—¿Y entonces?—

—Sólo quiero estar contigo—

No pude evitar sonreír. Le besé la mejilla y me senté sobre la barra. Aún preocupada por él.

—¿Te parece comer en la terraza?—

—Si— dijo simplemente

—De acuerdo— bajé de un salto y le quité el cubierto —Pero dejame prepararte algo—

Después de eso lo hice subir mientras yo me encargaba de hacerle jugo de naranja y un mejor sándwich con vegetales. Desayunamos y bebimos café juntos, me preguntaba muchas cosas, mi familia —insistiendo una visita próxima—, sobre qué había hecho el fin de semana mientras no estuvo y de qué color quería las cortinas. Por fin lo había convencido de cambiarlas. Pasamos mucho tiempo mirando los árboles del jardín y el sonido de las avecillas que hacían sus nidos entre los árboles.

Me senté en sobre sus piernas, y el pasó sus brazos por los míos. Casi quedándome dormida recargada a su pecho. Escuchando su corazón latiendo. Observé de reojo su sonrisa de ceño fruncido, y sus ojos esmeralda contemplando el día. Sus manos distraídas pasaban por mis brazos, llenándome de sensaciones por su tacto áspero. Sólo quería mirar sus facciones, las cuales ya había visto un millón de veces a lo largo de los años pero no me cansaba, no me aburría. Amaba las arrugas de su frente, y las marcas de expresión cerca de sus labios. Amaba tenerlo cerca. No me importaba el silencio, las palabras sobraban teniéndolo a mi lado.

Más tarde se quedó algunas horas con Lenny, estrenando los nuevos juguetes que le había comprado y un divertido traje de Toy Story que había elegido para él. Billie no paraba de tomarle fotos.
Después me ayudó a cocinar quejándose todo el tiempo porque le ponía demasiado picante a las cosas. Y lo reté para que comiera algunas salsas, hasta que su rostro quedó rojo. Aún así le encantaba mi comida.

Se me ocurrió tirar algunas sábanas en el piso, acurrucandonos allí para mirar películas, le dejé elegir las de El Padrino y luego pude elegir algunas de terror. Lo escuché repetir algunos diálogos, con su mejor acento gánster.

Cuando tuvimos suficiente de televisión colocó el tocadiscos junto a nosotros y puso algunos vinilos al azar. Fue mi parte favorita. Porque mientras él disfrutaba de las melodías yo podía mirarle, junto a mí, observando sus lunares y sus ojos cerrados. Pasando mis dedos una y otra vez por sus coloridos tatuajes.

Solía hacerlo antes de dormir, contemplarlo hasta perderme en mis pensamientos. Estaba tan agradecida por haber estado en el lugar y hora correcta para conocerle. Era mi mundo. Todo se lo debía a él. Y amarlo eran tan sencillo, porque él así lo era. Billie era la persona más dulce y sencilla del mundo. Platicaba con todo el mundo y escuchaba a la gente. Y podía ser el chico sexy si así lo deseaba.

Sonreí pensando en aquello, rozando el espacio vacío cerca de su muñeca, donde dos ángeles con manos en penitencia formaban un arco.

—Pensaba en hacerme uno con tu nombre— dije refiriéndome a sus tatuajes, captado su atención, sus esmeraldas se fijaron en mí —Aparté una cita con Kat—

—Hace tiempo que no la he visto— sonrió recordando la última visita.

—Nos invitó a su casa, tiene un niño precioso— dije con cierto entusiasmo

Aquello lo hizo pensar, lejos de la conversación que estábamos teniendo. Sus ojos se perdieron y la mirada triste regresó. Le acaricié el pelo sintiéndome terriblemente mal.

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