Capítulo 9: Puzzle

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—Tenemos que volver a la tumba, entonces, y descubrir qué oculta —dijo Roderic, recuperando la fe—. En este momento, es nuestra única pista para dar con ellos.

Ísgalis y él comenzaron a caminar, pero Tania permaneció inmóvil donde estaba, con la mirada clavada en el cielo.

—¿Qué pasa, Tania? —preguntó la muchacha.

La niña señaló hacia arriba.

—Allá —dijo—. Cerca de las nubes.

La Guardiana aguzó la vista y distinguió su silueta en las alturas. Era Daros.

Ísgalis y Roderic habían enfocado tanto su atención en la desaparición de Jayden y los niños, que se olvidaron por completo del vorex.

Estaba profundamente alterado. Sobrevolaba las montañas sin orden ni sentido. Como una hoja seca arrastrada por el vendaval.

—¡Daros! —lo llamó Roderic, chiflando y agitando las manos—. ¡Acá abajo, amigo!

Al divisarlos, el animal descendió con presteza y les lamió la cara. Se alegraba enormemente de verlos. Sin embargo, no podía dejar de temblar.

—Está muerto de miedo —advirtió Ísgalis—. Está agitado, confuso y no para de sacudirse.

—Tenemos que asumir que lo que vio, fue lo que se llevó a los chicos —manifestó Roderic—. Y que, sea lo que sea, es lo suficientemente tenebroso como para asustar a un vorex.

Había caído la noche sobre la estepa. Una intensísima luna azul refulgía al filo de las montañas.

Volvieron al subsuelo de la capilla y retomaron lo que habían dejado.

—¿Cómo se supone que vamos a mover esta maldita piedra? —protestó Roderic—. Debe de pesar unos trescientos o cuatrocientos kilos, al menos.

Ísgalis carraspeó y ladeó burlonamente la cabeza hacia Daros.

—¡Oh, excelente idea! —asintió el muchacho—. ¿Cómo no lo pensé antes?

La tarea no representó ningún desafío para el animal, que desplazó la roca fácilmente empujándola con su cabeza.

En el suelo había una puerta trampa. Al levantarla, descubrieron otra escalera.

—¡Este sitio tiene más escaleras que el Empire State! —refunfuñó Roderic.

—¿Cómo decís? —preguntó la Guardiana, incapaz de entender el sarcasmo.

—No me hagas caso. Voy a bajar primero, para asegurarme de que todo esté en orden.

El muchacho descendió a través de un pasillo estrecho y helado, que desembocaba en algo parecido a un pedestal. Sobre él, reposaba un ataúd.

—Creo que lo encontré —les comunicó a Ísgalis y a Tania—. Pueden bajar. No parece haber ningún peligro acá bajo. Sólo tengan cuidado donde pisan, porque está muy oscuro.

—Todavía tengo dudas respecto a esto —dijo Ísgalis, al acercarse al féretro—. Creo que la inscripción de la piedra es una advertencia. ¿Qué tal si desatamos una calamidad al abrirlo?

—¿Una mayor a la que ya estamos viviendo? —replicó Roderic, socarronamente—. Ísgalis, tenemos que encontrarlos... Sin importar las consecuencias.

La Guardiana lo miró a los ojos y asintió.

El regenerador empujó la pesada tapa de piedra, dejando al descubierto el interior.

—Está... vacío —balbuceó, perplejo—. ¿Cómo... cómo es posible?

Ísgalis cerró los ojos con pesadumbre e hizo silencio. Entendía que este revés del destino, los dejaba en una posición muy delicada.

Árdoras: La Princesa Roja [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora