"No pienses tanto las cosas, Ilora" Me dije, suponiendo lo que diría Faedra, la misma con la que llevaba rato sin hablar, debido a mis falta de energía.

Quité todo eso de mi mente y fijé la mirada en mi padre, quien asintió con la cabeza. Con frialdad, incitándome a continuar. Sacando la última flecha del carcaj, cargué el arco y apunté. Esta vez era la definitiva. O lo lograba y me ganaba el respeto del rey, o erraba y terminaba con la vida de Haru.

Inhalé, observando el punto exacto en que debía dar, y luego exhalé soltando la flecha. Cerré los ojos apenas esta salió despedida del arco y el silencio del centro de alto entrenamiento élfico provocó en mí una sensación parecida a que el tiempo se hubiera detenido.

Miles de recuerdos junto a mi padre vinieron a mi memoria. Recordé cuando corríamos por el bosque, siendo tan solo una pequeña, cuando amenazó con su espada a mi compañero en el baile de graduación, las muchas veces que vimos "Titanic" junto a Eu Sung. No podía matar a mi padre, viviría el resto de mi vida sintiéndome culpable si lo hacía. Un golpe seco llamó mi atención, pero no me atreví a abrir los ojos, aún no estaba dispuesta a ver las consecuencias de lo que había hecho.

Sin embargo, los abrí apenas me pareció escuchar un aplauso. Castiel chocaba sus palmas bajo la mirada atenta de los elfos presentes, que esa vez sí me atreví a mirar. Maravillada, volteé a ver a mi padre, encontrándome con que sonreía. La flecha estaba clavada en la muralla, a solo un par de centímetros de su mejilla derecha.

Sonreí, observando como poco a poco más elfos se sumaban a los aplausos. Y si bien sus rostros no mostraban la alegría de Castiel, aquel era un reconocimiento que no olvidaría.

—Bien hecho, Ilora, ¿tanto te costaba disparar bien? —se burló Castiel, dejando de aplaudir, y provocando una reacción en cadena en todos los demás elfos, que regresaron a sus respectivos estadios con rapidez.

—¿Acaso para ti fue fácil disparar con tu compañero como muñeco de prueba?

—Al menos yo no fallaba a propósito...

—Tú creciste aquí, sabías lo que tendrías que hacer —argumenté.

—Chicos, ¿podrían dejar el debate moral para más tarde y sacarme de aquí? —preguntó Haru con una sonrisa nerviosa.

Castiel iba a acotar algo más, pero al escuchar a mi padre se calló y fue conmigo a desatarlo. Supongo que es lo más cercano a una victoria que tendré en un conflicto verbal con un elfo.

—Ilora —me llamó mi padre, una vez desatado—. ¿De verdad disparaste mal a propósito? —su voz era fría, acusadora, ¿se había molestado?

—Sí, lo hice —admití, bajando la mirada con vergüenza.

—No lo vuelvas a hacer —asentí y, para mi sorpresa, Haru me acogió en un fuerte abrazo—. De todas formas... —susurró—. Gracias por no matarme.

Estallé en carcajadas, provocando que todos los elfos presentes me miraran. Aquel lugar era silencioso y el mero hecho de entrenar ahí era una tortura física y emocional, por lo que lo más probable es que jamás hubieran visto a alguien reír allí o, en su defecto, hablar y replicar más que yo.

Casi creí que no pasaría nada más, pero Castiel me sorprendió al acercarse a mí y poner su mano sobre mi hombro, negando con la cabeza. Interpreté el gesto como: "Eres un desastre, Ilora, ¿qué crees que haces?"

Capté bien el mensaje, y me detuve, dejando que el elfo me trajera de vuelta a la realidad.

—Princesa, has demostrado lo que puedes hacer en la arquería y el rey estará muy complacido de ver tus avances. Ahora debes regresar al tablón.

          

Busqué refugio en mi padre, pero él solo asintió, su determinación en que me enfocara en mi entrenamiento no cambiaría ahora. Resignada, regresé al primer estadio. A pesar de saber que volvería a sentir ese horrible dolor en la planta de mis pies, me sentía mucho más segura de mí misma y más capaz. Esos cinco pasos me habían demostrado que, al menos, era posible avanzar sin activar la alarma. Si los elfos podían, ¿por qué yo no?

Subí los escalones, y di el primer paso sin activar la alarma. Suspiré, levanté los brazos y continué. Dos, tres, cuatro, cinco pasos sin activar nada o recibir azotes del sanguinario entrenador. Si esa vez lograba dar ese sexto paso, tan solo un paso más, mi avance habría valido la pena.

Seis. No la activé. Tuve ganas de voltear para ver la mirada de papá, ver si expresaba al menos una pizca de orgullo o sorpresa, pero me aguanté, eso podría arruinar mi equilibrio y terminar por destruir el progreso que tanto me había costado lograr. No podía permitir eso, por lo que me enfoqué en los casi tres metros que me faltaban para llegar al final y di otro paso. No se activó la alarma, pero en vez de detenerme, di otro paso, confiada. Esta vez la alarma sí se activó, por lo que volví a recibir los azotes del instructor.

El dolor era inmenso, pero soportable. Mis pies habían sido agujereados tantas veces, que en un momento llegué a pensar que terminaría perdiendo cualquier sensibilidad en mis plantas. Creo que preferiría eso. También estaba cansada de ser dopada con el extraño líquido verde que mi padre me daba —pócima sanadora III del reino de hechiceros, según me había explicado—, pero debía admitir que de no ser por eso y la crema de Castiel para las heridas, llamada Relevium, mis pies parecerían los de un monstruo. Para mi pesar, si bien ambas sustancias eran maravillosas para la cicatrización, sus propiedades analgésicas eran escasas.

—De vuelta al comienzo, princesa.

Descendí del tablón, haciendo caso a Castiel, y me volví a subir. Así me pasé todo el resto de la tarde y noche, subiendo y bajando del tablón, activando la alarma a la mitad casi todas las veces, y recibiendo más azotes. Si bien al final del día el elfo y mi padre sacaban cuentas alegres sobre mi rápido avance, dado que había logrado dar ocho pasos, yo no podía pensar en otra cosa que no fuera el dolor en mis pies, solo quería dejarme caer en el lomo de Alhaster y dormir. Si es que esta vez podía llegar hasta él, claro.

Al salir del centro de alto entrenamiento, como siempre, esperé que Brennan y mi dragón vinieran por mí, aunque esa vez Alhaster pareció recuperar sus ganas de discutir, pues sus reclamos, aunque más leves, retornaron.

—¿Ya la destruiste de nuevo? —se quejó, al tiempo que echaba humo por la nariz.

—A decir verdad, ya no tanto, la "Merde" ha mejorado —respondió, saltando sobre el lomo de Alhaster, depositándome allí para que descansara—. Cuando mejores, tanto en arquería como en el primer estadio —se dirigió a mí—, podrás ponerte el atuendo que te escogí.

Intenté sonreír, pero el ardor en mis pies mientras Castiel los vendaba provocó que mi sonrisa se torciera por completo y terminara siendo casi una mueca de horror.

—¿Y de qué le servirá un bonito atuendo, elfo? ¿Para que sufra con estilo? —inquirió sarcástico, pero por más que la queja de Alhaster fuera dura, no pude evitar una leve risa ante su elección de palabras.

—El atuendo tiene un fin especial, dragón. Además de ser hermoso, puesto que lo escogí yo, le permitirá a Ilora moverse con mayor libertad y agilidad.

Sin preocuparme por continuar escuchando, me recosté en mi dragón —que empezaba a hacerme falta— y cerré los ojos. Había sido un día agotador, como todos, pero al menos había logrado avanzar hasta la mitad. Me asustaba pensar en lo que vendría, pero aun así, no podía retener mis ansias por superar aquella prueba.

CDU 2 - El legado de Faedra [GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora