DÍA 52 - Martes 5 de mayo

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Odio a mis padres.

Bueno, vale. No los odio. Pero, ahora mismo, estoy bastante cabreado con ellos.

Ayer no me dejaron salir porque dos días seguidos les parecía demasiado. Y hoy tampoco me han dejado salir porque, según ellos, las cosas todavía están muy mal y no puedo estar saliendo todos los días. Así pues, la norma es que a partir de ahora solo puedo salir de casa tres veces por semana, lo que reduce muchísimo el tiempo que voy a poder pasar con Christian.

Y yo quiero ver a Christian. No, necesito ver a Christian.

Todavía nos quedan los conciertos, claro. Y todavía nos quedan las charlas por el chat de voz mientras jugamos al Animal Crossing. Aunque lo cierto es que, últimamente, lo de jugar queda en un segundo plano. En realidad, con la excusa de visitarnos en nuestras islas, lo que hacemos es pasarnos horas hablando cada noche. No es lo mismo que estar juntos físicamente y poder tocar su mano, pero también hay algo mucho más íntimo y especial en estar metido en la cama, a oscuras y con los ojos cerrados mientras oigo su voz en mi oído.

Ni confirmo ni desmiento que todas las noches haya terminado dándome una alegría para el cuerpo al terminar de hablar con él.

Hoy apenas llevamos media hora hablando y ya estoy que me subo por las paredes. Y, por supuesto, sus preguntas no ayudan.

—Hace calor, ¿verdad? —susurra contra mi oído.

—Pues sí.

—Yo me he quitado la ropa —añade.

Trago saliva de forma demasiado ruidosa, y él se ríe al oírlo. Me arden las mejillas, pero por suerte no está aquí para verme.

Bueno, por suerte o por desgracia, porque nada me gustaría más que tenerlo aquí conmigo.

—Eh... ¿toda? —acierto a preguntar.

Se echa a reír otra vez, y su risa en mi oído me provoca un agradable cosquilleo que recorre todo mi cuerpo.

—Casi toda —me aclara—. Ahora mismo solo llevo una prenda, en realidad.

Sé perfectamente cuál es la prenda que lleva puesta, y también sé perfectamente que si estuviera yo con él no le duraría mucho tiempo puesta.

—¿Cuál es?

Se ríe una vez más. En serio, ¿cómo es posible que consiga que me estremezca cada vez que se ríe?

—Adivina.

—No sé. ¿Es alguna prenda que te haya visto alguna vez?

—No, la verdad es que no —responde—. Aunque no me importaría que me la vieras. La prenda, digo.

Joder, joder, joder.

—Pues no sé. ¿Es tu camiseta favorita?

—Va a ser que no —contesta, y puedo oír la sonrisa en su voz.

—¿Los calcetines?

—No.

—¿El pijama?

—Nop.

—Pues no sé, la verdad. ¿No me lo vas a decir?

—Bueno, te voy a dar una pista, ¿vale?

—Vale —respondo.

—No me importaría nada que vinieras tú y me la quitaras.

Trago saliva. Joder, joder, joder, joder. ¿En serio acaba de decir lo que he oído o se lo ha inventado mi mente hormonada?

—Yo también empiezo a tener bastante calor, la verdad —admito.

Lo cual es una forma muy sutil de decir que ahora mismo no me diferencio mucho de un animal en celo, claro.

—¿Sí? ¿Por qué no te quitas la ropa? —me sugiere.

—Me estoy quitando la camiseta —respondo.

—¿Necesitas ayuda?

—Bueno, ya me la he quitado.

—Qué pena. Lo de no estar ahí para verlo, digo.

Estoy tan excitado que me aprietan los vaqueros, así que me los desabrocho y meto la mano por dentro de la ropa interior. Se me escapa un gemido prolongado al cerrar la mano sobre la carne dura.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta Christian.

—Nada —me apresuro a mentir.

—¿Seguro? A mí me ha parecido otra cosa.

—Bueno, la verdad es que a mí tampoco me importaría que vinieras tú a quitarme el resto.

Permanece en silencio durante unos segundos.

—Creéme. Ahora mismo no hay nada que me gustaría más.

—Bueno, podemos hacer una cosa —le propongo—. Tú te quitas la ropa que te queda imaginando que soy yo quien lo hace, y yo haré lo mismo.

—Me parece un buen plan. ¿Quién empieza?

—Eh...

Lo cierto es que no se me dan muy bien estas cosas.

—Vale, hacemos una cosa. Imagina que estoy allí, contigo. Acariciando tu pecho y bajando lentamente hasta el ombligo. ¿Te gusta?

—Sí —respondo con voz ahogada, moviendo la mano de forma constante.

—Imagina que llego hasta tus pantalones. ¿De qué tipo son?

—Vaqueros.

—Vale, pues imagina que te los estoy desabrochando.

—En realidad ya están desabrochados.

Se echa a reír.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué haces con los vaqueros desabrochados?

—Seguramente lo mismo que tú.

—Sí, probablemente sí —admite—. ¿Te gustaría que estuviera ahí para ayudarte?

—Sí —logro responder, con voz entrecortada.

—¿Qué más te gustaría?

—¿Contigo? Todo.

—Pues prepárate, Jack, porque cuando se acabe la cuarentena te lo pienso dar todo y más.

Muevo la mano cada vez más rápido y, a juzgar por sus gemidos, supongo que él está haciendo lo mismo. Apenas hablamos más allá de algún «como vas»; nos comunicamos casi en exclusiva mediante jadeos ahogados y gemidos.

—Ya estoy a punto —susurra contra mi oído, y oír su voz entrecortada me lleva hasta el límite a mí también.

Acaba él primero, pero sus gemidos contra mi oído me hacen terminar apenas unos segundos después. Ninguno de los dos habla, simplemente nos quedamos en silencio, escuchando nuestra respiración agitada mientras se va calmando poco a poco.

Es entonces cuando me doy cuenta de algo que llevo tratando de evitar desde el principio; algo que hasta ahora no me quería plantear y ahora ya no soy capaz de negar.

Estoy enamorado de Christian.

Y ya no hay vuelta atrás.

Amor en cuarentena [GAY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora