Capítulo 1.- Llegada al pueblo de Eclemont

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En las afueras de una arboleda profunda que rodea al prado en que el que se encuentra un pueblo, me encuentro con mi equipaje. Mi deseo de regresar al pueblo natal de mi abuela materna, al que venía de forma ocasional en vacaciones escolares, por fin se ha cumplido.

En la profunda arboleda, hay dos caminos que la atraviesan. Yo me hallo en la que está al suroeste. La otra se orienta al noroeste, como una herradura que conecta con la calle principal del pueblo. El tamaño del mismo es lo suficiente para albergar sus 639 habitantes, con sus espacios recreativos y de suministro. En palabras simples, un modesto lugar en el que el flujo de personas no se ha inmutado a lo largo de 40 años, a excepción de familiares que buscan una mejor vida en las urbes.

Pero eso no es todo. Este pueblo tiene una particularidad que lo hace destacar de uno normal: el hecho de haber más mujeres que hombres. Estadísticamente, por cada niño nacido, habrá 6 niñas. Y al crecer, el 80% se irá por una matrícula universitaria a una ciudad lejana. Por cierto, lo que no hay en Eclemont es una universidad.

En su mayoría se verán mujeres de distintas edades, y por la falta de hombres, su cultura permite la poligamia. Un paraíso secreto. Exacto, no les haré saber su ubicación. Y de paso, mi motivo de mudanza.

Caminando, mientras admiro la naturaleza, más allá en la carretera suroeste a la entrada del pueblo, me esperaban cuatro mujeres en una van celeste. Dos de ellas son gemelas y hermanas menores de la conductora, hermosas pelirrojas con una altura que supera la mía; y la otra es su vecina, todas amigas mías.

Al verme, simulo una vívida sonrisa y Heather, la mayor, hace sonar el claxon de su bebé.

― ¡Ya iba siendo hora de que aparecieras, cabeza de chorlito! ―grita desde la ventana la gemela mayor.

― ¡Molly! No insultes al idiota, idiota ―reprende la castaña luego de darle un coscorrón a la ya mencionada.

― ¡Mira quién habla! ―refunfuña mientras se soba la cabeza.

―Por favor, hieren mi dignidad como hombre ―llevo mi mano derecha a mi nuca expresando una sonrisa llena de vergüenza.

―Eres uno, resiste ―dice mientras me dedica una leve sonrisa.

―No es gracioso, Heather.

―Por supuesto que no. ¿Cuándo vas a subirte?

―Hasta que se disculpen por este pobre insecto varado en el camino ―dije mientras cruce de brazos.

―No tienes dignidad.

―Callate Holly. ¿Y qué pasó con Danny?

―Se mudó a quien sabe dónde después de casarse con Lea.

―Bromeas.

―Dice la verdad.

―Si Jenni lo dice...

Después de abordar, nos dirigimos a la residencia donde me iba a hospedar. Para mi infortunio, no sería en casa de las pelirrojas. Mientras me ponían al tanto de estos 10 años, forzando una sonrisa natural, obtenida por experiencia, Heather cambió su semblante por uno molesto y me dijo con seriedad:

―Deja de fingir sonrisas. ¿Creíste que no me iba a dar cuenta? ―Jenni intentó detenerla pero no le dio oportunidad― Quiero de vuelta al chico al que no le importaba lo que los demás le decían de su estado de ánimo. Extraño al Joshua depresivo, divagante. Siempre traías la máquina de escribir de tu abuela en los veranos. ¿Dónde está ahora?

En respuesta a su opinión, mi rostro se apagó, soltando un suspiro que se contuvo por más de 6 años.

―Estará en camino dentro de 8 días.

―Yo también extrañaba tu profunda voz. Cuando hablaste con ese falso tono, honestamente me molesté contigo.

―Entonces discúlpame. Fui influido por quienes me rodeaban. Deseando bonitas caras, por eso me harté de la ciudad...

―Y viniste aquí ―asentí a la confirmación de Molly―. Y yo que pensaba que querías terminar por dar el paso con Heather ―en ese momento, la van se sacudió y paró de forma abrupta, haciéndome chocar contra el respaldo del asiento del copiloto. Ya que no lo mencione, lo reportaré: Jenni es la copiloto, Holly está a lado mío y Molly detrás de ella.

Heather sostenía el volante con fuerza y al cabo del momento siguiente arrancó. Los primeros minutos tuvieron una atmósfera incomoda, por lo que Jenni encendió la radio, pero no surtió efecto. Mientras Holly reprendía físicamente a su gemela.

Ya en mi nueva residencia, bajé mis cosas y tan pronto lo hice, Heather dijo que iba a dar un paseo y se fue dejando tiradas a sus hermanas, quienes se aburrieron después de una hora y se fueron. Jennica me acompañó a la tienda de abarrotes más cercana donde, ella sin verme, compré dos cajetillas de cigarrillos.

De regreso a mi casa, me dispuse a fumar en el pórtico. La casa es de madera pintada de un claro turquesa, con dos ventanas señalando los dormitorios y una mostrando una sala vacía. Las tejas teñidas de limón contrastaban de manera horrible y el garaje cerrado, lleno de cachivaches de la anterior dueña, una recién fallecida de identidad irrelevante. Solo sé que no era joven.

―No puedo creer que fumes ―me volteé a ver a su dueña.

― ¿Quieres uno?

―Por favor ―lo enciendo y ella lo aspira―. No puedo creer que te diera la oportunidad de mi primera vez ―me miró lascivamente

―Lo bueno es que hay una cama en mi habitación y si quieres tengo condones en mi maleta ―arqueo la ceja en sorpresa a mi comentario― ¿o acaso lo quieres hacer en las escaleras?

―Ahora no puedo creer que tu mente haya sido violada por perversiones sexuales. ¿Dónde está tu mente pura, como la de un niño?

―Los niños maduran, aprende a vivir con eso.

―Ah. Qué aburrido. Por cierto, ¿y cómo vivirás? ¿Ya tienes un trabajo?

―Ya, consejero en la secundaria. Mi título en psicología me respalda más que suficiente.

―Oh. Ya veo ―exhala el humo. Así estuvimos unos minutos hasta que ella se despidió al terminar su cigarrillo.

Eclemont [Hiatus]Where stories live. Discover now