De pie delante del espejo, Naru estudiaba la foto que tenía en la mano: ella a los dieciocho años. Luego miró la imagen que le devolvía el espejo y se fijó en cuáles eran las diferencias. El cambio más obvio era que ahora tenía pómulos afilados en lugar de mofletes. También el pelo: antes, unas greñas que apenas le tapaban las orejas, mientras que ahora lo llevaba recogido en una espesa trenza que le llegaba hasta la cintura. Lo único que no había variado eran los ojos, azul oscuro. Sin embargo, siempre podía ponerse gafas de sol cuando pensara que cabía la posibilidad de que se cruzara con Sasuke y, de ese modo, ocultarle indefinidamente su identidad.
Había considerado el asunto desde todos los puntos de vista posibles y había decidido que no podía confiar en la buena disposición de Sasuke. Este era impredecible, volátil. Lo mejor sería evitarlo siempre que fuera posible e intentar que Kakashi no la presentara ante su propio marido como «una antigua amiga de tu pueblo».
Al parecer, Sasuke iba a acudir a la revista esa mañana. El día anterior habían dejado caer la noticia de la venta de la revista: Sasuke Uchiha había dejado su trabajo de enviado especial y a partir de ese momento dedicaría su tiempo y su talento a la prensa escrita de actualidad, aunque ocasionalmente todavía elaborara algún reportaje para la televisión. Los periodistas veteranos se sentían de repente incómodos, hojeaban su currículum, revisaban sus trabajos y los comparaban con el estilo periodístico de Sasuke, directo y mordaz. Y si Naru no había oído comentar cien veces a las mujeres de la redacción lo guapo que era Sasuke Uchiha, no lo había oído ninguna. Incluso compañeras que estaban felizmente casadas se sentían emocionadas ante la idea de trabajar con Sasuke. Era algo más que un buen periodista: era un famoso.
Naru ya estaba cansada de todo aquel revuelo. Lo primero que haría esa mañana sería ir a ver a Kakashi para que la mandara a cubrir una noticia, lo que fuera, hasta que las cosas se hubieran calmado. Ya llevaba tres semanas sin que le asignaran ningún reportaje, así que a nadie le parecería raro que estuviera impaciente por marcharse. Faltaba más de un mes para el baile benéfico de Sakarya, y no sería capaz de quedarse tranquilamente sentada a su mesa tanto tiempo.
De repente se dio cuenta de lo tarde que era. Echó una ojeada apresurada a su imagen en el espejo: una figura delgada, de aspecto pulcro y competente, con pantalones azul oscuro y una camisa de seda del mismo color. Llevaba el pelo hacia atrás, recogido en una coleta y, como toque final, se había puesto unas gafas de sol. Respondería a quien le preguntara que le dolía la cabeza y la luz le hacía daño en los ojos. Las gafas no eran tan oscuras como para no poder trabajar con ellas puestas si hacía falta.
Tenía que darse prisa. Como el ascensor de su edificio era bastante lento, bajó las escaleras de dos en dos y llegó a la parada justo cuando el autobús acababa de cerrar sus puertas. Empezó a vociferar y a aporrear el cristal, y el conductor le sonrió.
-Me preguntaba dónde estabas -aporreadora.
Era cierto, era de las que siempre aporrean las puertas de los autobuses.
Consiguió llegar a la revista justo a la hora y se dejó caer en su silla, asombrada de seguir con vida. Al cruzar la calle, habían estado a punto de atropellarla al menos en seis ocasiones. El pulso le latía a toda velocidad y sonrió: ¡si su método habitual para llegar al trabajo a la hora empezaba a parecerle emocionante, era que necesitaba un poco de acción!
-Hola Kitsune- saludo Gaara-. ¿Deseosa de conocer a El Hombre?
-Deseosa de que me manden a alguna parte -replicó-. Llevo demasiado rato pegada a la silla, me están saliendo telarañas. Voy a hacer una visita a Kakashi en su guarida para ver si me da algo que hacer por ahí fuera.
-Estás loca -le dijo Gaara con franqueza-. Hoy Kakashi está acelerado, mejor que esperes hasta mañana.
-Tentaré a la suerte -contestó ella alegremente.
-¿No es eso lo que sueles hacer siempre? Oye, ¿y esas gafas? ¿Es que quieres ocultar que te han puesto un ojo morado? -inquirió Gaara con ojos curiosos. No descartaba la posibilidad de que Naru se hubiera visto envuelta en una pelea en alguna parte.
