía de pie, sin ningún dolor y el sabor de pólvora en su boca. Revisó el arma para ver si la bala quedo atascada, pero contrario a todas sus creencias, solo quedaban cuatro balas en el revolver. Lo intentó nuevamente, esta vez colocó el arma en su cabeza, justo en la sien y jaló del gatillo por segunda vez, pero seguía vivo. En ese momento se dio cuenta que algo no andaba bien y que esto era muy extraño, aparte de todo lo que sucedió antes.

Caminó por la aldea en busca de respuestas, luego de sus fallidos intentos por suicidarse. En la parte trasera de la iglesia se encontraba el cementerio y algo instantáneamente llamó su atención, una tumba muy decorada y la única que estaba cubierta por flores y rosas frescas. Se acercó hasta la tumba hizo a un lado las flores y pudo ver su nombre grabado en el epitafio con la fecha de hace dos días, en la parte inferior se encontraba un mensaje "en memoria de mi querido César, quien me fue arrebatado por un trágico accidente, descansa en paz" en ese indescriptible momento, César se paralizó y miles de imágenes y recuerdos venían a su cabeza. Recordó todo lo que había sucedido en el día del accidente. Recordó, además, como Rosita lloraba ante su cuerpo mientras el cura le cerraba los ojos de su occiso cuerpo. Luego de estas revelaciones, sintió su cuerpo muy liviano y transparente, acto seguido se desvaneció y partió al mundo de lo desconocido.


Entre sueños y muerteWhere stories live. Discover now