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La enfermedad parecía ser transmitida únicamente a través del contacto físico. Un grupo de médicos desembarcó de los helicópteros militares en el centro del pueblecito. La enfermedad comenzaba con unos fuertes dolores de cabeza, después la fiebre se volvía tan alta que los enfermos literalmente enloquecían. Los doctores tuvieron que ser evacuados a toda velocidad, pues los infectados tirados por el suelo, se levantaron enloquecidos y comenzaron a atacarlos. Los trajes NBQ los protegían de posibles contagios. Ordenaron abrir fuego a los militares, barrer la zona de vida humana y más tarde esterilizarla a golpe de lanzallamas. Las vidas de los ciudadanos fueron sacrificadas y los científicos volvieron a su complejo de laboratorios que se encontraba a unas cuantas millas. El profesor Omar entró en la ducha desinfectante con el resto de sus compañeros, después se quitaron los trajes y los dejaron en sus taquillas. Comentaron el suceso y comenzaron a lanzar especulaciones. ¿A que se debería tan singular suceso? ¿Cómo la fiebre había provocado un estado de rabia y disparando los niveles de adrenalina? Los enfermos enloquecidos tenía una fuerza sorprendente. Omar se mantenía en silencio, sin comentar nada, parecía ocultar alguna información. Cuando todos hubieron abandonado la sala, volvió sigilosamente a los vestuarios, abrió su taquilla y comenzó a revisar su traje. Sus sospechas se confirmaron cuando
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observó que había sufrido un desgarro en su parte posterior, causado por un forcejeo con uno de los enfermos. Escuchó pasos acercándose y intentó pensar rápidamente donde ocultar el traje. La puerta se abrió bruscamente y entró el supervisor. - ¿Qué hace aquí señor? - Sólo revisaba mi equipo. - ¿Tiene algún problema? - No, todo está correctamente —contestó mientras sostenía el traje en sus manos, de forma nerviosa. - ¡Déjeme ver! Revisó la prenda meticulosamente y certificó que todo estaba correcto. El profesor había cambiado el traje por el de su compañero, sabía que si informaba del suceso no volvería a ver a su familia. Las normas del laboratorio eran muy estrictas. Pensó que sólo estuvo expuesto unos instantes y no estaría infectado. Salió de la sala y se marchó, sabía que pronto encontrarían el traje y cerrarían las puertas del complejo. Poniéndoles a todos en cuarentena.
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Traje NBQ La indumentaria, normalmente similar a un mono, es denominada NBQ, ya que está diseñada para proteger a su usuario físicamente de la exposición directa con agentes biológicos, químicos o radiológicos. Aunque llevan el mismo nombre, se pueden diferenciar fácilmente dos tipos de trajes NBQ. Los de uso civil y los diseñados para el ejército. Los primeros utilizados normalmente por personal cualificado como bomberos, médicos, etc., suelen estar construidos en materiales, plásticos sintéticos; sus colores suelen ser llamativos, para advertir del peligro en la zona de emergencia. Los segundos suelen tener revestimientos de fibras de carbono y lana, diseñados para que sus usuarios dispongan de movilidad y capacidad para utilizar armas de fuego; sus colores suelen ser mimetizables con el entorno, colores normalmente verdes para montaña y tonos grises para el camuflaje urbano. Botas protectoras y guantes de butilo son indispensables a la hora de utilizar uno de estos trajes. Los trajes únicamente están diseñados para proteger el cuerpo y han de utilizarse máscaras con filtros especiales o sistemas autónomos de respiración dotados de botellas de
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aire comprimido, para evitar la intoxicación por vía respiratoria.
Bajó al subterráneo donde se encontraba aparcado su coche, un bonito descapotable de estilo clásico, pero con motor eléctrico. Llegó a la salida del complejo y paró justo en la barrera que le impedía el paso. Por la ventana de la garita se asomó el guardia y el doctor buscó su tarjeta acreditativa. - No es necesario Sr. Omar, puede pasar. Antes de terminar la frase, sonó la alerta de emergencia. - Espere un momento, solo será un segundo tengo que atender al teléfono. El profesor intentaba disimular la tensión lo mejor que podía, pero una gota de sudor le comenzó a bajar por la frente. - ¡Tengo mucha prisa! ¿Quiere abrirme el paso de una maldita vez? - Estoy recibiendo órdenes de no dejar salir a nadie. - ¿Sabe usted con quien está hablando? ¡Retire la puñetera barrera o me encargaré personalmente de ponerle de patitas en la calle hoy mismo! - Lo, lo, lo siento mucho señor, pero tendrá que bajar del coche ahora mismo —ordenó el vigilante con voz
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temblorosa, echándose la mano a la cartuchera del revolver. El doctor pisó el acelerador a tope, las ruedas chirriaron al friccionar con el pavimento y el automóvil salió disparado, dejando una nube de humo tras de sí. La barrera de aluminio que cortaba el paso se dobló contra el parabrisas del vehículo. El policía, que en su vida había desenfundado el arma, se quedó atónito con la boca abierta contemplando el espectáculo. Él no era ningún hombre de acción, precisamente por eso estaba a gusto realizando uno de los trabajos más aburridos del mundo. Se pasaba el día sentado en su caseta, escuchando la radio y haciendo autodefinidos. Tenía una buena tripa cultivada a base de Donuts y un amplio trasero de permanecer el día entero sentado. Omar entró en la autopista que a estas horas del día solía estar despejada con el temor de llamar la atención de las autoridades debido a los daños que presentaba el coche. Llevaba la luna totalmente agrietada y no podía ver muy bien a través del cristal. El sudor comenzó a cubrir su cuerpo, los escalofríos empezaban a ser constantes y pudo comprobar con la palma de su mano que su frente estaba ardiendo. La fiebre le subió rápidamente y comenzaba a nublársele la vista. Más tarde le entraron náusea y perdió el control del descapotable, saliéndose de la carretera. Varios conductores pararon a socorrerle, le ayudaron a
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salir del coche y llamaron a una ambulancia. Se quedó en estado de shock semiinconsciente durante unos minutos; cuando los servicios de emergencia llegaron al lugar y comenzaron a examinarle, empezó a convulsionarse de forma violenta, escupiendo espuma a los enfermeros y al puñado de personas que formaban un semicírculo a su alrededor. Luego comenzó a dar voces, profiriendo unos espantosos chillidos que más bien parecían de un animal. El personal de la UVI Móvil le sujetaba por las extremidades, la enfermera preparó un calmante inyectable. Antes de poder suministrárselo, el enfermo le agarró la mano y de un mordisco le arrancó de cuajo el dedo índice y corazón.
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Reclutamiento Como cada mañana nada más salir de casa, miré el buzón. Normalmente no suelo recibir más que propaganda y alguna otra notificación bancaria, pero debajo de los habituales panfletos publicitarios, encontré una carta del ministerio de defensa. Se trataba de la confirmación de mi solicitud para ingresar en los grupos de operaciones especiales. En mi familia no tenemos ninguna tradición militar y el motivo de mi incorporación lo tenía bien claro: tras los constantes atentados terroristas que azotaban como una oleada a las naciones desarrolladas, los gobiernos se vieron en la obligación de reclutar a jóvenes civiles para enviarles a luchar en países conflictivos. Ya que tendría que ir de uno u otro modo, pensé que sería mejor formar parte de una unidad especializada antes que ir a una guerra sin apenas adiestramiento. Por otro lado y no menos importante —por qué nos vamos a mentir— en estas unidades el sueldo se triplicaba. Bueno. ¿qué sabía yo, sobre el ejército? Poco más de lo que había visto en el cine. La notificación me citaba el día nueve de noviembre en una localidad no muy lejana, a tan sólo unas cuantas horas en coche. Ésta también era una de las ventajas. Mi familia
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me acompañó hasta la puerta del cuartel; me despedí sin demasiadas contemplaciones, pues nunca me habían gustado estas escenas, y entré. Me indicaron que debía pasar a una tienda modular que se extendía en medio de un descampado. En aquel lugar me tallaron, auscultaron y vacunaron. Un par de soldados se me acercaron y durante más de treinta minutos estuvieron haciéndome preguntas; finalmente descubrí que su intención era que me alistase en la policía militar. Entonces les informé de que ya tenía confirmado el destino y se cabrearon mucho cuando vieron cuál era. Me montaron en un autobús y, junto con un grupo de reclutas, me llevaron a la peluquería. Yo, previsor, ya me había cortado el pelo el día anterior. - ¡Mira a ese! - ¡Tú, sí, tú, ven aquí! Vieron la tarjeta de color verde que me habían colocado en la camisa, que indicaba el cuerpo al que pertenecería. Me sentaron y me raparon totalmente al cero; bueno se puede decir que más que al cero; o la vieja máquina no funcionaba muy bien o el peluquero la apagaba de vez en cuando, arrancándome el cabello. Comenzaba a notar cierta hostilidad que no era compartida con el resto de muchachos. No sé, aún era demasiado pronto para emitir un veredicto. Después de esto salimos y nos llevaron a una nave, donde pasamos haciendo cola a la vez que los furrieles nos iban dando la ropa a ojo de buen cubero.