—Espera —jadeó por la falta de aire que le había dejado la sesión de besos—. No quiero cortar el rollo, pero... ¿Tú y yo qué somos?

—Personas —contestó con simpleza—.

—Vamos, sabes a qué me refiero.

—¿Tú qué quieres que seamos? —le rodeó la cintura con ambos brazos—.

—No lo sé. Pero me gustas y quiero pasar tiempo contigo.

—Yo también. En todos los sentidos. Ya sea hablando o besándonos. ¿Para qué complicarse con etiquetas? Por ahora somos tú y yo. ¿Que nos apetece besarnos? Pues nos besamos.

—Vale. Pero... ¿Significa eso que vas a estar con más personas? —preguntó cerrando un ojo, con miedo a su respuesta. Natalia le gustaba para ser algo más que un lío de fin de semana, sabía que si dentro de una semana la veía con otra persona le iba a doler mucho, y prefería ahorrarae sufrimientos innecesarios—.

—No. Ahora solo me apetece estar contigo. —contestó con sinceridad—. ¿Y tú? ¿Vas a estar con más personas? —Natalia le preocupaba exactamente lo mismo que a Alba. Había encontrado en ella a alguien especial, sentía que podía contarle absolutamente todo y que se atrevería a hacer de todo por ella. Con ella sentía la conexión especial de la que siempre hablaba, no sería de su agrado verla con alguien más—.

—No me apetece estar con nadie más.

—Pues no hay más que hablar, ¿no? —sonrió al ver que querían remar hacia la misma dirección—.

—¿Eso no es lo mismo que ser novias?

—Ya pero novias suena muy formal, ¿no? Me suena muy a mi abuela hablando de cuando conoció a mi abuelo —vaciló—.

—¡Exagerada! Entonces... ¿Lo dejamos en "rollo"? ¿"Lío"? ¿"Follamigas"?

—Lo de follamigas todavía no nos lo podemos llamar —rió con inocencia, sin medir lo que implicaba aquella palabra—.

—"Todavía", acabas de decir. ¿Entonces te gustaría? —Natalia se puso muy roja, callada sin contestar, no había pensado aún en estar con Alba en ese plano—. Me lo voy a tomar como un sí...

—Bu... Bueno, puede, no sé, no lo había pensado, si surge... —balbuceó—.

—Que no me hayas dado un no rotundo, ya me vale —le besó los labios para quitarle la vergüenza—. ¿Entonces soy yo la misteriosa chica de segundo que te gusta?

—No, para nada, es otra, no te flipes —trató de vacilarla para quitarse la vergüenza—.

—¡Oye! Pues te quedas sin comer —intentó levantarse de la cama—.

—Ni hablar, tú no te levantas de aquí sin darme lo que no me diste ayer —tiró de su brazo para sentarla en su regazo entre risas—.

Volvieron a juntar sus bocas, esta vez con más seguridad. Si bien no tenían una etiqueta, habían llegado a un acuerdo, acababan de prometerse fidelidad. Se dedicaron unos minutos de besos y caricias, sin ir mucho más allá. Por más ganas que tuviese, Alba sabía que a la morena le iba a costar un poco pasar a la siguiente fase, así que prefirió contenerse. Ya tendrían tiempo de sobra para verse en ese plano.

No pasó mucho tiempo cuando oyeron cómo se habría la puerta de la entrada.

—Mi madre —dijo separando sus bocas y levantándose de su regazo—.

—¿Te da corte con ella en casa?

—Bueno...

—¿Igual que ayer en la calle?

—No es que me de corte en la calle, pero... Mi madre aún no lo sabe. Que me gustan las chicas —empezó a susurrar para que no se escuchase—. Si alguien me ve en la calle besando a una chica y le va con el cuento, me muero.

—¿Por qué?

—Mi madre no es que sea muy lgbt friendly...

—Vale, lo pillo. No pasa nada —dijo sin darle más importancia, podía comprender cómo se sentía—.

—Alba, cariño, qué pesada es la vecina... —su madre se paró en seco al abrir la puerta de la habitación y ver que había alguien—. Ay, que hay visita. ¿Natalia, verdad?

—Sí, hola —respondió con timidez—.

—¿Qué decías de la vecina, mamá? —Alba había escuchado perfectamente el inicio de la frase antes de que parase y una gota de sudor frío recorrió su espalda por temor a que fuese la misma vecina que ella vio ayer en el parque—.

—Nada, hija, que empieza a hablarte y no te suelta. Una llega cansada de trabajar y no te deja entrar en casa —se quejó—.

—¿Qué te ha dicho?

—Marujeando de los vecinos, como siempre.

—Vale...

—Yo te iba a decir que me acompañases a hacer la compra, pero si estás con Natalia, la hago yo sola.

—No te preocupes, yo ya me tenía que ir. ¿Quedamos otro día, Alba? —se ofreció Natalia a irse para no romper los planes de su madre—.

—¿Sábado? ¿Aquí en casa?

—Perfe. Pues... Nos vemos —le dio un beso en la mejilla de despedida, no muy largo, para no levantar sospechas ante su madre, y se fue—.

—Chao.

—Qué guapa tu amiga —le dijo al escuchar que ya se había ido—.

—¿Qué? —reaccionó con pánico ante aquella afirmación—.

—Tu amiga, que es muy guapa.

—No sé, supongo. —dijo sin más esquivando la mirada—. Entonces, ¿la vecina no te ha dicho nada?

—¿Nada de qué? —se extrañó su madre ante la repentina curiosidad de su hija por la vecina—.

—No, nada, por preguntar. Voy a por las zapatillas para salir —y salió escopetada de su habitación—.

Alba suspiró aliviada al saber que su madre no se había enterado de nada aún. Soltó la preocupación de golpe y sonrió al recordar lo que acababa de pasar en la última hora en su cuarto, al igual que lo hacía Natalia en el camino de vuelta a casa.

SKAM AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora