Capítulo 8.

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Magnus

—Majestad, ¿me permitiría unos minutos para conversar? —Lorian me intercepta al pie de las escaleras tras terminar la cena.

Tiene una serenidad que sería envidiable si yo experimentara ese sentimiento. Me recuerda a Francis.

—Te escucho, Wifantere.

Se parece tanto a su hermana que cualquiera podría jurar que son gemelos.

—Me gustaría conversar en un lugar privado. ¿Su alcoba estaría bien?

Por todos los muertos que cargo en mi espalda ¿Ahora qué quiere?

—¿Es posible, majestad? —insiste y al final acepto. Entre más rápido me deshaga de él, más rápido podré descansar.

Subimos al segundo piso y entramos a la habitación. Corro las cortinas que había dejado cerradas desde anoche, cuando Emily estuvo aquí. Tengo que dejar de pensar en esa mujer.

—Me gustaría que fueras directo —le pido mientras me siento en el sillón que está al lado de la cama. Extraño mi habitación en Lacrontte, los muebles a mi altura, a mi gusto. Estar tanto tiempo fuera se vuelve insoportable.

Wifantere se queda de pie como un niño asustado. Se lleva las manos detrás de la espalda y se toma unos segundos antes de hablar.

—¿Cree que mi compromiso fue apresurado?

La pregunta me deja fuera de mí. ¿Por qué viene conmigo para tales cuestiones? No soy su consejero.

—Considero que eso es algo que solo tú puedes concluir.

—A veces uno necesita la guía de un amigo.

—¿Y desde cuándo lo somos?

El único amigo que he tenido en mi vida se llamaba Kerel y murió ante mis ojos en mi fiesta de cumpleaños número doce por un disparo en la cabeza. No fue bonito de ver.

—Bueno, quizás me haya equivocado al nombrarlo así.

—Iré al punto, Wifantere.

—Preferiría que me llamara Lorian.

—De acuerdo, Lorian. Te preguntaré algo: ¿la amas?

—¿Se necesita amor para un compromiso?

Ahora me recuerda a mí. Es justo lo que pienso. Vi a mi padre amar a mi madre como si ella fuera la más grande maravilla en el mundo, así que no conozco otra forma en la que se deba amar a una mujer. El problema es que no todos tienen la dicha de Magnus V y encuentran a su Elizabeth, así que no, no es necesario el amor para comprometerse. Es un acuerdo, una unión que trae beneficios. No hay razón para enredar sentimientos que lo único que traerán será infortunios.

Cuando le pedí matrimonio a Vanir, era consciente de que no la amaba. Me agradaba, me atraía, me complacía pasar tiempo juntos, pero no estaba loco por ella. No sentía la fiebre, el furor ni el avasallante frenesí del amor. Sin embargo, cumplía con todos los requisitos que necesitaba de una dama. No tenía por qué esforzarme por buscar a nadie más. No era conformarme, era ser sensato y tomar lo más parecido a lo que quería… Claro, hasta que pasó lo que pasó.

—No, con que no te resulte repulsiva es perfecto.

—Y no me resulta así.

—Entonces no fue precipitado, Lorian. Entiendo la presión que hay sobre un heredero por conseguir esposa. Mi concejo pierde mucho tiempo lanzándome indirectas sobre que a mi edad ya debería estar casado, así que adelante. Hazla tu esposa y no te desgastes con algo que puede que no encuentres jamás.

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—¿El amor? ¿A eso se refiere?

—Ya lo dedujiste. ¿Algo más de lo que quieras hablar?

—¿Alguna vez se ha fijado en alguien en quien no debería fijarse? —Esa pregunta ni siquiera la ha pensado. Es evidente que la traía consigo.

—Siempre y cuando estuviera justificado.

—Explíquese, por favor.

—Si es para lograr un fin, es válido.

—¿Y si no? Si solo le gustó sin más.

—Entonces, sí. Sí me he fijado en alguien en quien no debería.

Vanir. Tenía un novio cuando la conocí y no me importó en lo más mínimo.

—¿Cuándo será la boda?

—Dentro de poco. Mis padres quieren que sea cuanto antes. Estimo que en un mes… o menos.

—Buena suerte, entonces. ¿Algo más en lo que necesites mi visión?

—¿Le atrae la señorita Emily? —suelta sin filtros y, siendo honesto, me da la impresión de que ese ha sido el verdadero motivo que lo ha traído aquí.

—¿Disculpa? —Me hundo en el sillón. Esa pregunta es un balazo certero.

—Creo que me ha oído bien, majestad.

—Lo he hecho. Lo que no entiendo es a qué viene la pregunta. Sea cual sea mi respuesta, es algo que no te compete.

—Me compete. Lo digo en serio.

—No veo una razón coherente para ello. —Se queda callado, negándose a soltar lo que tiene ya en la punta de la lengua.

—Mi hermana siente algo por usted y no quisiera que sufra.

—Su hermana es una mujer casada. No tiene que preocuparse por su felicidad. ¿O es que acaso piensa divorciarse?

—No puede.

—En ese caso, todo está dicho. ¿Algo más?

—Es todo, majestad. Muchas gracias por su ayuda y buenas noches. —Se inclina en una reverencia rápida y sale de la habitación como si esta se estuviera incendiando.

Wifantere, Wifantere. Sé bien a lo que viniste.

****

Francis me acecha por la espalda como un padre que vigila que su hijo no se escape de casa. En cualquier momento dirá algo, estoy seguro. Está buscando la oportunidad adecuada para abrir la boca.

—Vine más temprano. Los guardias me dijeron que estaba usted reunido con el príncipe Lorian.

Ahí lo tenemos. Ya empezó.

—Quería preguntarme cosas de su matrimonio.

Me giro hacia él. Está de pie cerca a la puerta y con las manos unidas por delante del cuerpo. Parece un guardia más que el consejero real.

—Creo que los dos estamos al tanto de la atracción que él siente por usted, ¿verdad?

—Sí, en un punto iba a decirme algo al respecto, pero se arrepintió.

—¿Y qué opina usted?

—Supongo que es de esperarse que se fije en mí. Mírame.

—Hablo en serio. ¿Desde cuándo lo sabe?

—No lo sé con exactitud. Un día lo intuí y desde entonces me ha quedado claro que es así. No soy un imbécil. Él lo disimula muy bien, solo que a veces sus emociones le ganan.

Las cadenas del Rey. [Rey 2] YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now