-De eso nada -para convencerlo, se quitó las gafas un momento y se las puso otra vez-. Me duele la cabeza y me molesta la luz.
-¿Tienes migrañas? -preguntó él con preocupación-. A mi hermana le dan de vez en cuando y no soporta la luz.
-No creo que sea una migraña -protestó-. Seguro que es una reacción nerviosa por llevar tanto tiempo sin Kitsuneir a la calle.
Gaara se rió y ella aprovechó para levantarse y dirigirse al despacho de Kakashi antes de que llegara Sasuke.
A medida que se acercaba a la puerta abierta del despacho, oyó que Kakashi estaba hablando por teléfono. Su tono era cortante, impaciente, y Naru enarcó las cejas al escuchar lo que decía. Kakashi era impaciente por naturaleza, pero casi siempre se mostraba razonable. Su actitud en ese instante, sin embargo, no era precisamente razonable. Gaara tenía razón, Kakashi estaba más acelerado de lo que era habitual en él, nervioso e irascible, y no le cabía la menor duda de que se debía a la llegada inminente de Sasuke.
Cuando oyó que daba bruscamente por terminada la conversación y estampaba el auricular en la base del teléfono, asomó la cabeza por la puerta.
-¿Una café te facilitaría las cosas?
Kakashi levantó la cabeza al oír la voz de Naru y su boca se curvó en una mueca.
-Ya estoy nadando en café -gruñó-. No sabía que en esta revista trabajaran tantos idiotas. Te juro que si recibo otra llamada de uno de esos memos...
-Todo el mundo está nervioso -trataba de apaciguarlo.
-Tú no -señaló él-. ¿Y esas gafas? ¿Es que ya eres tan famosa que tienes que viajar de incógnito?
-Tengo mis razones -replicó Naru-, pero por ser tan listo no pienso contártelas.
-Como quieras -refunfuñó—. Anda, largo de aquí.
-Necesito que me mandes a cubrir alguna noticia -apuntó ella-. Yo misma estoy a punto de abofetear al que se cruce en mi camino.
-Creía que querías estar presente para saludar a tu antiguo vecino -respondió Kakashi-. Además, ahora no tengo nada para ti.
-No seas así -suplicó ella-. Tiene que haber algo. ¿Es que no hay manifestaciones, desastres naturales, secuestros? ¡En algún rincón del planeta debe haber una historia para mí!
-Mañana tal vez -replicó él-. No tengas tanta prisa. Por amor de Dios, Kitsune, quizá te necesite aquí si El Hombre se pone difícil. Siempre resulta agradable tener a mano a una vieja amiga...
-¿Para echarla a los leones? -lo interrumpió ella secamente.
Contra todo pronóstico, Kakashi sonrió.
-No te preocupes, muñeca, no te hará pedazos, sólo jugará un rato contigo.
-Kakashi, no me estás escuchando -gimió ella-. Llevó aquí encerrada tres semanas. Necesito Kitsuneir.
-No eres sensata -señaló él.
-Y tú no tienes compasión -replicó ella-. Kakashi, por favor...
-¿Por qué tanta prisa? -gritó de repente-. Maldita sea, Kitsune, el nuevo amo está a punto de aparecer por aquí, y no es precisamente un corderito. Hoy no va a ser un día divertido, así que deja de darme la tabarra, ¿quieres? Además, puede que quiera verte y, en ese caso, quiero que estés aquí.
Naru se dejó caer en una silla y gimió al darse cuenta de que tendría que contarle la verdad a Kakashi. Sólo de ese modo la mandaría fuera de la redacción, y tal vez no fuera tan malo que estuviera al tanto. Al menos, así dejaría de pensar en usarla para apaciguar a Sasuke. Y la verdad era que Kakashi tenía derecho a saber cuáles eran las circunstancias y las complicaciones que podía crear su presencia allí ese día.
-Kakashi, creo que deberías saber que tal vez Sasuke no esté tan encantado de verme -dijo con voz tranquila.
Él se puso alerta inmediatamente. -¿Por qué? Pensaba que erais amigos... Ella suspiró.
-La verdad es que no puedo decir si éramos o no amigos. Hace siete años que no lo veo; aparte de en la tele, claro. Y hay algo más. No iba a contártelo, pero debes saberlo. Sabes que sigo casada, aunque lleve años separada de mi marido, ¿no?
Kakashi asintió con la cabeza y se puso repentinamente rígido.
-Sí, pero nunca has dicho quién es tu marido. Usas tu apellido de soltera, ¿verdad? -Sí, no quería deberle nada a nadie ni aprovecharme de su apellido. Es un hombre muy conocido. Bueno, ya lo habrás adivinado: es Sasuke Uchiha.
Kakashi tragó saliva y abrió mucho los ojos. Volvió a tragar. Naru nunca mentía, sabía que era brutalmente sincera, pera... ¿Sasuke Uchiha? ¿Ese hombre tan duro e implacable y su reportera de aspecto frágil y mirada risueña?
-¿Por Dios, Naru, ese hombre podría ser tu padre! -dijo con brusquedad.
Naru soltó una carcajada.
-¡Claro que no! Sólo me lleva diez años. Yo tengo veintiséis, no dieciocho. En fin, quería qué supieras por qué necesito que me mandes fuera. Cuanto más lejos esté de Sasuke, mejor. Llevamos siete años separados, pero lo cierto es que sigue siendo mi marido, y las relaciones personales en el trabajo pueden llegar a ser problemáticas.
Kakashi la miraba con incredulidad, aunque sabía que lo que decía era verdad. Le resultaba difícil de creer. ¿Naru?, ¿la pequeña Naruko Namikaze con ese hombretón? Tenía el aspecto de una cría, vestida toda de azul y con su trenza por la cintura.
-¿Qué pasó? -preguntó.
Ella se encogió de hombros. -Que se aburrió de mí.
-¿Que se aburrió de ti? -ahora sí que no la creía-. ¡Anda ya!
Ella se volvió a reír.
-En esa época no era la que soy ahora. Era un ratoncito acobardado, no me extraña que Sasuke se largara. Yo no soportaba que su trabajo lo obligara a ausentarse de mi lado. Me angustiaba muchísimo y luego se lo echaba todo en cara; y al final acabó marchándose. No lo culpo, lo raro es que me aguantara tanto tiempo.
Kakashi sacudió la cabeza. Le resultaba imposible imaginarse a Naru tímida. A veces pensaba que incluso era demasiado temeraria. Siempre estaba dispuesta a embarcarse en lo que fuera, y cuanto mayor era el peligro, más disfrutaba ella. No fingía. Cuando las cosas se ponían difíciles, se le iluminaba la cara y le brillaban los ojos.
-Vamos a ver -murmuró-. ¿Sasuke sabe que trabajas aquí?
-No creo -respondió alegremente-. Llevamos seis años sin ningún contacto.
-Pero seguís casados, así que tendrá que mandarte el dinero de la pensión... -se calló al notar la mirada ofendida de Naru y suspiró-. Has renunciado a la pensión, ¿verdad?
-En cuanto fui capaz de mantenerme yo solita. Cuando Sasuke se marchó tuve que empezar a buscarme la vida, y me fui curtiendo. Me gusta ser independiente.
-Pero ¿no le has pedido el divorcio?
-Bueno..., no -admitió, arrugando la nariz, algo confundida-. Nunca he querido volver a casarme, y supongo que a él le ha pasado lo mismo, así que no hemos llevado las cosas hasta el final. Seguramente a él le viene bien estar casado; así siempre tendrá una excusa para librarse de las admiradoras que quieran llegar más lejos.
-¿Y a ti te molesta tener que encontrarte con él? -preguntó Kakashi sin rodeos, más preocupado de lo que estaba dispuesto a admitir con la idea de que Naru fuera la mujer de Uchiha.
-¿Con Sasuke? Hace mucho que lo superé -reconoció con toda sinceridad-. No me quedaba otro remedio, tenía que sobrevivir. A veces, incluso me parece irreal haber estado..., bueno, estar casada con él.
-¿Y a él?, ¿le molestará tener que volver a verte? -insistió Kakashi.
-Por el lado emocional, desde luego no.
Para él también debe estar todo olvidado. Al fin y al cabo, fue el que se marchó. Pero Sasuke tiene su carácter, y a lo mejor no le hace gracia que su mujer trabaje para él, ni siquiera con diferente apellido. Y tal vez no le guste tenerme cerca, le parezca que puedo cohibirlo. No tengo intención de meterme en su vida personal, pero eso él no lo sabe. Así que, como ves, sería una buena idea que me mandaras por ahí a cubrir algo para no ponerme a tiro de Sasuke, al menos al principio. No quiero perder mi trabajo, coronó su perorata con una sonrisa y Kakashi sacudió la cabeza.
-De acuerdo -murmuró-, te encontraré algo. Pero si llega a descubrir que eres su mujer, yo no sé nada del asunto.
-¿De qué asunto? -preguntó ella haciéndose la sorda, y Kakashi no pudo contener la risa.
Naru sabía bien que era mejor no agotar la paciencia de su jefe, así que se despidió.
-Gracias -dijo llevándose una mano al corazón, y se marchó a su mesa.
Gaara había desaparecido y estaba relativamente a solas, aunque sólo una mampara separaba su cubículo de los demás y el repiqueteo de los teclados y el murmullo de voces le llegaban con la misma nitidez que si nada se interpusiera entre ella y el resto de la redacción.
Cuando Gaara regresó con una taza de café humeante, ya se sentía más relajada. La promesa de Kakashi de ayudarla a desaparecer del mapa había calmado su ansiedad. Terminó de escribir el artículo en el que estaba trabajando y se sintió satisfecha del resultado. Le gustaba redactar, organizar ideas. Experimentaba una satisfacción casi sensual cuando remataba una frase a su gusto.
A las diez en punto el murmullo de conversaciones se apagó de repente y se oyeron algunos susurros. Sin necesidad de levantar la vista, Naru comprendió que Sasuke había llegado. Con precaución, bajó la cabeza e hizo como si buscara algo en el cajón de su mesa. Al cabo de unos instantes, el murmullo recuperó su volumen de costumbre, lo cual significaba que Sasuke se había marchado tras echar un vistazo rápido.
-¡Dios santo! -una voz de mujer se alzó por encima de las demás-. ¿Os dais cuenta? Semejante pedazo de hombre... ¡soltero!
Naru sonrió levemente al reconocer la voz de Ino Yamanaka, una exuberante y sexy administrativa con más boca que cerebro. Aun así, no cabía duda de que Ino tenía razón en lo que se refería al físico de Sasuke. Naru sabía tan bien como cualquiera el efecto que su marido causaba en las mujeres.
Quince minutos más tarde su teléfono sonó y ella se abalanzó para contestar, un gesto que hizo que Gaara la mirara con asombro.
-Lárgate, Kitsune del edificio -murmuró Kakashi-. Va a darse una vuelta para saludar a todo el mundo. Vete a casa. Intentaré mandarte a alguna parte esta noche.
-Gracias -respondió, y colgó. Se puso de pie y agarró el bolso-. Hasta luego -dijo a Gaara.
-¿Vuelas, Kitsune? -preguntó, como siempre hacía.
-Eso parece. Kakashi me ha dicho que vaya haciendo el equipaje -agitó la mano en señal de despedida. No quería entretenerse, Sasuke estaba de camino.
Vió al pasillo y el corazón casi se le paró cuando las puertas del ascensor se abrieron y apareció Sasuke acompañado por tres hombres a los que no conocía y por el antiguo propietario de la revista, el señor Owen. En lugar de avanzar hacia ellos, se dirigió a las escaleras, cuidando de mantener la mirada baja y la cabeza ligeramente inclinada hacia delante, pero notó que Sasuke se paraba y la miraba. El pulso se le aceleró y bajó las escaleras sin vacilar. ¡Por los pelos!
Encerrada en su apartamento, esperando que Kakashi la llamara, casi se vuelve loca de impaciencia. Caminó durante un rato de arriba abajo; luego, trató de quemar energías limpiando el frigorífico y ordenando armarios. Ninguna de las dos cosas le llevó mucho tiempo, ya que no tenía ni demasiada comida ni muchos cacharros que ordenar. Por fin encontró la manera perfecta de matar el tiempo: haciendo la maleta. Le encantaba hacer el equipaje, seleccionar lo fundamental y guardarlo en la bolsa de viaje: la libreta de notas, lápices y bolígrafos, una grabadora, un diccionario muy sobado, varios libros de bolsillo, un sacapuntas, una calculadora, pilas de repuesto y una linterna. Esos objetos indispensables la acompañaban donde quiera que fuese.
Acababa de guardarlo todo en su sitio cuando sonó el teléfono y, al descolgar, oyó la voz de Kakashi, anunciándole que ya tenía un reportaje para ella.
-Es lo mejor que he podido encontrar, al menos te permitirá marcharte de Nueva York -gruñó-. Tienes una reserva en un vuelo a Washington mañana por la mañana. La mujer de un senador está haciendo mucho ruido. Un asunto de información confidencial en una fiesta en la que todos habían bebido demasiado.
