La indignación que ese día experimenté me hizo plantarme enfrente del Doctor Brener, le escupí palabras fuertes reprochándole sus actividades, lo que me dijo fue determinante, con toda tranquilidad y frialdad, me expresó:
"Comprendo su ética profesional mi muy querido Doctor Vázquez, pero le recuerdo que usted firmó bajo compromiso de acoplarse a la forma de trabajo en este instituto, sé que nuestros métodos no le son bien recibidos, y comprendo se quiera marchar y denunciar los hechos aquí atestiguados, pero le diré algo: Si usted se larga o intenta reportar las actividades del hospital, me encargaré personalmente de que lo deporten y regrese a los estragos de su guerra civil. Créame, los intereses de este sanatorio son velados por gente muy importante de esta nación, no haga ni una estupidez, solo obedezca y podrá vivir tranquilamente en nuestro suelo"
Brener Bahía parecía siempre estar al pendiente de todo, me tenía en sus manos, si él deseaba apretar sus puños, podría aplastarme como a un insecto.
A partir de esos funestos sucesos mis funciones se iban aislando más a un sector administrativo, a veces no tenía conocimiento de lo que realmente sucedía con los pacientes. Hubo un tiempo en que los enfermos estaban demasiado inquietos, gritaban, se golpeaban, y reían incesantemente, esto molestaba a Bahía, ya los medicamentos estaban caducos y no mantenía dopados a los locos. Hélio se encargaba de someter a los pacientes más inquietos, eran llevados a una especie de calabozo, solo tenía un resquicio rectangular en donde podían respirar, el espacio era demasiado pequeño que tenían que permanecer de pie dentro del cuarto de castigo, a veces eran encerrados hasta por tres días y sin recibir alimentos, solo agua sucia.
Pero ni el calabozo se daba abasto con tanto loco desenfrenado en el sanatorio. El Doctor Bahía pensó en una solución más pronta para la cual requirió mi ayuda. Primero drogaban al enfermo al grado de dejarlo inconsciente, acto seguido era llevado a un cuarto de operaciones en desuso y con muy poca iluminación. Se le recostaba en una cama y Bahía aplicaba sobre el paciente el método Freeman; con un picahielos y un mazo de caucho martilleaba el picahielos en el cráneo apenas sobre el conducto lacrimal y lo movía hasta cortar las conexiones entre el lóbulo frontal y el resto del cerebro. Aplicaba lobotomías a todos los locos "violentos". En poco tiempo teníamos hordas de verdaderos zombies caminando en las instalaciones del Berbecena.
Las cosas estaban realmente fuera de control, mi salud mental sentía que se mermaba. Mi silencio y manejo de voluntad hacían de mi existir un martirio, para empeorar las cosas Ángel había regresado a España en busca de su esposa quien había escapado del ejército de Franco, se dedicaba a prestar servicios médicos para su ejército, y había logrado eludirlos, semanas después me enteré que ambos murieron asesinados a tiros cuando embarcaban de vuelta a Brasil en el Puerto de Carboneras.
Nuevos pacientes llegaban al sanatorio. Me tocaba revisar los expedientes clínicos de estos. Uno de ellos llamó poderosamente mi atención, según la información de su expediente padecía del síndrome de Cotard (enfermedad que hace creer a la persona estar muerta en vida), una rarísima enfermedad que me motivó para examinar personalmente al paciente.
Escabulléndome de Bahía logré ubicar al hombre. Se encontraba rodeado de otros locos que lo picaban con dedos índices, él se defendía dándoles manotazos. Había sido despojado de sus ropas, solo conservaba sus interiores. Cuando me acerqué a él, trató de evitar mi mirada, se alejaba de mí; intenté darle seguimiento a su problema. Jamás respondía a las preguntas que le hacía, nunca vi en el síntoma de locura o padecimiento psicológico adverso, el pobre sujeto solo era mudo, y había ido a parar a esta sucursal del infierno.
Y así encontré muchos más, gente que no debía estar aquí cayó en este campo de concentración brasileño. Autistas, sordomudos, gente con síndrome de down entre otros llegaban día a día al sanatorio. La capacidad del instituto así como la comida era insuficiente. El doctor Bahía empezaba a eliminar a los más viejos y de menos importancia para él. Con algunos otros experimentaba nuevas formas de lobotomía, la mayoría fallecía en el instante. Escapé de un régimen, para formar parte de otro.
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Historias de terror
HorrorHistorias de Terror Las historias aquí mostradas no son hechas por mi persona. Yo solo me encargo de buscarlas y publicarlas Si vas a tomar alguna de estas historias da créditos al escritor original
Hospital Psiquiátrico Barbacena (Capitulo II)
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