La situación fue diferente cuando agarré mi maleta. Si bien ahora podía dominar la respiración, no significaba que no estuviera plasmando lejanamente la situación del avión. Una mano en el hombro me sobresaltó y me alejó instintivamente. La señora me sonríó y me evalúó con determinación de pies a cabeza. Bien, me sentí incómoda.

—Niña, estás hecha un desastre. Vas a espantar a los hombres. —dijo codeándose en modo de broma.

Arrugé mi nariz con repugnancia cuando la imagen de Samuel volvió a mí y las ganas de mis lagrimales de desprender las lágrimas acudieron por segunda vez en menos de veinticuatro horas. Arrastré la maleta ,pero mis pies me traicionan, obligándome a arrastrarlos para seguir caminando. La pronunciación de las seis letras que componen su nombre era el problema.No.No solo su nombre. Él lo era, me repito que no he huido, que no he sido cobarde. He sido valiente.

Al menos quiero mantener eso para evitar que el enojo circule por mis venas. Específicamente decepción. No de él. De mi misma.

— ¿El príncipe no tiene que conocer a la princesa convertida en momia para enamorarse de ella? —dije receptiva ,encogiendo los hombros.

En otro momento le hubiese atinado aunque sea una débil sonrisa. Pero mi cuerpo estaba demasiado cansado para eso. La señora negó con la cabeza, a la vez que murmuró una grosería, cuando las ruedas de su equipaje, la detuvieron. Se agachó para ver el problema y, en efecto, le dio una patada. Se irguió, intentó arrastrar la maleta, y esta vez circuló sin problema. Continuó el paso como si nada y la seguí admirando  su fuerza.

— ¿Acaso tus padres no te leyeron ningún libro cuando eras niña? Estoy segura que, en las décadas que he vivido, la historia no transcurre de esa manera. 

A pesar de su contestación, su voz seguía siendo dulce. Incluso la podría comparar con una melodía.

Achiné los ojos.

—Es mi versión y me quedo con ella. —El tono no sonó ni de cerca tan suave como la de ella. En cambio, sonó ronca.Rasposa.Como si un auto hubiera derramado sobre mis cuerdas vocales.

Una vez que llegamos a la parte de la aduana,le tendí mis papeles a la empleada con la mente varada. Ella sonrió amable y le pase también mi maleta para que la pase por una máquina, sin siquiera mirarla. Lo único que esperaba es que termina rápido para largarme lo más pronto algún colchón de segundo mano. No me importaba la calidad. La señora procedía hacer lo mismo, pero con el otro empleado que se encontraba a su lado.

—Me intriga porque has decidido darle ese giro. Hay la misma cantidad de historias que merecen ser contadas como la cantidad de diferentes partículas de hielo que, ahora, está cayendo. —Me giré hacia donde se perdió su vista y coincidí con el gran ventanal que está a nuestras espaldas. Los vidrios estaban tan empañados que temía que si estuviera a su altura, con solo rozar su mano en ellas cederían a romperse de inmediato. Había empezado a nevar. No creía que  mi ropa me abrigara lo suficiente. La voz de la empleada me sacó de mi ensañamiento y me devolvió todo. Me hizo un gesto para que siga mi camino. Retomé los pasos y frené para darme vuelta hacia la señora. Me detuve a observarla, y me percaté que no le había preguntado su nombre, y si lo había mencionado, no pude agarrarlo. El chico le dijo algo y, por su ceño, fruncido le señaló algo en el papel. Volteó la vista y me descubrió en mi posición ya de salida. Moví mi mano en forma de despedida y de agradecimiento, y sonrió para devolverme el gesto.

Arrastré la maleta, y luego de perderme dos veces, y parar extraños para que me orientaran, encontré la salida. No había tenido problema en tomar sus maletas y cruzar hacia el otro lado del mundo. No me generó nada comprender que nadie me esperaba allí. Necesitaba alejarme de lo que se llamaba "hogar". Removí mis manos en busca de un poco de calor, ya que, de tanto frío, cada exhalar formaba vaho donde yo desaparecía.

Las estaciones susurran tu nombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora