Capítulo 18. Una noticia buena y una mala.

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Asentimos, aunque no nos pudiera ver, y nos pusimos manos a la obra.

- ¡Damas, caballeros, somos el primer pelotón de la Sexta Compañía de la BRIPAC.-repitió Palermo.- Tenemos 16 minutos, 50 segundos. 

Terminamos de cargar todo el armamento necesario, y nos subimos en el convoy que nos llevaría hasta las mismísimas puertas del Banco de España, sorteando todo tipo de seguridad. 

- Nos quedan 8 minutos.-anunció Palermo. 

El convoy avanzó sin interrupciones, y al llegar al Banco, mi boca se abrió de par en par. Cientos de personas rodeaban las inmediaciones. Cientos de personas que nos apoyaban, que nos consideraban la resistencia. Cientos de personas que habían acudido a la llamada del Profesor. 

Empezaron a insultarnos, pues creyeron que éramos la policía, y sonreí. o había acabado la primera batalla, y ya parecía que habíamos ganado. 

Miré el cronómetro. Nos quedaban a penas 6 minutos para entrar en el Banco antes de lo que llegara el convoy de verdad. 

Bajé del convoy al tiempo que Martín lo hacía. 

- Se presenta el capitán Garrido, primer pelotón de la Sexta Compañía de la BRIPAC.-habló con tanta seguridad que por un momento hasta yo misma me creí que era así. 

- Teniente Alcácer.-respondió el hombre al que se había dirigido. 

- Nos han llegado órdenes de asumir la seguridad del edificio.-continuó Palermo.-Quiero a todo el mundo fuera de aquí. Ampliaremos el cordón de seguridad a 150 metros desde la puerta de entrada. Abran la puerta de atrás, está llegando el convoy. 

Al principio se negó a darnos entrada con el convoy, pero Sergio no tardó en intervenir de nuevo la comunicación, para dar la orden en el nombre del Teniente Coronel. 

Evité esbozar una sonrisa cuando vi que todos estaban cumpliendo nuestras órdenes sin un solo reproche. Nos estaban ayudando a cumplir nuestro plan, sin saberlo.

La Guardia Civil cumplió nuestras órdenes, y cuando lanzaron las bombas de humo para dispersar a la gente, Helsi y Denver aprovecharon para color explosivos en la fachada del edificio. Todo pasó muy rápido, y lo viví como si de una película se tratase.

Terminamos entrando en el banco con la misma facilidad con la que una persona entra en su casa. Fue entonces cuando Palermo detonó los explosivos, sellando definitivamente las puertas del banco, y dando comienzo al que sería el mayor atraco de la historia. 

Sonreí. La diversión no había hecho más que empezar. 

Nairobi y Tokio no tardaron en desparecer. Eran las encargadas de llegar hasta el Gobernador y traerlo sano y salvo. Parecía una tarea sencilla, pero no lo era. Tendrían que sortear a toda la guardia del mismo, en la que se encontraba Gandía. 

Gandía era, en mi opinión, nuestro mayor peligro en el atraco. No tenía miedo a la muerte. Y no hay nada peor que una persona que no le teme a eso. 

De todas formas estaba tranquila, sabía que Tokio y Nairobi cumplirían bien la misión. 

Me quité el caso que llevaba, dejando mi cara al descubierto, y me puse al pie de la escalera, viendo como Palermo subía a lo más alto, y se disponía a dar uno de sus discursos. 

- Levantad las manos, por favor.-les pidió a los rehenes. Suspiré, mucho le gustaba jugar con la gente, era su pasatiempo favorito.-Levantad las manos así, muy bien.-continuó hablando.- Como si les estuvieran atracando. 

Los rehenes obedecieron, pero se miraron los uno a los otros con desconcierto, mientras Martín seguía con su gran discurso inicial. 

- Damas y caballeros, mi nombre es Palermo, y debo comunicarlos una noticia buena y una mala. ¿Cuál quieren saber primero?.-evidentemente nadie respondió, por lo que continuó.- La mala es que están atacando el Banco de España.-hizo una breve pausa que generó una gran tensión en el ambiente.-¡La buena es que los atacantes somos nosotros!

Tras esas palabras apunté con mi arma a los rehenes, que empezaron a gritar, alterados. Volví a experimentar la misma sensación que en el atraco a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, solo que esta vez no tenía a Berlín conmigo. 

Empecé, con ayuda de Denver, a repartir los monos rojos a todos los rehenes, hasta que nos vimos interrumpidos por una alterada Mónica. 

- Atenas, tenemos un problema.-me dijo. 

Palermo había sido nombrado jefe del atraco por el Profesor, sin embargo, no todos terminaban de confiar en él, por lo que algunos, entre ellos Mónica, acudían a mi directamente. 

Miré a Palermo, y empecé a caminar, con él pisándome los talones. 

No me extrañaba nada que tuviéramos problemas ya en los primeros 5 minutos de nuestra llegada. Demasiada suerte tendríamos si la cosa fuera perfectamente. 

Lo que no me esperaba era que nuestro problema fuera ver a todos los guardias del Gobernador apuntando a la cabeza de Nairobi y Tokio. Lo que me faltaba. Quise tirarme de los pelos. 

Helsinki acababa de aparecer, y lo primero que hizo fue apuntar con su arma a uno de los guardias, alterado al ver a Nairobi en esa situación. 

Hice lo mismo que él, al igual que Palermo, que aprovechó para, como no, hablar. 

- Muy buenos días, mi nombre es Palermo, y les notifico que el Banco de España está siento atracado, y yo soy el atracador al mando. El punto débil, el cabecilla.-empezó diciendo.-Así que si tienen que apuntar a alguien, apúntenme a mi. 

Mi mano tembló al escuchar esas palabras saliendo de su boca, temiendo por un momento que los guardias le obedecieran, pero no fue así, ya que ninguno se movió, y todos siguieron apuntando a mis dos compañeras. 

Me planteé las posibilidades de salir ganando si disparaba ya, pero eran bastante bajas. Hiciera lo que hiciera, moriría gente de ambos bandos, y no tenía pensado perder a mis compañeras. 

Palermo trató de negociar con Gandía, y cuando creíamos que ya lo teníamos controlado, se giró y disparó directamente al rostro de Martín. 

Sentí que el tiempo se congelaba y mi corazón se paraba. No podía perder a nadie más. Disparé a Gandía sin pensar, y para su suerte, los disparos impactaron contra su chaleco, haciéndolo caer al suelo. Helsinki, Tokio y Naiorbi aprovecharon el desconcierto para hacer lo mismo, neutralizando a los guardias. 

Cuando vi que todo estaba controlado, corrí hacia Martín, que tenía la cara llena de sangre, miles de cristales clavados en su rostro, y una respiración. Una respiración débil. Pero una respiración que me daba esperanza. 

Estaba vivo. Eso era lo único que importaba. 

El mayor robo de la historia  (LCDP: Berlín) [EDITANDO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora