Niall estaba preocupado. Casey faltó a dos clases el lunes y hoy a una. Algo no iba bien con ella y, para su temor, sabía que esos cortes en sus brazos eran los causantes.
La esperó a la salida veinte minutos bajo un sol abrasador. Sus amigos lo acompañaron para no hacerle la espera tan aburrida.
—¿Estás seguro de que no se ha ido? —le preguntaba Zayn cada cinco minutos.
—¿Y te rechazó? ¿Después de que le cantaste? Yo la mato, nadie le hace eso a nuestro Nialler, ¿verdad, Lou? —reclamaba Harry, pero Louis no le respondió. 
Louis se veía pensativo y a cada segundo intercambiaba una mirada cómplice con Zayn. Era de esperarse que ni Niall ni Harry conocieran la razón de la actitud de Casey. Niall había llegado hace poco más de un año de Irlanda y Harry se matriculó en la escuela un año después de que toda la tragedia ocurriera.
Louis miró una vez más a Zayn y él asintió. Era el momento de contarle la verdad a Niall.
—Niall —le llamó Louis. Niall se asustó, era extraño ver a Louis tan serio—. Tengo que contarte algo acerca de Casey, puede que esta sea la razón del por qué ella es así. Incluso es raro que no lo sepas, los rumores aquí vuelan más rápido que el viento.
Louis rió de su comparación, pero nadie más lo hizo, así que volvió a su semblante serio. Harry prestaba mucha atención, también tenía curiosidad. Zayn se limitaba a asentir con la cabeza, no le apetecía narrar la historia y destrozar a Niall.
—¿Qué le ocurrió? —susurró Niall, algo le decía que la verdad dolería.
—Verás… Cuando llegamos aquí, en primer año, Casey tenía un amigo. Bueno, mejor amigo. Se conocían desde pequeños e iban y hacían todo juntos. A mitad de año, las cosas se tornaron raras. El chico se veía trastornado, no hacía sus deberes y le gritaba y le daba órdenes a Casey como si fuera su sirvienta. Todos sabían que se había vuelto loco, se cortaba los brazos, las piernas, el abdomen, el pedazo de piel que encontrara…hasta que un día murió —Niall contuvo la respiración, Casey se cortaba para recordarlo—. Se suicidó. Lo encontraron colgado del árbol de su jardín.
Niall comenzó a atar cabos.
Casey se puso como loca cuando le dijo donde vivía, conocía a la perfección su dirección y a sus vecinos, el hijo de los antiguos dueños de su casa murió y había un gran árbol en su jardín delantero.
Él vivía en la casa del mejor amigo de Casey, el que se suicidó.
Nadie dijo nada hasta que pasó una hora y Casey no salió. A Niall le dio miedo ir a su casa, así que acordaron para juntarse en la casa de Harry y ver películas.
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Casey había salido por la puerta trasera de la escuela. 
No dio ni cinco pasos y sintió esa extraña sensación de que alguien la seguía. Ni siquiera se tuvo que voltear, ya que a esa persona la podría percibir a kilómetros.
—Las coincidencias de la vida, Casey. ¿Por qué será que siempre nos encontramos aquí? El destino quiere que cumpla con mi venganza.
Era la detestable presencia de Dylan lo que revolvía su estómago. Estaba apoyado en la reja que daba a la salida, para salir tendría que pasar por su lado. Resopló resignada y, aferrada a su mochila, caminó deprisa antes de que Dylan la pudiera detener.
—No, esta vez no te escapas —le dijo él, y la afirmó con fuerza de un brazo. Casey sintió como si se lo quebraran, Dylan no se estaba controlando. 
—Suéltame o te…
—¿O qué? Soy más fuerte que tú y no hay nadie cerca que escuche por si se te ocurre gritar —Casey se quedó callada, él tenía razón.
Se calmó pensando en las posibilidades que tenía de escapar viva y virgen de este problema, aunque las opciones no eran muchas. 
Dylan la rodeó con los brazos cruzados sobre su pecho, su aliento apestaba a cigarrillo y su cabello azabache estaba sucio y grasoso. Ese era el tipo de chico por el cual la mitad de la escuela se moría, un patán sucio y desaliñado.
—Me gusta —dijo él, refiriéndose a la cara sin maquillaje de Casey—. Te ves distinta, me recuerdas a… —Dylan cortó la frase y sonrió con malicia. Agarró desprevenida a Casey y la tomó de la cintura hasta hacerla chocar contra su cuerpo—. Me recuerdas a como te veías hace algunos años, tan señorita y educada, amable y dulce con todos, hasta con el demente de tu amigo.
Casey le dio un puñetazo en la nariz.
Hace dos semanas, cuando golpeó por primera vez a Dylan, fue con la clara intención de hacerle daño. Esta vez fue para defenderse de su memoria que invocaba al rostro de “él” con su más mínima mención. Últimamente, Dylan se empeñaba en hacerle sufrir y eso merecía un castigo justo.
Él se llevó las manos a la nariz de la cual salía un hilillo rojo que bajaba hasta su barbilla. La furia lo dominó cuando vio la sangre que goteaba y manchaba su ropa. Empujó a Casey de espaldas contra la pared y la afirmó del cabello.
—Es hora de pagar cuentas, Cass —su tono era venenoso y destilaba odio y malas intenciones. Casey no sabía que cosa estaba haciendo Dylan, se había puesto a revisarle la mochila desparramando todos sus cuadernos por el suelo mugriento.
—Dylan, detente…—dijo en voz baja, la coleta le dolía porque le tiraba el cuero cabelludo.
—Entonces ruégame —le respondió él, dejando de hurgar en sus cosas. 
Casey se negó a rebajarse y apretó los labios para no liberar las palabras que la condenarían.
—Suéltame, imbécil.
Eso no pareció gustarle a Dylan, y en un abrir y cerrar de ojos la soltó. Casey no cabía en la incertidumbre ¿Por qué la soltó? Sin embargo, la respuesta no se hizo esperar. Ya no sentía las cosquillas de las puntas de sus cabellos en la nuca. Se llevó una mano hasta la coleta y, para su horror, de dio cuenta de lo que había hecho Dylan.
Ya era tarde para gritarle y lanzarle golpes, él se había dado a la fuga con una risa macabra que resonaba en los oídos de Casey. En el suelo, la tijera de ella estaba sobre el cabello que Dylan le había cortado. Con la rabia corriendo por sus venas, recogió y guardó todo nuevamente en su mochila, se soltó la coleta y el cabello ni siquiera le llegaba hasta los hombros.
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Niall seguía con miedo cuando se sentó en el sofá de la casa de Harry. No podía dejar de darle vueltas al asunto y mil maneras de ayudar a Casey. Primero, se prohibió invitarla a su casa para que ella no se viera amenazada ante el recuerdo de su amigo. Segundo, la obligaría a ir al baile para que se divirtiera. Y tercero, le daría permiso a esos sentimientos que surgían de su pecho para que le guiaran a tomar las decisiones correctas.
—No te atormentes, Niall. Yo también estaría así si alguno de ustedes se suicidara —le dijo Zayn a modo de consuelo mientras se sentaba a su lado, ofreciéndole un vaso de jugo con hielo.
—Ya lo sé, es sólo que no puedo imaginarme con el dolor que debe cargar todos los días, eso explica porque siempre tiene esa mirada.
—¿Cuál mirada? —inquirió Harry, que elegía una película al lado del televisor.
—Esa que logra deprimirte —respondió Niall.
Todos se miraron entre sí, pensando en lo mismo.
—Te pego fuerte esta vez —le dijo Louis al ver que nadie se atrevía a decirlo en voz alta. Niall se sobresaltó y abrió la boca al no entender a qué se refería—. Hablo de cupido, te lanzó una flecha con un arco muy moderno al parecer. La flecha te llegó rápido: la miraste, hablaste con ella y a los días es en la única que piensas.
Todos rieron menos el rubio. Él no quería dar esa impresión de chico enamorado, a pesar de que Louis estaba en lo cierto.
—No molesten —se limitó a decir y se acomodó en el sillón para pasar una tarde de cine con sus amigos.

Casey se bajó en la misma parada de siempre y compró flores a la misma anciana, esa mujer arrugada parecida a una pasa con diminutos ojos. 
Tenía un ramo de tulipanes rojos en las manos, estuvo a punto de comprar margaritas y rosas, pero se dijo que “él” merecía más que eso.
El guardia la saludó con una inclinación de cabeza y le abrió el portón del cementerio con un chirrido espeluznante y oxidado. El lugar era verde, con placas plateadas y doradas encima del césped. Casey caminó entre ellas y esa sensación de culpabilidad le empezó a corromper los ojos, cuando se detuvo frente a la placa con la inscripción del nombre y la fecha de fallecimiento de “él”, las lágrimas caían libres por sus mejillas, mojando los tulipanes. 
Había un macetero lila con flores marchitas al lado de la placa, Casey las sacó y botó el agua podrida en el césped y la cambió por agua fresca que había sacado del baño del colegio y que había guardado en una pequeña botella de plástico.
Miró las flores un momento y su aroma le trajo a su cabeza el funeral de “él”. Cerró los ojos con fuerza, tratando de reprimir esa escena. Cuando la imagen se fue, respiró tranquila y sacó la voz que las lágrimas oprimían con nudo en su garganta.
—Hola…Liam.

I Love you (Niall Horan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora