Increíble. Por desgracia, la parte en la que estábamos con Duna y yo no podía dejar de hacer las cosas bien ni aunque intentara que éstas se torcieran se había acabado. Abajo planes románticos: ahora sólo estaríamos solos, intercambiaríamos regalos (que, por Dios, esperaba que fueran suficiente y no la decepcionaran; esto de salir con un chaval al que le pagan un sueldo de mierda por jugarse la vida cada día en el asfalto londinense puede que no sea tan glamuroso como parece, si no puede permitirse diamantes), veríamos una peli y yo me esforzaría en hacerle alcanzar el mayor número de orgasmos posible antes de dormirnos, agotados, sudorosos y acurrucados, en mi cama.
Bueno, por lo menos teníamos la novedad de cambiar de postura. Pero la cutrez de pedir una pizza o cenar comida recalentada no la íbamos a evitar: la reserva de los Jardines de Kew se pagaba por adelantado, y francamente, tampoco soy tan mal hijo como para hacer que mi madre renuncie a una noche especial con su marido porque tiene un hijo que es soberanamente inútil y no es capaz de hacer aunque sea un mísero filete. Y ni de coña iba a pedirle a Sabrae que cocinara: aquél era su día, era mi princesa y tenía pensado consentirla en todo lo que pudiera. Si me pidiera que la llevara a cuestas porque estaba cansada, le dolían los pies, o simplemente no le apetecía caminar, yo la llevaría a cuestas. Joder, haría el puto Camino de Santiago cargando con ella si se le antojaba. No era capaz de decirle que no.
Por eso me extrañó tantísimo cuando llegamos a casa y me encontré con las luces de la cocina encendidas, algo de lo que jamás se había olvidado mi madre.
-Qué raro...-murmuré para mis adentros-. Mamá nunca se deja ninguna luz encendida.
-¿No están tus padres?-inquirió Sabrae con inocencia; debía de pensar que me la traía a casa para una cena formal con sus suegros. Por su tono sospeché que se emocionaba pensando en que me tenía solo para ella, como si mis padres quisieran ver cómo lo hacíamos. No es que me molestara hacerlo cuando había gente en casa (me había acostumbrado a concentrarme en mi compañera de cama y nada más cuando habíamos ido a Chipre y mis amigos estaban al otro lado de la pared), pero eso de poder hacer todo el ruido que nos diera la gana me atraía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
-No-respondí yo, dejando las llaves en la bandejita del vestíbulo y quitándome la chaqueta. Acaricié a Trufas, deseando que el conejo pudiera hablar para entender qué pasaba, porque tenía todo el vello de la nuca erizado, intuyendo que algo no iba bien-. Tenemos la casa para nosotros solos unas horas; se han ido a cenar a los jardines de Kew.
Fue entonces cuando noté el olor a comida y escuché el sonido de la placa de inducción trabajando a plena potencia, y una palabra me atravesó la mente. Mimi. No podía creérmelo. Mi hermana sabía lo importante que era para mí tener la casa libre, y, además, no había terminado su clase de baile. Por un instante, me asusté: ¿de verdad había cancelado su sesión de baile intensivo y había decidido que le apetecía hacer de chef sólo por joderme? ¿Dónde estaba nuestra intimidad, entonces? No es que mi hermana no me hubiera demostrado con anterioridad que haría lo que fuera por joderme una buena noche con Sabrae, pero... me cago en la puta, esto era pasarse incluso si se trataba de ella.
-Jo, ¡qué guay!-exclamó Sabrae, sonriente, ajena a que acabábamos de perder la poca intimidad que nos quedaba. Igual deberíamos hacer eso para la próxima.
-Sí-murmuré, distraído-. Eh... estaría bien-respondí sin apenas escuchar lo que Sabrae me decía, y entonces, eché a andar hacia la cocina, dispuesto a montarle un pollo a Mary Elizabeth de aquí te espero. Puede que Sabrae se enfadara conmigo por poner a mi hermana en su sitio, pero es que me tenía hasta los cojones, la niñata caprichosa ésa, todo el día haciendo lo que le daba la gana.
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B o m b ó n (Sabrae II)
RomanceHay dos cosas con las que Sabrae no contaba y que le han dado la vuelta a su vida completamente: La primera, que Alec le pidiera salir. Y la segunda, que ella le dijera que no. Aunque ambos tienen clara una cosa: están enamorados el uno del otro. Y...
Capítulo 53: Las grandes mentes piensan igual.
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