—Está atascada, tenemos que sacarla —Rápidamente me cambié al asiento del conductor mientras él se bajaba para empujar el auto desde atrás—. ¡Dale! —Al escucharlo gritar presioné el acelerador a fondo pero el auto no se movió ni un mísero centímetro.

Intentamos unas cuantas veces más hasta que escuché a un hombre gritar, al no reconocer la voz de Sergio me bajé del auto para ver qué estaba pasando, tomé mi pistola y la oculté entre mi camisa mientras me acercaba a la parte trasera del auto.

—Es el profesor —Un hombre señaló a Sergio—. Y la policía —Me señaló esta vez a mí mientras un grupo de personas se agrupaban cerca de él.

Todos se miraron entre sí por lo que me puse alerta, estuve por dar un paso al frente con mi pistola en alto cuando Sergio me tomó del brazo para ponerme detrás suyo.

—Efectivamente, soy... el... el profesor... y ella es... la policía —habló nervioso y con un deje de timidez en el tono de su voz.

—Chicago —Lo corregí tomando su mano para tranquilizarlo.

—Por aquí no se han visto los zepelines —Un hombre viejo habló mirando nuestras manos unidas.

—No —El hombre que le gritó a Sergio apoyó al anciano.

—¿Qué? ¿Os echamos una manilla para sacar el cacharro del barro o qué? —El hombre que parecía ser el dueño de la casa habló con una sonrisa.

—De hecho si —contesté dando un paso al frente y bajando la guardia.

—Venga, que esto lo sacamos en un momento de aquí —animó a sus compañeros quienes empezaron a empujar el carro—. Vamos, espérate que se suba, venga —El hombre seguía hablando mientras yo subía al auto para acelerar—. Venga, vamos a ponernos bien —indicó para que todos se acomodaran.

Intentamos de nuevo mientras todos los hombres gritaban palabras de ánimo, sin embargo por uno de los espejos logré ver un carro de policía acercándose lentamente.

—Profesor arriba, ahora —Abrí la puerta del conductor para que el entrara.

Sergio se subió al auto y sin pensarlo nos condujo hasta el baño, en donde nos escondimos asegurándonos de cerrar la cortina que daba paso a todo el centro de control que teníamos armado, debido al espacio reducido del lugar Sergio y yo tuvimos que pararnos con nuestros rostros casi chocando.

A los pocos segundos el auto de policía se estacionó y de este bajó un hombre que empezó a hablar con el anciano que nos ayudaba.

—Puta madre —susurré asustada al escuchar que uno de ellos decía que el carro pertenecía al profesor.

—Tranquila —Sergio susurró dejando que apoyara mi frente en su pecho mientras el entrelazaba nuestras manos y acariciaba con su pulgar el dorso de la mía.

Afuera los dos hombres seguían conversando, sus voces se escuchaban cada vez más cerca por lo que supuse que estaban caminando al rededor del auto. De repente sentimos varios golpes a nuestro lado que lograron que mis nervios incrementaran en gran medida.

—Tengo miedo Sergio —susurré enterrando mi cara entre su cuello mientras cerraba los ojos.

—Vamos a estar bien —Se limitó a contestar mientras acariciaba mi espalda.

—¿Puedo entrar? —Escuché la voz del policía en la entrada del tráiler.

—No. Bueno sí, es que llevas las botas con más mierda que el culo de una vaca —El anciano contestó evitando que este entrara—. Quiero decir las suelas, que me vas a manchar la moqueta, hombre.

—Tranquilo hombre, ya está —El policía contestó abriendo la puerta para finalmente entrar—. Con cocina y todo —Se escuchó un estrepitó cuando el hombre azotó la tapa de la estufa.

Mientras el policía recorría la parte delantera del tráiler Sergio me tenía agarrada por la cintura tratando de ponerse frente a mí por si algo sucedía, yo por mi parte tenía mi mano en la pistola escuchando atentamente las pisadas del hombre.

—Vaya, vaya —Su voz se alejó por lo que supuse que estábamos a salvo.

—A todo confort —respondió el anciano.

—Que bien viven los maestros, ¿no? —El policía preguntó soltando una risa que me permitió soltar el aire que tenía contenido.

Finalmente el hombre ofreció ayudar por lo que recosté mi cabeza sobre el pecho de Sergio suspirando, él acarició mi cabello antes de dejar un beso sobre este.

Después de algunos minutos y mucho esfuerzo habían logrado sacar el camión, el policía se fue por lo que tomé una mochila con dinero y bajé del auto para repartirlo mientras Sergio agradecía.

—¡Ahí va! Gracias profesor —El hombre que casi nos delató abrazó a Sergio haciéndome soltar una risita.

—Gracias a ustedes —contestó él feliz.

Luego de agradecer unas cuantas veces más nos subimos al auto y empezamos a alejarnos lentamente del lugar mientras veía por el retrovisor a las personas agitando su mano a forma de despedida.

—Sergio... —Tomé su mano libre mientras conectábamos nuestras miradas.

—Dime —contestó calmado.

—Yo... —Antes de poder terminar mi oración fui interrumpida por el tono de un celular—. ¿Qué pasa Marsella? —contesté acercando el teléfono a mi oreja.

—Es una cisterna, están metiendo unos tubos por los conductos de ventilación —informó el hombre.

—Gracias y ten cuidado —murmuré a modo de despedida—. Están metiendo gas narcótico, probablemente halotano —Le informé a Sergio pensando en el plan macabro de la inspectora Sierra.

—¿Cuánto queda para el punto de intercambio? —preguntó volviendo a su tono serio y soltando mi mano.

—Doce kilómetros —respondí mirando el mapa a lo que el asintió para acelerar—. Oye, perdón por gritarte —hablé cuando el silencio empezaba a reinar entre nosotros.

—Perdóname a mí por haberlo empezado, me merecía que me gritaras —confesó arrepentido.

—Bueno, quizá me pasé diciéndote lo que te dije —Solté una risita juguetona que hizo que Sergio sonriera al escucharla.

—¿Qué significaba eso? —preguntó refiriéndose a lo que le había dicho en mi idioma natal.

—Creo que ahora no importa, cuando logremos comunicarnos con Palermo podemos hablar de eso —murmuré tratando de ocultar mi sonrisa traviesa.

—Como quieras —contestó para tomar mi mano nuevamente y besar el dorso de esta antes de darme una sonrisa sincera.

—No sé qué hice bien en la vida para merecerte —susurré cuando él se concentró en el camino. 

La Casa de Papel - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora