- Capítulo 4 -

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Venice estaba con los niños, enojada después de tener que haberlos separado cuando se estaban peleando.

—¡Yo no lo hice! —protestó enojado.

—No me grites, Mark. Ahora vete a tu habitación. No vas a salir de ahí hasta que aprendas a jugar sin pelear con tu hermano —ordenó, firme.

El niño se soltó en llanto, pero obedeció. Más tarde seguramente, bajaría arrepentido a disculparse con su hermano, como siempre. Respiro hondo y volteó a donde Julián esperaba de pie, una vez que Mark subió las escaleras y se adentró a su cuarto.

—Mami...

—Julián, ve al patio y juega allí hasta que la comida esté lista. Y no me hagas enfadar tú también.

El niño abandonó la sala, dejando a una muy alterada Venice a solas con su hijo mayor.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Mark no quiso prestarme el muñeco de Julián, ni siquiera era suyo, pero yo se lo pedí igual y me dijo que no, y le pregunté a Juli si me lo prestaba y me dijo que sí, pero Mark no me lo quería dar —explicó con prisa, las palabras le salían atropelladas.

—¿Y le pegaste a tu hermano para que te lo diera, John?

El niño titubeó, —. N-no.

—No me mientas.

—¡Él también me pegó!

Venice tomó otro respiro, obligándose a calmarse antes de perder la paciencia. John la miraba con cierto temor en la mirada, era la primera vez que ellos habían peleado así al punto de golpearse, Venice jamás los estaba regañando porque solían comportarse bien. y muy pocas veces lograban que ella perdiera la paciencia.

—Tú ya eres mayor, y debes aprender a tener paciencia y ser bueno con tus hermanos. Ya hablaré mejor con Mark cuando su enojo se pase. Ahora quiero que vengas conmigo, me ayudarás a cocinar, ya no vas a jugar. Y después irás a pedirle una disculpa honesta a tu hermano y él a ti.

—Pero yo estoy jugando con Julián, él estaba peleando.

—Tu también estabas peleando. Y si me discutes, te voy a castigar por semanas, y no habrá juegos para nadie. Hasta que aprendan. Ahora, vamos.

No hizo más reproches, pero tampoco es que estuviera contento con ello, aun así, acató la orden de su madre y la siguió. En la cocina Venice había comenzado a preparar un pastel de carne con vegetales salteados. John los lavó y comenzó a cortarlos mientras ella se encargaba del fuego. Cuando la hora pasó y la comida estuvo lista, Steve llegó a tiempo para el almuerzo. A pesar de que era domingo, igual era día de trabajo para él. Hoy había salido temprano porque en la tarde debía viajar de improviso. Venice no estaba enterada. Llegó, habló con los niños y los obligó a darse una disculpa mutua antes de sentarse a la mesa. Después, mientras almorzaban, se lo comunicó a Venice.

—¿Debes ir a Los Ángeles? ¿Ésta tarde? —repitió, incrédula.

—Sí, bueno, es que me harán una prueba hoy, y si lo consigo, me promoverán de puesto, a gerente administrativo, ¿no sería fantástico?

—Sí, claro. Pero nuestra vida está aquí en Chicago —dijo, poco emocionada con la idea—. ¿Por qué tendríamos que irnos y dejarlo todo solo por un trabajo?

—No es sólo un trabajo, es el trabajo que he querido siempre —corrigió—. Además, solo sería por unos meses, no tenemos que dejar todo. Solo viviremos allá un tiempo. Luego volveríamos a Chicago y yo seguiría trabajando desde aquí.

—Exactamente como lo haces ahora.

—Pero con un mejor, mucho mejor, sueldo.

Ella no se mostró para nada contenta, a pesar de que era el trabajo soñado de su compañero de vida; aun así, no se molestó en disimular su disgusto por la idea.

Tuya, Por Hoy ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora