Capítulo 34

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PLANES

GRAN SEÑOR

Tres años tejiendo mi red de sombras, corrompiendo a los fuertes, alimentando mi ambición con la sangre de esta ciudad. Ensville, antes un refugio, ahora tiembla bajo mi dominio.

No ha sido un camino fácil. He tenido que manchar mis manos con la sangre de inocentes, sacrificios necesarios para alcanzar lo que busco, pero no me arrepiento. He forjado mi propio destino, he ascendido a la cúspide del poder a un precio que solo los verdaderos vampiros comprenden.

Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar el eco de pasos resonando en la inmensidad de mi salón. Levanto la vista con recelo, esperando encontrarme con alguna de las tantas sombras que habitaban este lúgubre castillo. Sin embargo, lo que mis ojos presenciaron me deja atónito.

Ante mí se encuentra una mujer de belleza cautivadora, su rostro enmarcado por una cascada de cabellos rubios que caen hasta la cintura. Sus ojos, de un oscuro profundo, me observaban con una mezcla de familiaridad y desafío que me deja sin aliento.

—¿Quién eres?—, pregunté con voz ronca, todavía asimilando la inesperada aparición.

Una sonrisa enigmática se dibujó en sus labios, revelando unos hoyuelos —No se levante de su trono, mi señor—, dijo con una voz que resonó en la estancia. —Vengo en son de paz, no tiene por qué tener miedo—.

Su insolencia me molesta, pero al mismo tiempo me intriga. —¿Miedo?—, replico con tono sarcástico. —Yo no conozco el miedo, y eso lo sabe usted mejor que nadie— dije, recordando.

Un brillo pícaro iluminó sus ojos. —Según he oído, no está en su naturaleza sentir temor—.

Me sentí acorralado por sus palabras, como si conociera mis secretos más íntimos.

—¿No me dará algo de beber?—, preguntó, mirandome con una sonrisa traviesa. —He oído que no es costumbre negarle nada a sus invitados—.

Con ironía en mi voz le respondo con firmeza —Pero usted no es una invitada—.

​​Sus ojos se entrecerraron ligeramente, como si estuviera analizando mis palabras. —Eso—, dijo con voz suave, —es algo que todavía está por verse—.

Sonrío de lado, así que me saluda con naturalidad —Hola Robny—.

—Hola Freya—.

La tensión impregnaba la estancia mientras observaba a Freya sentada al otro lado de la mesa. La había invitado a cenar en una de las oficinas del castillo, no como amiga, sino para abordar asuntos de negocios o, quizás, una velada amenazante.

La mesa nos separaba, su silencio me impacientaba, me desesperaba la falta de comunicación.

—¿Vamos al grano, Freya? — pregunté con voz firme, dejando de lado la formalidad. —¿Estás molesta por lo que le hice a tu hija?— Empuñé el tenedor y el cuchillo, listo para cortar un trozo de carne.

Su risa resonó en la habitación, un sonido que me ofendió.

—Vamos, Robny— dijo con tono burlón —Somos criaturas de la noche. ¿Qué necesidad tienes de comer carne? ¿Acaso te has implantado humanidad?— Apartó su plato sin probar bocado y, en su lugar, bebió de la sangre de un frasco que guardaba en su top.

—Freya, por favor— respondí con molestia —No me tomes el pelo—.

—¿Entonces son ciertos los rumores que circulan por Ensville? — preguntó, clavando su mirada en mí —.¿Has convertido la ciudad en un laboratorio de experimentos?—. Guardó su frasco con un gesto brusco.

—¿Qué se dice por ahí, fuera de mi reino?— pregunté con curiosidad, masticando lentamente.

—He escuchado que has estado realizando experimentos con vampiros y humanos— dijo, con un deje de recelo —Incluso, que uno de esos experimentos se te salió de control—.

—Eso es una completa tontería— repliqué con indignación —Jamás he tocado a un humano. Las conspiraciones que se tejen a mi alrededor son ridículas, por no decir algo más fuerte. Lo que sucedió con...— me detengo, buscando las palabras adecuadas. —Fue un incidente que tenía previsto—. Tomo un sorbo de vino, esperando que mi respuesta la convenciera, pero su silencio me indicó lo contrario.

—¿Eso era todo lo que tenías que decirme?— pregunté, con un tono de impaciencia —Si no hay más que discutir, me gustaría...—

—No, Robny— me interrumpió, poniéndose de pie con decisión —No he venido solo para hablar de eso. La verdadera razón de mi presencia aquí tiene que ver con algo que ambos sabemos—.

Las palabras de Freya resonaban en mi mente. Han pasado unas horas desde nuestra conversación, y aún no puedo quitarme de encima la sorpresa que me causó su actitud.

—Quiero que le hagas la vida imposible—, me dijo con una frialdad —Y sé que tú no conoces el miedo, eso es un problema. Pero siempre hay que fingir que sí lo sentimos, para mantener las apariencias—.

—¿Me crees idiota?"— pregunté, recordando todas las veces que me habían subestimado a lo largo de mi vida.

—No—, respondió ella con indiferencia. —Pero dime, ¿qué has hecho para que esa mujer siga en las mismas?—.

—Siempre está bajo vigilancia—, le dije, refiriéndome a las medidas que había tomado para reprimirla.

Freya se marchó advirtiendo que si no lograba tenerla bajo control, las consecuencias serían terroríficas, pero si eso pasa, va a serlo para ella, no para mí.

La puerta se abre con un suave crujido, revelando la figura de Airen. Su presencia irradia una energía vibrante, como si la aventura que acaba de vivir la hubiera llenado de vitalidad.

—¿Me necesitabas?—, pregunta con una sonrisa pícara en sus labios.

Me levanto de mi trono para saludarla. —Airen—, respondo con tono cordial. —¿Cómo te ha ido en tu viaje por el mundo? ¿Cuándo llegaste?—.

Airen es como una hija para mí, aunque el vínculo que nos une no se basa en lazos de sangre, sino en el respeto mutuo y la ambición compartida. Su astucia y poderío la convierten en una aliada invaluable en mi reino.

—Todo bien, todo bien—, responde con entusiasmo. —Llegué esta mañana, pero quise aprovechar para recorrer el centro de Ensville antes de venir a verte—.

Nos alejamos del trono y caminamos por la habitación, conversando con familiaridad. —¿Entonces aún no has tenido tiempo de conseguir un hogar?—, pregunto con interés.

Airen niega con la cabeza. —Pues no—, admite —pero crei que viviría aquí, en el castillo—

—Me alegro—, digo con una sonrisa maliciosa. —Te voy a instalar en la mansión Garden—.

Sus ojos se iluminan al escuchar mis palabras. —¿De verdad?—, exclama con alegría. Sin embargo, su expresión cambia rápidamente a una de sospecha. —Pero las habitaciones están ocupadas—, se queja. —Averigüé y no hay espacio—

—En pocos días habrá una habitación libre—, le aseguro con firmeza. —La reservaré para ti—.

Airen me mira con recelo, su mente maquinando las posibles intenciones detrás de mi generosidad. —Está bien—, responde con tono dubitativo. —Pero no me pedirías que durmiera bajo el mismo techo que un Elordi si no fuera porque te beneficiaría. ¿Ahora qué tramas?—.

Un dejo de diversión se dibuja en mis labios. —Airen—, digo con tono paternal, —sigo siendo tu líder, tu rey. Trátame con respeto. Y como bien dices, no solo me beneficia a mí, sino a todos.

Airen agacha la cabeza en señal de comprensión. —Perdón—, murmura con arrepentimiento. —¿Y de qué se trata ese beneficio?—.

—Pronto vivirás en la mansión Garden—, le digo con un guiño cómplice.

Una sonrisa diabólica se dibuja en el rostro de Airen. 

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