Estaba por llevar a Lusila dentro de su templo, cuando esté también comenzó a fracturarse. Debido a la oscuridad no podía ver más allá del cuerpo de Moar, ¿a quién podría pedir ayuda en un momento así?

-Quedénse juntas.

Recostó a Lusila al lado de Moar y creó un escudo en ambas para que no fuesen atacadas por los escombros que seguían volando sobre ellas.

Podía percibir el vínculo que existía entre Rovek y Zema, que ahora se desplazaba sobre ella con la fundición de sus almas, así que tiró de ese lazo y en un momento apareció justo en medio del santuario de Rovek.

Jamás había usado esa técnica antes, así que sintió como su cuerpo se tambaleaba a causa del mareo por viajar tan rápido y el desgaste energético que éste le provocó.

En medio de su debilidad pudo sentir el remolino en la mente de Rovek. Apenas podía tolerar recibir esas sensaciones extracorpóreas. Caminó con pasos tambaleantes esquivando los pedazos de concreto cayendo del techo hasta detenerse frente a dos tronos, uno de ellos estaba siendo derretido hasta convertirse en un charco a pies de Rovek mientras esté ocupaba el otro.

-¿Qué crees que estás haciendo?- le gritó jadeando.

La máxima divinidad no se vió sorprendido por su presencia, la había sentido desde que puso un pie en su santuario.

No se preocupó de ocultar su sentir, más bien le permitió experimentarlo para que no intentase detenerlo. Si conocía la miseria que ahora sería su vida podría tenerle clemencia y no intentar pararlo.

-Este santuario también era de Zema- dijo moviendo la barbilla hacia su lado, dónde aquel dorado trono se encontraba momentos antes de su fundición. –Así que no veo el propósito de que este templo siga en pie.

Jubal se enderezó cuando lentamente fue recuperando su fuerza y lo miró ceñuda mientras se reproducían en su mente todas las explicaciones de Lusila.

Las divinidades se alimentaban de las ofrendas y veneraciones, si no había un lugar a donde llevarlos...

¿Qué le pasaría al universo si sus dos máximas divinidades desaparecían?

La balanza ya estaba desestabilizada, si esa balanza dejaba de existir, ¿qué le sucedería a todas las demás criaturas?

Lo que más la asustó fue la determinación de Rovek por morir. ¿Tanto había amado a Zema que no podía vivir sin ella? Le parecía un amor tan fuerte y sin embargo, tan destructivo.

Ella, en toda su corta existencia jamás había deseado desaparecer. Aún cuando todas sus hermanas fueron asesinadas, nunca anheló la muerte. Más bien, el dolor fue el impulso para seguir viviendo y arreglar el desastre que las divinidades habían causado.

Si bien Rovek habia matado al séquito de Zadro, eso había ocurrido cuando aún creía que era posible recuperar a Zema.

Además, el causante de su desgracia era su propio hijo. ¿Cómo sería capaz de darle muerte cuando la misma Zema se lo prohibió? Y sin una venganza, ¿cómo podría darle un fin a su dolor?

-No voy a permitir que hagas esto.

Su corazón se dividía en el bienestar de las demás divinidades y en el de Rovek, dado que lo necesitaba para poder revivir a sus hermanas.

Sin embargo, había algo más que hacía surgir el miedo de perderlo.

-¿Qué harás para detenerme?- se burló Rovek, comenzando a destruir el trono donde estaba sentado.

-Pelearé contigo si es necesario.

Rovek hizo un gesto despectivo alzando un lado de su boca. Su rostro reflejaba burla pero sus ojos estaban oscurecidos en angustia.

-De modo que ella es libre de morir pero yo no.

Jubal abrió la boca para refutar, pero no encontró palabras para ello. Él tenía razón, si quería morir, ¿quién era ella para impedírselo? Zema no reparó en nadie para hacerlo, ¿por qué Rovek estaba obligado a velar por los demás?

A pesar de ello, Jubal no lo aceptó. Apretó los puños a su lado y enderezó aún más su espalda con determinación.

-No puedes irte hasta que cumplas con lo que me prometiste. ¿O es que planeas faltar a tu palabra?

Rovek se puso de pie, permitiendo que los restos de su trono se desvanecieran. Bajó los escalones con lentitud, saboreando el temor de Jubal ante su presencia hasta que se cernió sobre ella en toda su altura.

-Así que, ¿si te devuelvo a tus hermanas no te opondrás a mí?

No pretendía mentir ni darse por vencida, pero aún así asintió con solemnidad.

(...)

Moar observó el lugar donde momentos antes había estado Jubal sin poder creer lo que sus ojos veían.

¿Había desaparecido justo antes de poner un campo protector a su alrededor?

Lusila se puso de pie tambaleante y le tendió la mano a Moar. Mientras más divinidad poseías, más fuerte eras, pero en ese momento, con Rovek pendiendo de un hilo, todas se volvían débiles.

-¿Cómo ha hecho eso?- le preguntó entre jadeos.

Lusila no estaba segura de cuántas personas debían saber que Zema yacía en el interior de la mortal. Podrían intentar matarla al creer a ese acto blasfemo, por lo que decidió protegerla, así como Jubal las protegía ahora, y calló.

-Vayamos con los demás, debemos asegurarnos de que se encuentren bien.

Juntas se dirigieron a la avenida principal y entre más personas las rodeaban, el campo se expandía hasta que cubrió a todos los seres del lugar.

Mientras tanto, Zadro veía su propia mano sintiendo como la luz en sus venas estuvo a punto de desvanecerse.

Sin embargo, tiempo después volvió a resplandecer con normalidad.

-Algo le ha ocurrido a mí padre- dijo en voz baja, aunque de todas maneras nadie podía oírlo.

Pues, si Rovek no lograba matarlo, la soledad eterna sería su castigo.

Las Doce VírgenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora