Alejó su mirada de aquella luna vanidosa y se obligó a repetir su tediosa lectura previa.

El eco de sus pensamientos hizo preámbulo con los rumores que envolvían aquel lugar de perdición, El cementerio de los vivos:

Lonely Souls.

Cabía la posibilidad de que el texto original, referente al auténtico nombre de la ciudad, hubiera acabado pereciendo a merced de las crudas estaciones y el mal clima.

Si algún otro transitante se armaba de instintos suicidas y reducía la velocidad para enfocar el letrero más de cerca, fácilmente podría concluír cómo alguien de creatividad nefasta había tratado de restaurar la inscripción con pintura barata y espeluznante caligrafía. Y gis. También podían haber usado gis. Aunque seguramente solo era la impresión que confería.

Desde el principio supo que su descubrimiento no podía haber valido la pena.

—Qué estupidez —masculló en su soledad, temiendo la presencia de algún otro ser que pudiera prestarle oído.

Volvió a meterse dentro del auto y lo puso en marcha. Se reprendió a sí misma por haber sometido al kilometraje, por haberse puesto en riesgo a causa de una sencilla curiosidad infantil. El mundo ya no era un lugar pertinente para detenerse a analizar señalamientos, y no podía tenerlo más claro.

Escupió fuera de la ventana con pésima elegancia, alcanzando un vistazo de aquel fluido aerodinámico, para después disponerse a reanudar la velocidad y sorberse la nariz.

Se hallaba atravesando la espesura de un oscuro robledal, que flanqueaba ambos extremos de la carretera por la densidad de ramas gruesas y troncos torcidos. Le sorprendía que la vegetación, en su totalidad, no hubiese desaparecido todavía por capricho humano, aunque suponía que en tiempos como aquellos cosas como la deforestación sería lo último en lo que alguien invertiría para seguir con vida. Milagrosamente, para alivio suyo y de todos los vertebrados razonados, no habían acabado de joder y devorar lo que quedaba del planeta. Aún.

Golpeó la radio para obligarla a encenderse, con el propósito de disipar el ya bien conocido temor alterándole los nervios. Las melodías viejas, irónicamente, al tratarse de reproducciones de percepción aterradora, tristemente entrecortadas, sumergidas en el difuminio, y de pésima calidad, lograban apaciguar el temblor frenético de sus huesudas manos de niña histérica.

Arrugó la nariz por milésima vez.

Si le hubiesen advertido que aquel vejestorio de auto iba a estar infestado por la detestable fragancia a humar de cigarrillo, jamás, en ningún momento, lo habría robado.

Ni siquiera cuando se encontraba bajo la presión de estar huyendo.

Tendría qué haber sido más inteligente. Tendría que haber considerado bien sus opciones. No paraba de repetir los distintos desenlaces que pudo haber aprovechado. Podía haberse apoderado de otro vehículo. Podría incluso haber escapado en aquella estúpida bicicleta.

Tuvo ganas de abrir la puerta y tirarse del coche mientras este continuara en marcha. Tuvo ganas de sentir los neumáticos sobre sus piernas, o escuchar el crujir de sus huesos al romperse, solo si eso significaba dejar de respirar todo ese veneno. Su mente de maniática le inducía a hacerlo. Sus recuerdos oscuros la tentaban a conseguirlo.

Sin embargo, por muy lamentable que fuera, todavía conservaba la cordura, además una ridícula fracción de perseverancia de la que tenía ganas de deshacerse arrojándola por la ventana.

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