Capitulo 3

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DIFERENTE

El terror me atenaza. Hablar era lo último que deseaba, y ahora que lo había hecho, solo esperaba un castigo. Sin embargo, en lugar de reprenderme, se dio la vuelta y antes de salir de la habitación, me dijo: —Dime, Francisco.

Cerré la puerta del baño y me hundí en mis pensamientos. No era normal que un vampiro te permitiera llamarlo por su nombre, pero...Francisco me sonaba bien.

Avancé por el espacioso cuarto de baño, notando el mueble y el espejo en la pared. Mis nervios se intensificaron al verlo. Respiré hondo y me acerqué. Quería tomarlo con calma, pero al ver a la chica del reflejo, no pude evitar sorprenderme.

Era yo, pero lastimada, herida y de aspecto lamentable. Mi cabello castaño claro estaba manchado de un rojo sangre, aunque algunos mechones se libraban de la suciedad. Mis ojos, Dios... Eran de un ámbar precioso, y mis labios, pequeños pero carnosos.

La imagen que me devolvía el espejo era tan diferente a la que yo había imaginado. En La Esclavitud, no había espejos, ni nada que me permitiera verme. Mi fugaz momento de tranquilidad se esfumó en cuanto me quité la ropa. Mi cuerpo estaba plagado de manchas y heridas que aún no habían cicatrizado por completo. Apreté la boca con fuerza para ahogar los gritos que amenazaban con salir, consciente de que si me daba la vuelta, encontraría aún más marcas en mi espalda. Esas marcas, las de Efraín, serían un recordatorio constante de lo que había vivido.

Abrí la regadera y las primeras gotas de agua cayeron lentamente sobre mi piel. En La Esclavitud, la presión del agua era siempre fuerte y caliente, pero aquí era suave y caía con una cadencia casi relajante. Ajusté la temperatura, buscando un equilibrio que me permitiera sentirme a salvo.

Entré con cuidado en la ducha, procurando no resbalar. Un gemido de dolor escapó de mis labios al sentir el contacto del agua con las heridas. Ardía, pero también las limpiaba, tanto las viejas como las nuevas. Apreté los dientes y me agarré a las paredes para mantenerme en pie. Mis manos temblaban mientras observaba cómo la sangre se diluía en el agua y se deslizaba por el desagüe. La imagen de Efraín con la manguera de agua irrumpió en mi mente, recordándome cómo me golpeaba y me obligaba a sangrar sobre las heridas abiertas.

Respiro hondo, intentando olvidar los recuerdos que me atormentan. Me concentro en el jabón que yace en la pared y lo tomo entre mis manos. Lo froto contra mi piel, sintiendo la espuma cubrir las heridas y la suciedad. Luego, tomo un poco de champú y lo extiendo por mi cabello, llenando el aire con su aroma familiar.

Enjuago mi cabello, dejando que el agua se lleve el champú y la sangre. El color natural de mi pelo vuelve a aparecer, y por un momento, me siento un poco mejor.

Al terminar, tomo una toalla y la envuelvo alrededor de mi cuerpo, todavía temblorosa. Me miro en el espejo y veo una imagen que me resulta extraña. Mis ojos están cansados, pero hay una chispa de esperanza en ellos.

No puedo evitar sentir una pequeña sonrisa en mis labios. Me veo más joven de lo que esperaba.

Salgo del baño y encuentro la habitación vacía. Él no está. Veo ropa doblada sobre la cama y me la pongo. La ropa interior, una blusa gris de manga larga y unos jeans holgados que me quedan un poco grandes. Las mangas cubren mis manos, ocultando las cicatrices que aún no han sanado.

Un golpe seco en la puerta me saca de mi ensoñación.

―Soy Francisco, ¿puedo pasar?―

Asiento con la cabeza, aunque sé que no puede verme.

―Sí...― respondo con voz temblorosa. No quiero llamarlo por su nombre.

La puerta se abre y entra en la habitación. Sus ojos se posan en mí y puedo notar la confusión en su mirada. No es de extrañar. Ha traído a una chica ensangrentada y ahora encuentra a una joven completamente diferente. Dos personas en una.

Dama de un vampiro ✓Where stories live. Discover now