Eso, si no fuera porque se levantó del revés, y en lugar de cansancio e indiferencia sentía celos y envidia. Ella también quería.

Pero ahora dile a un dragón obsesionado contigo que quieres que te ayude con algo de ropa. El numerito sería brutal. Kobayashi no podía confiar en la calma y serenidad de Tohru y, en caso de haber venido sólo con Kanna, con el secretismo de la niña. Kanna lo aireaba todo con una facilidad impresionante, lo que llevaría a cortocircuitar la mente reptiliana de Tohru y ya está, Kobayashi estaría huyendo de la loca de su maid de nuevo.

«Qué me costaba haber dicho que no y haber ido sola otro día. Impaciente», se regañó la humana.

La suerte no se puso de lado de Kobayashi de todas formas. Hacia la tercera o cuarta tienda (era fácil perder la cuenta) encontró un vestido que le gustaba. No era nada espectacular, verde oscuro, estampados florales blancos, una faldita... Esa clase de ropa que nunca, nunca, nunca le quedaría bien.

Miró a su alrededor: había algunos clientes, un par de dependientas, las dragonas pululando por ahí cerca... No podía hacer nada. Lo dejó a un lado mientras volvía con Tohru y Kanna con algo de amargura y renegando sobre su oculta feminidad, que sólo aparecía una vez al año para tocarle las narices.

Se iba a acercar a las chicas cuando oyó algo entre medias:

—... Supongo que pensé que le gustaría verme de otra forma. Le encanto de maid y todo eso, pero creo que ya hemos pasado la fase de que sólo soy eso para ella. —Kanna no dijo nada—. Además, creo que se siente mal por algo y no sé cómo ayudarla.

Muchas cosas se le podían recriminar a Tohru; la falta de apoyo no era una de ellas. Tuvo el impulso tonto de ir y contárselo todo, pero fue sólo un segundo. Volvió con calma y luego salieron de la tienda.

—¡Helado! —exclamó Kanna a su manera. Delante de ellas, al otro lado del pasillo, había una heladería que estaba abriendo justamente. Kanna empezó a dar botecitos al son de sus palabras—. Helado, helado, helado...

—Me convendría un descanso —añadió Kobayashi.

Las tres se acercaron a comprar helados y se sentaron en un banco que había cerca. Fue un silencio ocupado en el dulce en el que Kobayashi aprovechó para pensarse si le decía algo a Tohru. Es decir, estaba tentada de comprarse ese vestido aún.

El helado sabía de maravilla. Le hubiera gustado descansar un poco más, antes de que las dragonas decidieran moverse de nuevo.

Pasaron por algunas tiendas de juguetes y de material escolar. Allí Kobayashi se sentía de verdad como papá/mamá porque Kanna empezaba a mirarse mucho más en serio lo que podía o no podía comprarse y la mayor simplemente adoraba sus discretas reacciones cuando encontraba algo mono que le gustaba.

Ahí fue donde cometió el error: sonreír. Qué tontería, ¿no? Se le quedó la sonrisa atrapada en sus labios por la felicidad de Kanna y pasaron a la siguiente tienda después de comprarle un nuevo set de lápices de colores. Ella iba toda contenta mirándolos e ignorando los comentarios de Tohru sobre más ropa, mientras que Kobayashi seguía sonriendo, caminando por su cuenta. Encontró entonces otro vestido que le gustaba, más oscuro, pero que destacaba mejor las plantas estampadas. Era casi igual al otro, de forma.

Miró disimuladamente a Tohru, y la sonrisa desapareció al instante. Ella la estaba mirando de reojo con una sonrisita. Kobayashi hizo como que se desentendía y paseaba por la tienda hasta llegar a ellas de nuevo.

—Así que era eso... —susurró Tohru con diversión.

—¿Qué era el qué?

—No disimules.

Confianza [Miss Kobayashi's Dragon Maid]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora