-En Sudamérica, mamá -aclaró Tyler.

-Sé dónde está Brasil, hijo.

-¿Cuánto pide?

Juan le dijo la suma. Violet no manejaba los valores de todos los viajes en barco, aun así comprendió que era demasiado. Sin embargo, pensó que uno de sus collares bien valía el gasto.

-Pagaré. Usted va con nosotros, ¿verdad? No se atreverá a subirnos a ese barco y marcharse por su cuenta.

-Sí, voy. Después le devolveré el dinero de mi pasaje.

-No se preocupe por eso ahora, Juan. ¿A qué hora abordamos?

-Saldrá mañana temprano.

-Está bien. Diga al capitán que cuando abordemos le pagaremos, nunca antes.

-Sí, señora.

Consiguieron un cuarto en el prostíbulo de la isla para pasar la noche. Violet no quiso que Juan se apartara de ellos, y prácticamente lo obligó a dormir sobre el piso, junto a la cama que ocupaba ella y los niños. Su sueño fue intranquilo, quizás por el cansancio o las emociones acumuladas. Gracias a eso fue capaz de percibir que alguien entró a la habitación en algún momento de la madrugada.

Abrió los ojos asustada y el chillido que escapó de sus labios no solo despertó a Juan y a los niños, sino a todos los que dormían cerca, ya que al momento que Griffin le puso las manos encima al merodeador había una cantidad considerable de rostros en la puerta de la minúscula habitación.

-¡¿Qué sucede aquí?!

Un hombre gordo con un fusil apuntaba a Juan y al ladrón, mientras una mujer mayor vestida de bata roja que dejaba entrever el corset y una pierna cubierta de medias negras observaba con ojo crítico.

-Sí. ¿Qué sucede aquí?

-Este hombre entró a hurtadillas a la habitación -acusó Violet sacando la voz, firme y fuerte.

-¡Soy inocente! -exclamó el hombre-. Me equivoqué de cuarto.

-¿Tiene objetos de valor, querida? -preguntó la mujer con mirada codiciosa-. Podemos dejarlas a buen recaudo en mi caja fuerte.

-No -respondió Violet con rapidez-, solo el anillo de bodas, pero ya se lo dimos al capitán del barco, ¿no es así querido?

-Mi esposa tiene razón, señora. No tenemos nada de valor, por eso me extraña que alguien intente robarnos.

-Repito que me equivoqué de cuarto. Buscaba a Iris.

-Este idiota siempre se mete a cualquier cuarto -repuso una mujer joven, de cabello negro y labios muy rojos que destacaban contra su rostro pálido.

Toda la audiencia quedó expectante, esperando la decisión de Juan que aún mantenía al hombre apresado por la espalda. Finalmente lo liberó, no sin antes ofrecerle una amenaza velada con los ojos.

Enseguida, Juan se dispuso a mirar por la ventana para saber si amanecía, pero el canto de un gallo le indicó que ya podían marcharse rumbo al puerto. En el barco podrían descansar un rato para reponer las horas de la noche.

-Bueno, si nos dejan, queremos recoger nuestras cosas -dijo Juan, poniéndose manos a la obra.

-Es muy temprano para que se marchen -objetó la regenta del lugar-. Mandaré a prepararles el desayuno.

-No es necesario -repuso Violet, comeremos en alguna taberna del puerto.

-Solo encontrarán marineros borrachos.

-Mi esposo no permitirá que nos molesten.

-¡Oh, sí, es cierto!

El capitán del barco, en cuanto vio el collar de zafiros, insistió en otorgar su camarote a la «familia Griffin». Él sabía cómo atender a quien pagaba bien, así que se mostró más que dispuesto a oficiar de buen anfitrión, inclusive aconsejando a Violet que no se paseara por el barco para no tener que ver a «esos negros inmundos», ya que confundió su expresión molesta con una de repugnancia, reacción que estaba muy lejos de sentir por esas pobres criaturas.

El capitán del barco Lisboa, no dejó de mirar ni por un segundo los ojos azules de Violet, que para él eran lo más hermoso que había visto en su vida. Tuvo la sensación de que eran más azules que el abismo más profundo del mar.

El capitán Joaquim de Almeyda era un hombre no mucho mayor que Juan Griffin, de similar estatura pero de cuerpo fornido sin llegar a parecer obeso. Su cabellera negra y abundante, aunada a un par de ojos negros que parecían traspasar todo lo que observaban lo convertían en un personaje sumamente atractivo. Juan era definitivamente guapo gracias a su mezcla anglo-latina, pero el capitán Almeyda era alguien capaz de capturar todas las miradas gracias a su gran magnetismo. Por supuesto, Violet a pesar de ser una viuda respetable, o una mujer casada para los efectos del viaje, tampoco quedó indiferente a la cercanía del capitán, y él, un hombre ducho en las artes de la conquista gozó poniéndola nerviosa: antes de que terminara el viaje ella caería en sus redes, total a él no le importaba que estuviera comprometida.

Por su parte, Juan se dio perfecta cuenta de la situación, y debió hacer acopio de toda su templanza para no darle un par de puñetes allí mismo al dichoso capitán del Lisboa: ahora no solo tendría que cuidar a Violet de todos esos hombres del barco, sino que además, tendría que mantenerla alejada de las garras del portugués sinvergüenza.

Tempestades del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora