Prólogo. Noche de humo y cenizas.

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El humo me impedía respirar  y hacía que mis ojos escocieran. Aun así, corría sin parar, pero mis piernas estaban comenzando a fallarme.

¿Por qué nos hacían esto a nosotras?

Nadie merecía algo así.

Había perdido la noción del tiempo y las lágrimas me impedían ver con claridad. 

—¡Deja de correr bruja!—gritó alguien a mis espaldas—. Eres una cobarde. Nunca os deberíamos haberos dejado entrar a este pueblo. Sois todas unas brujas y moriréis por ello.

Mi corazón se aceleraba con cada paso que daba, mis piernas ya no podían mantenerse en pie y me faltaba el aire en los pulmones.

—Por favor...—mi voz fue apenas un susurro. Podía oír los pasos de aquel hombre detrás de mí. No tenía escapatoria, iba a morir. 

Si tan sólo me hubiese controlado, todo eso no habría pasado y estaríamos bien.

En ese momento, mi pie se topó con la rama de un árbol y finalmente, mis piernas cedieron. Mi cuerpo aterrizó en el suelo y me golpeé la cabeza con fuerza. Rodee sobre mi espalda y mis ojos se quedaron fijos en el cielo. Las nubes empezaban a disiparse, dejando ver la luna, que parecía mirarme con pena desde esa altura.

—Por fin has dejado de correr, bruja asquerosa. Deberías haber muerto hace tiempo. Mira lo que has provocado—no quedaba rastro de humanidad en la mirada de aquel hombre, sus ojos azules, fríos como aquella noche, me miraron con desprecio—. Es hora de que ponga fin a tu miserable vida.

Sabía que ese momento llegaría. Estaba preparada para morir, pero no quería hacerlo de esa manera, tan sola, tan triste, sintiéndome tan culpable. Tenía que haber sido yo y no ellas. 

¿Por qué yo?, ¿por qué me habían elegido a mí?

Aquel hombre levantó la daga que llevaba en la mano y me miró con desprecio. Mis ojos todavía estaban hinchados de llorar, la boca me sabía a mi propia sangre, me dolía todo el cuerpo y mis manos estaban teñidas de negro.

¿Eso es lo que se sentía antes de morir?

Cerré los ojos y apreté los dientes. Mi único deseo fue que no doliese demasiado.

Pero ese dolor, nunca llegó.

De pronto, noté una brisa diferente y el olor que anegaba mis fosas nasales fue sustituido por otro diferente. Uno más fresco que hizo que aspirase con fuerza.

Un olor que reconocí al instante.

Abrí los ojos justo cuando una rama crujió a mis espaldas.

—¿Quién anda ahí?—dijo el hombre, que en ese momento, levantaba la daga y miraba a su alrededor—.Si eres una de ellas, más vale que salgas—clavó en mí sus ojos inyectados en sangre—. Levantó los brazos y volví a cerrar los ojos, pero de nuevo, no sentí nada.

Escuché un grito y después se hizo el silencio. 

¿Había muerto? 

No. Abrí los ojos, pero el hombre ya no estaba sobre mí. ¿Dónde había ido?, ¿el grito provenía de él?

—¿Quién...?—susurré. En ese instante, sentí una mano fría que se posaba sobre mi mejilla. Sus manos se deslizaron bajo mis piernas y noté que abandonaba el suelo. No pude resistirme y comencé a sentir que perdía el control sobre mi cuerpo cuando mi cabeza quedó apoyada sobre el hombro de aquella persona desconocida. 

—Tranquila, ya te tengo—susurró en mi oído.

Esa voz.

Era imposible.

Él no podía estar allí... pero se sentía tan real que me dejé llevar por la extraña y agradable sensación que me invadía.

¿Estaba volando o simplemente era mi alma abandonando mi cuerpo?

Luz de Luna (Primer Libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora