C i n c u e n t a y c i n c o

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Todo quedó en un «por favor, no me preguntes» que logré pronunciar con suerte.

En lo que restó del día me dediqué a dormir en su cama, ya que me sentía demasiado asustada para hacerlo en la mía. Mamá pasó todo el tiempo junto a mí y me calmó cada vez que despertaba sobresaltada.

Ya para el domingo 15 de noviembre la noticia sobre lo que había ocurrido en Polarize llegó a las cadenas de televisión. Mamá y yo desayunábamos cuando se daba información sobre el enfrentamiento que hubo. Ambas dejamos de comer para prestarle toda nuestra atención a lo que decían, aunque por razones diferentes: ella quería enterarse sobre lo que me había pasado; yo quería enterarme de cuánto sabían. Para mi disgusto, se conocía lo suficiente como para haber puesto en pantalla algunas fotografías sobre las víctimas, entre ellas Aldana, Brendon y Claus.

—Oh por Dios... —balbuceó mamá, con una mano temblorosa cubriendo su boca. Salió del impacto para encontrarse conmigo—. ¿Tú estabas ahí?

Ella probablemente lo sabía, no se tiene que ser un genio para darse cuenta, pero quería que se lo dijera yo. Para su disgusto, me mantuve callada, fiel a lo que me había propuesto.

—Tu amiga estaba ahí, el chico que vino también. ¿Onne, qué pasó?

Por más que tratara de reprimir la acumulación de sentires que me perseguían, estos explotaban igual que una bomba, y comenzaba a llorar.

—No puedo, mamá... —le dije, sin saber si me refería a que no podía contárselo o a que soportar aquel dolor infernal ya me era imposible.

—Onne, dímelo —insistió—. Déjame ayudarte, cariño. No quiero verte así, me asustas.

—Aún no.

Esa fue mi decisión final.

O al menos la que mantuve hasta que todo estalló.




El lunes fue un día oscuro. No tuve ánimos de ir a clases, de levantarme de mi cama, ni tampoco de ir al velorio de Aldana. Me quedé cubierta por mis sábanas, pensando en el blanco que en ellas tenía, intentado mantenerme alejada de todo, incluyendo del celular nuevo que mamá me compró dado que el otro lo di por perdido en Polarize.

(Exacto, el mismo celular con el que te hablé.)

El martes, sin embargo, me armé de valor para asistir al funeral.

¿Cómo podría describir un funeral? Eso es morboso y complejo. Poco grato, en realidad. Creo que todos hemos asistido a un entierro y sido testigos de lo deprimente que es. En ellos hay una carga negativa que se te pega y te persigue igual que la mierda de perro cuando la pisas. Y sí, no es una buena comparación, es asquerosa, por eso la uso.

Tú supongo que ya asististe a uno. ¿Cómo lo sé? Pues porque entre los míticos mensajes que intercambiamos, me diste aquella información. Querías que confiara en ti, supongo, empatizar y no ser un ser del futuro que me daba datos sobre sucesos que ocurrirían.

No sé, eres extraña.

Me pregunto qué tan jodida debes estar en el futuro.

Que tan jodida estaré yo en él.

¿Acaso me encontraste?

¿Cómo estoy?

¿Cómo están mis seres queridos?

Ah... son tantas preguntas.

En fin, no divago más. A veces olvido que estoy escribiendo esto para contarte mi historia y no hacerte preguntas que te pondrán más en duda. Debe ser complicado digerir todo lo que ha ocurrido, después de todo, tú también tienes tu propia vida.

Díselo a la Luna ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora