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           Tengo un hijo. Tiene ahora siete años. Aprendió a leer y a escribir tan rápido que ni siquiera me molesté en llevarlo al preescolar. En sus ojos hay un brillo como de un lago siendo iluminado por el claro de la luna. Sus risas cobijan el río de frías lágrimas que llevan años corriéndome por las mejillas. Han sido por ende los siete años más bellos de mi existencia.

           Entre mediocres escritores, egocéntricos pintores y novatos poetas, me hallo yo. Pero él con sus tintineantes dedos es un Dios creador por si mismo, un pequeño buda que no sabe nada de sabiduría, no conoce la ansiedad de la resistencia opuesta a un pedazo de papel, todo lo que él ve lo llena de color, le das una pared blanca y te la pinta con un mural espectacular. A veces me pregunto, ¿a dónde fue esa brillante niña que como él era un prisma independiente? Todo lo que él hace, lo hace sentir orgulloso, ha hecho caricaturas de conejos comiéndose las flores de un jardín de nubes por debajo de la mesa del comedor a mis espaldas ¿Cómo podría yo regañarle por tal astucia, por tal seguridad en su arte e imaginación, que yo por otro lado carezco? Cuando no entiende algo se forman en su mente pequeños pensamientos que lo ubican en su propia realidad, explica con sus propios creyones lo que le conté hace dos horas a su padre, intentando resolver un problema del trabajo. Si le cuento algo acerca de la caja de ahorros del banco, él lo transforma en un cofre del tesoro, me pinta con una llave en forma de pescado alrededor del cuello, me dibuja una gran aleta roja y dice que soy la sirena guardiana del secreto del mar. Cuando le pregunto a cuál mar se refiere él me responde que el mar de las perlas escondidas, y relata la historia de un delfín que reinaba el imperio de los resbalosos, y que una gran nube de arena, seguida por un huracán secó a todos los animales que vivían en el reino resbaloso, los dejó con una piel muy mugrienta; pero después de veinte años la arena se transformó en perlas, dándole vida al reino nuevamente. Yo, la sirena guardiana del secreto del mar, soy la única que tiene el acceso al cofre que escondía la razón de la transformación de la arena en perlas. Claro que, yo lo cuento de una manera diferente a como él lo hizo, y aún así si yo intentara explicar la historia de la manera tan emocionante y talentosa con que él me la contó a mí, sólo llegaría a intentarlo. 

         La alegría suya, inocente, sin malas intenciones, su cabello ondulado y sus grandes ojos me hacen sentir cerca de esas ilusiones y sueños que envejecieron entre mis dedos, que poco a poco se vuelven más secos. Él no se ha visto afectado por la gran ventana de oscuridad y saboteo que uno como adulto siempre deja abierta. Es difícil ser adulto, pero más difícil es ser padre, quieres siempre estar al lado de ese niño que con esa alegría natural se mece y juega. Nunca queremos ser ese adulto que se siente oxidado y que le falta aceite. Y no sólo me pasa esto con mi hijo, me pasa esto con muchos niños, los niños que no han sido afectados por el desespero del mundo exterior, son los que me llaman, y no sé cómo explicarlo, es algo eléctrico. La manera de ver de los niños es la mejor manera de vivir. Hay que quitarse más a menudo esa máscara de padres, ese manual de "Cómo educar a tu hijo", porque sino criaremos al mismo niño. 

            Me fascinan los niños, me encantó estar embarazada, los primeros meses era como tener un regalo sorpresa, un secreto, un pequeño ángel que con la noticia transformaba un ceño fruncido por las dificultades, en un abrazo y una sonrisa. Era la sirena guardiana del secreto del mar, y él transformaba la arena en perlas. Cambió mi mundo, fueron asombrosos los primeros síntomas de embarazo, mi esposo se preocupaba por mi sensibilidad, por ejemplo, cuando veía mujer bonita y rompía a llorar en la última escena. Cuando eso no sabía que estaba embarazada, pensaba lo que las típicas madres novatas piensan en sus primeras semanas: "No te preocupes Mercedes, creo que debe ser algo que comí antes de venir a tu casa" "Me encanta el pollo asado, últimamente lo único que Henry me prepara es eso" Pues quién diría que el día de la marea roja no se presentó, ni a la semana en que hipotéticamente llegaría ni a la siguiente. El momento de la duda llegó, y fue como si alguien encendiera en mí un yesquero, me ardieron las entrañas y se me enfriaron las manos, no había pensado en esa posibilidad. Un bebé no estaba en mis planes, tenía que viajar para otro estado en dos semanas para un evento donde mi nueva colección de invierno se vendería, además de eso debía preparar una o dos reuniones con posibles auspiciadores para un gran desfile de modas que quería organizar, aparte había que terminar de instalar las nuevas cerámicas de la cocina. No podía concentrarme en tantas cosas, no podía postergar lo de la cocina por ir al ginecólogo. Pero cuando esas dos líneas se reflejaron, nada de esas tonterías se cruzaron por mi cabeza. Tenía una vida dentro de mí. Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron, la cálida presencia casi fantasmal de un misterio maravilloso que sólo las paredes del baño de mi casa sabían, era tan abrazadora que rompí en lágrimas. Era como si la vida me hubiese puesto en bandeja de oro la inminente respuesta que me había aterrado en un principio. Pero en ese momento no podía sentir más que amor. Esperé esa noche, conversando en mi mente con el nuevo y encubierto compañero que tenía en mí, contándole lo que haría en ese futuro cercano de nueve meses. Hay muchas partes de nuestro cerebro que no usamos, estoy segura que le pude decir palabras hermosas a ese bebé, y no sólo eso, sabía que él las entendería a la perfección. Fue el encuentro de algo nuevo, de algo que cambiaría mi identidad para siempre. No pude esperar, simplemente cuando Henry abrió la puerta le dije que estaba embarazada. Él llevaba la bolsa de supermercado llena de pollo para asar. La soltó de golpe. Se petrificó. Por un momento me asusté, pero no tenía nada de qué temer, con Henry nunca había nada qué temer. Me sonrió y allí yo reí. Me beso toda la cara, y me dijo: "Tener un hijo tuyo es lo que más me haría feliz en este mundo."

        Mario sólo ha escuchado palabras hermosas acerca de él. Temo el día en que deje de escucharlas, pero bueno, nada es eterno, ni siquiera la inocencia, de hecho, es lo que más fácil se rompe en un ser humano. Aún cuando la pierda, sé que lo superará, todos lo hicimos, va a retroceder, y se reconocerá de nuevo. Seguirá pintando bajo la mesa del comedor hermosos diseños de jardines fantasía, seguirá devorando las paredes blancas que encuentre, seguirá creando su propio mundo, donde con creyones y purpurina, hará perlas donde sólo hay arena y descubrirá que el secreto del mar es él mismo. 

MARIOWhere stories live. Discover now