Acomodé nuevamente el respaldo, cuando jale la sabana para ajustarla a la cama nuevamente, un pedazo de papel cayo al piso.
"Mi psicólogo dijo que tenemos que aprender a soltar. Pensé en ayudarte a superar la muerte de tu padre. De nada. -Cady Pinkman."
Mi mano se hizo puño sobre el papel. En la cama donde suponía que había estado la hoja apoyada momentos antes, se encontraba una de las muchas fotos que papá había tenido en su habitación. De él y yo abrazándonos afuera del Grand Montagne.
»»»
Limpié mi nariz con la manga de mi blusa. Habían pasado minutos, tal vez horas, no me extrañaba si fueran días, en los que había estado llorando sin parar. Sentía una sensación de perdida en mi estomago, justo como lo había sentido cuando papá había soltado mi mano, después de días de estar sosteniéndola. Era literal, la sensación, y horrible. Tener un hoyo en tu estomago que sentías que jamás se volvería a llenar. Y el hoyo te succionaba, succionaba de alguna extraña forma los órganos a su alrededor, haciendo más intenso el dolor. Y las emociones, como si nunca pudieras dejar de llorar, porque cada minuto que llorabas el hoyo se lo tragaba y tenías que volver a empezar.
Aplasté una mano sobre mi estomago, intentando deshacerme del agujero, pero no sirvió. Un suspiro entrecortado salió de mis labios, y las lagrimas siguieron y siguieron saliendo. No había quedado nada, lo único que me había dejado de mi padre fue la fotografía arriba de mi cama, y supuse que las que estaban en la sala, no había tenido las fuerzas para ir a asegurarme. Mejor dicho, no había tenido las fuerzas para darme cuenta que tampoco estaban ahí.
—¿Qué tienes? —levanté la cabeza desde donde la había tenido escondida entre mis rodillas. Ni siquiera había escuchado a alguien subir. O entrar.
Kade se encontraba recargado en el marco de la puerta, mirándome con el ceño fruncido en confusión. Su metro noventa y tantos solo sirvió para hacerme sentir más chiquita. Diminuta, sin algún control sobre mí y mi eterno llanto. Y no pude evitar el puchero involuntario que formó mi labio. Volví a esconder mi cabeza, intentando reprimir las lagrimas.
Escuché de lejos cuando se aclaro la garganta. No necesitaba esto. No lo necesitaba a él. Porque en el momento en el que empezara a mencionar lo ridícula e insoportable que era, me rompería en mil piezas, y lo último que quería era que Kade Román me viera llorar a moco tendido.
—¿Te vas a mudar o algo así?
Negué aún con la cabeza escondida, se hartaría pronto. Si no soportaba escucharme parlotear, menos soportaría verme llorar. Así que solo lo ignoraría. Y se iría, y yo podría seguir llorando a gusto.
Pero no se fue, su pie golpeo el mio con apenas algo de fuerza. Lo suficiente para que volteara hacia un lado y lo viera por el rabillo del ojo. Se colocó en cuclillas delante de mí. Intenté recuperar un poco de mi bravuconería habitual y tome un profundo respiro, mientras levantaba la cabeza. —No estoy de humor para follar, Kade. —lo dicho no salió como lo planee, me tembló la voz horriblemente.
Recorrió mi rostro, con las cejas alzadas. —Oh, se nota —asintió. Podría estar de acuerdo con él. No tenía duda que me encontraba hinchada de los ojos, la nariz, la boca. Llena de manchas rojas. Los ojos llorosos y la nariz chorreada. —¿Qué te pasa?
Apreté la mandíbula para no romper a llorar una vez más, porque sorprendentemente su voz aparento un poco de suavidad, solo un poco. Todavía parecía lo suficientemente incomodo para levantarse e irse en cualquier momento, le pase el estúpido papel que Candace me había dejado y volví a escurrirme entre las rodillas.
—Era la habitación de mi papá —mis rodillas amortiguaban levemente mi voz entrecortada—. Se llevo todo de él.
Probablemente no me había entendido eso último, ni siquiera yo me había entendido.
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Barrabrava.
General FictionÉire lleva toda su vida siendo un Casuals, llevada desde niña al estadio Grand Montagne por su padre, Éire vive por y para su equipo, por y para su hinchada. Con la muerte de su padre, queda un lugar disponible en los líderes de Los del infierno, l...
Veintitrés.
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