–No veré nada producido por Disney.

Mike asintió con fuerza.

–No tiene que ser una película, podemos ir a cenar. Yo pagaría.

Pete pensó cuales eran las posibilidades de encontrarse con sus amigos en un lugar abierto y con luz. Supuso que ninguna, siempre que no fueran a una cafetería todo estaría bien, pero ¿era necesario? Después de todo, no eran una pareja ¿por qué necesitaban tener una "cita"? Esa parte se le habían saltado hacía meses cuando todo inicio. Era innecesario, además en todo el verano no había dejado su remolque ¿por qué empezar ahora? Y por el idiota de Mike.

–Solo sería una vez, te lo juro–Mike entrelazó sus dedos con los suyos–. Si no te gusta siempre podemos volver y quedarnos en tu remolque.

Entonces besó sus nudillos, causándole cosquillas.

Eso es jugar sucio, pensó Pete.

Sabía que luego se golpearía mentalmente por ello, pero en ese momento pensó que quizás no sería tan malo tener una primera cita. Que equivocado estaba.

Apenas vio el lugar, quiso huir. El lugar era absurdamente elegante para ser una maldita cafetería. El tema era Londres, cuadros del Big Ben y una caseta de teléfono roja adornaban el sitio y un olor a té dulce infestaba el ambiente. Había muebles de madera, madera real y sillones, mil veces mejores que los de un Starbucks. De camino a la mesa más alejada de todas, y mientras era prácticamente arrastrado por Mike, Pete contó al menos cuatro osos Paddington. Estaba seguro de que sus amigos jamás pisarían un lugar tan insulso como ese, lo más probable era que ahí iban todas las chicas en su primera cita o que aspirantes a únicas y diferentes iban a leer un libro como los que autores conformistas como John Green o Rainbow Rowell sacaban cada año. ¿Desde cuándo había uno de estos lugares en South Park?

La situación no mejoró cuando vio la camiseta de la mesera que fue a atenderlos, "Yo no soy una princesa, yo leo", entonces lanzó un gruñido para nada disimulado y despectivo.

–Solo es moda– reaccionó Mike.

Intentó tranquilizarlo tomándolo de la mano, pero Pete la alejó rápido como un gato.

Mike le sonrió a la camarera, con nervios a flor de piel y solo pidió dos cafés simples.

Pete rodó los ojos y se dispuso a sacar su caja de cigarrillos.

Mike suavemente.

–Sabes que no puedes fumar aquí.

Pete frunció el ceño tanto que Mike llegó a pensar que le quedaría así para siempre. Pete, aun con el ceño fruncido, estampó el paquete contra la mesa, probando un ruido seco contra la mesa de caoba, haciendo que más de uno de los presentes volteara a su dirección.

–Esta cita está resultando una mierda.

Mike cruzó los brazos.

–¿Podrías al menos intentarlo? –tenia la frente fruncida, algo que Pete pocas veces había visto– ¿no crees?

–¡¿Yo?!

Se puso de pie iba a gritarle a Mike un par de cosas que se llevaba guardando desde que entró ¿acaso no se daba cuenta que lo había intentado? Entonces algo, mejor dicho, alguien llamó su atención. A solo unas mesas de él, había un niño bastante familiar. Pero le tomó unos segundos descubrir quién.

–¿Firkle?

Mike volteó hacia donde Pete miraba.

El más pequeño de los góticos se encontraba ahí leyendo un libro que ocultaba casi todo su rostro.

Pike SeasonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora