El perro se acercó por fin. Oí la exclamación sorprendida u horrorizada de la chica cuando Ares se acercó cojeando hasta mí, aunque no le presté mucha atención, estaba centrado en el animal. Este metió el hocico en mi mano y devoró las galletas hambriento. Yo suspiré aliviado porque siguiera en casa, y cuando acabó de llevarse las migas de las galletas acaricié su cabeza.

―¿Qué le ha pasado? ―me preguntó ella, arrodillándose a mi lado.

Cogió la caja de galletas que yo había dejado a un lado y sacó un puñado para tendérselas al perro, que se fue con ella con timidez.

―Un accidente laboral ―murmuré incómodo.

No estaba preparado para hablar de ello.

Ni de Jenkins, ni de por qué a Ares le faltaba una pata delantera y un ojo, ni de Poseidón...

Centré la vista en la chica, que acariciaba al perro como si le conociera de toda la vida. En la noche del jueves no había podido verla bien, ahora lo hice.

Se había arrodillado en el suelo, sin importarle ir con unas medias negras y una falda de cuadros muy corta. Además, llevaba un jersey de cuello alto, un chaleco a juego con la falda y una chaqueta en la mano. Debía tener calor por la caminata. Ese día habían subido un poco las temperaturas, aunque quizá era por ser medio día. Por último, me fijé en su cara.

Era preciosa, joven, quizá bastante más que yo, pese a su pelo blanco que al principio me había engañado un poco, debía ser teñido. Lo llevaba liso y corto por los hombros. Además, iba bien maquillada, con los ojos con una raya negra que hacía que pareciesen más grises de lo que eran, y tenía las mejillas muy rojas, aunque no tuve claro si era maquillaje o por el esfuerzo.

―Siento el susto del jueves ―le dije con sinceridad.

No me parecía mucho mayor que Ashley y me sentí realmente mal.

―¿Por qué estás aquí? Este sitio da miedo, no es para estar paseando con estos animales. Por muy bonitos que seáis ―le dijo al perro, con voz ligeramente infantil, como si temiera haberlo ofendido.

―¿Los perros o yo? ―me burlé, llamando a Ares de nuevo, quería asegurarme de que estaba bien.

―Por qué estáis todos ―me toreó como quiso y no pude evitar una risa.

El perro se acercó tras unos segundos muy largos y le di una orden en alemán para que se tumbase delante de mí.

―El terreno aterrador es mío ―reconocí.

―Oh, mierda. ¿Has comprado esto?

―¿Tú también me vas a decir el mal negocio que he hecho? ―resoplé, dando otra orden al perro para que se pusiera boca arriba, quería comprobar que tenía las patas bien. Aquel terreno era diferente al que estaban acostumbrados.

―No, solo que me has jodido ―me dijo, y me hizo mirarla de golpe.

Hasta Ares alzó la cabeza para mirarla.

―¿Yo? Aún no, preciosa.

Se sonrojó aún más y me reí de nuevo, mientras sujetaba la pata delantera de Ares. Me dejó mirarle unos segundos y luego se apartó de mí y volvió con la chica. ¡¿Qué demonios les pasaba a esos perros?! Primero Hades con Ashley y en ese momento Ares con... esa chica.

―Es que atravieso por aquí para ir a casa de mi abuela, desde Havenfield a Millerfort ―explicó, poniéndose de pie y sacudiéndose la tierra de las rodillas, aunque volvió a acariciar al perro después.

―No te preocupes, sigue cruzando, al menos hasta que arregle la valla. ¿Ves como aún no te había jodido? ―la provoqué, levantándome también.

Cuando te coma el lobo  - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora