Giro el pomo de la puerta del portal y al instante el chico se da la vuelta, con una pequeña sonrisa que se acrecienta al mirarme de arriba abajo.

—Estás... preciosa.

Ya lo he oído de Stella y de mi madre, pero aún así me sonrojo violentamente porque no es lo mismo que oírselo decir al chico que me gusta. Es una sensación tan nueva que hace que me cosquillee todo el cuerpo y que me entre calor en el estómago.

—Tú también estás muy guapo —respondo, y no por seguirle sus palabras sino porque en verdad lo pienso: tiene el cabello delicadamente peinado y enmarca sus brillantes ojos, e incluso juraría que cuando sonríe, al tener la cara despejada, se le marcan más los hoyuelos. El color azul de la camisa, del exacto mismo tono que mi falda, hace que su rostro brille más. 

Echamos a andar hacia el instituto, y estoy tan nerviosa y el cuerpo me tiembla tanto que no sé cómo no me caigo o me tropiezo en todos los metros que recorremos, y más contando con que soy la persona más torpe del mundo.

Hablamos de muchas cosas y a la vez ninguna, lo cual me resulta entrañable porque nuestras voces tiemblan con la misma efusividad, y nos da vergüenza hasta cogernos de la mano.

Cuando llegamos, hay muchas parejas haciendo cola fuera, ya que aún no lo han abierto, y eso nos permite aflojar la tensión al poder hablar con más personas. Estamos unos veinte minutos de pie, esperando, y si no fuera por el buen tiempo, estaríamos todos congelados.

Una vez dentro, nos mandan al salón de actos, donde nos dan un largo discurso sobre lo difícil que debe de haber sido este curso para nosotros, ya que es el último, y sobre lo orgullosos que están por cómo hemos sobrellevado todo. Después, proceden al nombramiento de los alumnos, que tienen que recoger el diploma, y tras ello Ivory canta una canción propia que nunca antes habíamos escuchado.

Ni siquiera yo, a pesar de lo mucho que intenté sacarle información al chico.

Cuando el joven está en el pequeño escenario, cantando y saltando de un lado para otro, no puedo evitar sentirme orgullosa de él. Puede que fuera del espectáculo sea un chico tímido y callado, y que no exteriorice todo lo que siente o piensa, pero una vez lo pisa se vuelve otra persona: es mucho más feliz y se le ve mucho más cómodo. Imparable incluso.

Se nota que la música es su pasión, y me alegra muchísimo que estén en proceso de sacar música propia gracias a una discográfica que ha visto en ellos lo mismo que todos los alumnos del instituto: un talento innegable.

Tras su actuación, un par de personas salen a dar discursos, y unas chicas cantan. Después de eso, llega el momento quizás más esperado por todos: la fiesta.

Bajamos al patio, donde han montado de manera imprevista un montón de mesas con diferentes tipos de comida; también han organizado una pista de baile rodeada de luces de colores, una mesa para un DJ y altavoces que reproducen música a todo trapo. La verdad es que, a pesar de ser algo casero y con bajo presupuesto, resulta muy acogedor.

Jeongin y yo no nos separamos casi en toda la celebración, sin siquiera acordarlo: cada vez que a mí me entra el antojo de probar algún snack o de probar alguna bebida, me acompaña, y viceversa. 

Somos penosos bailando: si yo bailo hacia la derecha, él lo hace hacia la izquierda, haciendo que nos pisemos o nos choquemos más veces de las que serían normal. Pero nos reímos como locos y seguimos intentándolo, incluso aún si la gente nos mira fijamente. Por un día no me importa que cuchicheen sobre mi relación con él: solo quiero seguir haciendo el tonto a su lado y verle sonreír hasta que los ojos se le hagan diminutos y sus hoyuelos aparezcan.

Insomnia | JeonginDonde viven las historias. Descúbrelo ahora