¿Alguna vez se te ha rasgado la oreja bailando?

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El arete de filigrana de mi oreja izquierda se enganchó con la blusa bordada. La oreja hacía las veces de chicle mientras el arete discutía con los hilos del capús. Mi oreja les pedía que calmaran sus impulsos de arrebato, mientras el coliseo entero estaba absorto entre el bullicio y el frenesí. El público asistente enardecía cada rincón del lugar. La adrenalina podía olerse, el cabello de los barristas parecía sacado de un libro de historia donde los cavernícolas eran los protagonistas. Llegar a una gran final del Concurso Mundial de Marinera, baile bandera del Perú, es literalmente una cosa de locos. Es inevitable sentir el sonido del bombo en tu estómago, los platillos jugando con tu sistema nervioso, las trompetas bailando con tu respiración, la conexión energética entre un movimiento equilibrado, la expresión sacada del alma, la congregación del calor de los asistentes y la extensión de lo logrado con el público. El estallido de aplausos es solo una consecuencia. Presenciar el proceso de una competencia es como meterte en una tetera de agua por hervir. El agua calma cuando aún no hay calor, el calor que obliga a las moléculas de agua a agitarse y luego chocarse entre sí. Moléculas que se mantienen en movimiento y cada vez se exaltan más porque un espacio cerrado las mantiene unidas hasta hervir de emoción cuando declaran un campeón. Solo tres parejas finalistas de niños de entre 9 a 11 años, que ya llevan una semana de concurso entre 200 parejas, fuera de los meses y meses de intensos ensayos, frente a la mirada de ocho mil personas. Paremos aquí.

¿A alguien le importa la oreja de una niña en una competencia? ¿Qué tan grandes son los sueños del público que una oreja pueda resultar tan minúscula e irrisoria?
Ese día, mientras lidiaba entre romper el capús, el carísimo arete que me alertaron lo cuidara con la vida porque era caro, y mi oreja, aprendí por presión a hacer un rápido cálculo matemático de 2 a 1. Era más probable que se rompiera el vestido o el arete que mi oreja achiclada por la situación. Inhalé, y pensé: vamos Claudia, solo basta un  movimiento brusco de cabeza. Solo falta una etapa más para entrar a los 3. Dale, cuando golpee el platillo. ¡Ahora!
La oreja se rasgó un poco, nada del otro mundo frente a lo que significaría liberarme del problema para seguir concentrada en ofrecer el mejor espectáculo en esa gran final. Al vestido se le rompió unos hilitos, la mitad del arete voló. Ganamos junto a mi hermano ese año. Ahora no puedo decirlo con tanto orgullo. Es decir, es lindo ganar algo cuando te has esforzado muchísimo por alcanzarlo, pero ahora, cada vez que recuerdo momentos como estos, miro esa final desde una butaca. Y hay niños llorando por no alcanzar su sueño, entre ellos mi mejor amiga de infancia. Quizá ellos estaban en otro proceso de aprendizaje, nosotros habíamos adelantado el nuestro entre tantos bailes y trabajos a cambio del juego temprano de todo niño.
Un tropiezo más, entre infinitos que de seguro los demás niños de mi categoría también pasarán en su momento y será, con el tiempo, una oreja de niña rasgada, cosa minúscula, cosa del olvido.

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⏰ Last updated: Jul 19, 2020 ⏰

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