— ¿Acaso el dolor te está haciendo tener alucinaciones? —dijo el pelinegro en un tono de broma que no era común en él mientras usaba su mano libre para trazar una suave caricia en la mejilla de su esposa. — Nada en el mundo podría hacer que mi amor por ti se extinguiese. 

Una pequeña sonrisa cansada surcó los rosados labios de la mujer, sin embargo, aquella expresión no duró mucho antes de que nuevamente realizara una mueca y un grito de dolor se escapase de su boca cuando una contracción particularmente fuerte la azotó. 

Pasaron varios minutos de intenso trabajo por parte de las parteras y la mujer embarazada, antes de que la habitación se viese sumida en un completo silencio que solo fue interrumpido por el sonido característico del llanto de un neo nato. 

— Alabados sean los dioses por permitir que esta criatura llegue al mundo sana y salva... —murmuró una de las parteras mientras se encargaban de limpiar la sangre y fluidos que manchaban la piel del bebé para posteriormente envolverlo en una gruesa y cálida manta. — Felicidades... es una niña saludable. —dijo al hacer entrega del bebé a los padres que ansiaban conocerla. 

La mujer recibió a su hija moviéndose lentamente con cansancio y duda, maniobrando el cuerpo más chico con extremado cuidado como si temiese que la más leve de las brisas pudiese romperlo. Una vez que lo sostuvo en una posición cómoda, se dedicó a observar las facciones de su rostro mientras trazaba suaves caricias sobre su piel enrojecida. Contó los dedos de sus manos y pies, jugó levemente con los pequeños y finos mechones de cabello que se asomaban en su pequeña cabeza... rosados, similares a los suyos propios... una hija parecida a su madre...

— Es perfecta... —susurró la mujer mirando con absoluta adoración a su nueva hija antes de voltearse para encarar a su esposo, queriendo conocer sus reacciones y pensamientos. — ¿No lo crees...? 

— Lo es... —estuvo de acuerdo el pelinegro extendiendo su mano para tocar la mejilla de su recién nacida. La niña se inclinó ligeramente hacia su toque, como si estuviese buscando la calidez de sus manos que superaban en tamaño a su pequeña cabeza. — Es nuestra pequeña princesa... —comentó, habiendo decidido desde el primer momento en que puso sus ojos sobre ella, que la protegería de cualquier daño. 

— ¿Cómo crees que deberíamos llamarla? —preguntó la pelirrosa volviendo la mirada una vez más hacia su hija. — Debería ser un nombre... único para ella. Algo que miremos su rostro y digamos "si, tiene cara de llamarse así". —opinó dejando escapar una pequeña risa suave ante sus propias divagaciones. 

La pareja guardó silencio por unos breves momentos mientras intentaban pensar en posibles opciones para el nombre de la niña. 

— ¿Qué tal... "Sakura"? —sugirió la partera acercándose lentamente luego de haberse encargado de retirar las toallas y mantas manchadas con sangre y otros utensilios que habían sido utilizados para asistir el parto. 

— ¿Sakura...? —repitió la madre probando el nombre en sus labios mientras estudiaba las facciones de su bebé. — Me gusta... —murmuró al cabo de unos momentos esbozando una pequeña sonrisa. — ¿Tú qué opinas, anata? —le preguntó a su esposo. 

— Le sienta bien... —estuvo de acuerdo el pelinegro. — Nació en primavera, y sus cabellos parecen flores de Sakura... —señaló. 

— Tienes razón... —dijo la pelirrosa divertida por las coincidencias. — Nuestra pequeña Iguro Sakura... Bienvenida al mundo, pequeña. —susurró hacia su hija. 

ᴄʜᴇʀʀʏ ʜᴜɴᴛᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora