52. "Confía en mí"

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- ¿Solo un poco? –inquirí levantándome levemente para mirarla a los ojos.

- Bueno... sí, lo estoy –dijo con una leve sonrisa- Es solo que...

- Es solo que...

- Que lo siento, perdóname –me respondió contrariada- Siento mucho haber dudado de ti. Pero tenía miedo a perderte.

- No me vas a perder, no dudes de mis sentimientos. Confía en mí –le dije.

- No es por tus sentimientos, Camino, y claro que confío en ti. Sé que me amas, de eso no tengo dudas.

- ¿Entonces? –inquirí mirándola a los ojos.

- Tenía miedo de no ser suficiente.

- ¿Pero cómo no vas a ser suficiente, mi amor? –no podía creer lo que me estaba diciendo. Maite Zaldúa diciéndome a mí que pensaba que no era suficiente. El colmo.

- ¿Y si te das cuenta de que esto no merece la pena? Quiero decir, ¿y si piensas que la vida de clandestinidad que yo te pueda dar no se puede comparar con la que tendrías con él? Aún estás a tiempo, Camino –me dijo con tristeza.

- ¿A tiempo? ¿Me lo estás diciendo en serio? –pregunté.

Maite agachó la cabeza y evitó mirarme por unos instantes. Su miedo no es que dejara de amarla, su miedo era el futuro que pudiera darme ella frente al futuro que me daría Ildefonso. Seguramente, todas esas dudas e incertidumbres habían aparecido tras la conversación con mi oportuna madre, siempre obrando el bien en todo aspecto referente a mi vida.

- Escúchame, -le dije incorporándome en la cama y tomándola de la mano- quiero que te grabes a fuego esto que te voy a decir ahora, ¿comprendes? –me quedé mirándola durante un instante y ella asintió con la cabeza- Prefiero un millón de vidas clandestinas contigo que una sola vida pública del brazo de Ildefonso. ¿Y sabes por qué? –continué mientras le acariciaba con dulzura la mejilla y apartaba lentamente sus rebeldes cabellos- Porque tú apareciste para hacerme la mujer más feliz sobre la Tierra, mi amor. Me has mostrado un mundo nuevo que no cambiaría por nada. Al fin he descubierto lo que me hace feliz y no es otra cosa que estar a tu lado, Maite. Me da igual lo que opinen los demás, yo solo quiero estar contigo.

- Pero... -dijo y le tapé los labios con mi dedo índice.

- ¡Pero nada!-la interrumpí- Aunque tuviéramos que vivir ocultas lo que nos reste de vida, ¿lo entiendes? ¡No pienso separarme de ti, Maite!

Me quedé mirándola unos segundos y vi que no podía articular palabra. Solo unas lágrimas furtivas se escapaban de sus ojos y me caían en las manos que todavía le sujetaban las mejillas. Seguidamente, Maite se abrazó con fuerza a mi cuerpo y yo la reconforté intentando que todas las dudas y miedos que pudieran quedar en ella todavía se esfumaran para no volver.

- Lo siento. Lo siento, de verdad –repetía mientras sollozaba en mi hombro.

- No me pidas perdón –susurré mientras ahora era yo la que le acariciaba el pelo.

No era habitual ver a Maite en aquella forma, tan vulnerable y siendo yo la que la reconfortara. Desde que la conocía, ella había sido la que me había infundido ánimos en todas las situaciones en que la había necesitado. Siempre dispuesta a calmar mi desconsuelo y a abrazarme cuando el miedo fuera capaz de atenazarme. Sin embargo, ahora era ella la que necesitaba de mi aliento, de la confianza que yo pudiera brindarle.

Mantuvimos esa postura durante un rato más, hasta que, finalmente, decidimos abordar el tema que nos parecía más urgente en ese momento: la respuesta que Maite le daría a mi madre.

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