-Suena bien -comentó Naru.
-Voy a mandar a Shikamaru Nara contigo -continuó Kakashi-. Habla con la mujer del senador. Es lo más que podrás acercarte al general. Le daré a Shikamaru un resumen sobre el tema para que lo hojees. Os encontraréis en el JFK a las cinco y media.
Ahora que sabía adónde se dirigía, Naru podía terminar de hacer el equipaje. Metió varios vestidos de corte convencional y un traje de chaqueta pantalón. No era su ropa preferida, pero tenía la sensación de que un atuendo modosito haría que la mujer del senador se sintiera más cómoda durante la entrevista y confiara en ella...
Como de costumbre, le costó conciliar el sueño. Siempre le ocurría lo mismo la noche previa a un viaje. Prefería tener que ir corriendo de la redacción al aeropuerto, sin tiempo para pensar ni preocuparse por que todo Kitsuneiera bien, sin tiempo para preguntarse qué pasaría si Sasuke la reconocía...
Shikamaru Nara, el fotógrafo, la estaba esperando en el aeropuerto a la mañana siguiente, y mientras se acercaba, sonriente y Kitsuneudándolo con la mano, él se puso de pie como si le costara. Le devolvió una sonrisa somnolienta y se inclinó para darle un beso en la frente.
-Hola, preciosa.
La voz, perezosa y grave, hizo sonreír aún más a Naru. Le gustaba Shikamaru. No se alteraba por nada, nunca tenía prisa. Era tan tranquilo y relajado como un lago. Incluso relajaba mirarlo. Tenía los ojos marrones y el pelo castaño, y una boca firme pero no obstinada. Su expresión era serena. Y lo más importante de todo, no intentaba ligar con ella. La trataba con cariño, como a una hermana menor, y era protector a su modo, pero nunca le había hecho una insinuación ni le había dado a entender que se sintiera atraído por ella. Era un alivio, porque Naru no tenía tiempo para historias románticas.
En la miró de arriba abajo y alzó las cejas.
-Eh ...¿Tú con vestido? -dijo con voz ligeramente asombrada, lo cual quería decir que estaba perplejo-. ¿A qué se debe tanta elegancia?
Naru sonrió de nuevo.
-Nada, cuestión de formas -afirmó-. ¿Kakashi te ha dado el sobre que me prometió?
-Sí, no te preocupes. ¿Has facturado la bolsa?
-Sí -asintió. En ese momento anunciaron por megafonía la Kitsuneida de su vuelo y ambos fueron a pasar por el detector de metales para entrar en zona de embarque.
Durante el vuelo, Naru leyó con atención el informe que le había preparado Kakashi. Teniendo en cuenta el poco tiempo del que había dispuesto para redactarlo, había incluido muchos detalles y Naru se concentró en analizar las distintas posibilidades. No era el tipo de reportaje que hacía habitualmente, pero Kakashi le había dado lo que tenía y ella le devolvería el favor haciendo su trabajo lo mejor posible.
Cuando llegaron a Washington y se instalaron en el hotel, hacerlo «lo mejor posible» ya no le parecía suficiente. Mientras Shikamaru se echaba en un sillón y se ponía a hojear una revista, Naru llamó a la mujer del senador para confirmar la entrevista de esa tarde. Le dijeron que la señora Bailey lo sentía, pero que no podía ver a ningún periodista ese día. Era un modo educado de quitársela de encima, y Naru se enfadó. No tenía la menor intención de fracasar con el reportaje que Kakashi le había encargado.
Se pasó una hora al teléfono y utilizó todos sus contactos, pero al cabo de ese tiempo había logrado entrevistar a la anfitriona de la «fiesta de los borrachos» en la cual se suponía que el general había revelado información confidencial. Lo negó todo con vehemencia, excepto que tanto el general como la señora Bailey estaban presentes la noche en cuestión, pero cuando la indignada anfitriona murmuró de pasada «todo se acaba pagando», Naru empezó a darle vueltas a la idea de si la señora Bailey no sería una mujer despechada.
Era una posibilidad. El general era un hombre apuesto, distinguido, de pelo gris y ojos vivaces. Después de charlarlo con Shikamaru, que se mostró de acuerdo con su teoría, decidieron explorar aquel punto de vista.
Cuarenta y ocho horas más tarde, cansados pero satisfechos, volaron de regreso a Nueva York. Aunque ninguno de los protagonistas, ni el general ni la señora Bailey, por supuesto, habían querido confirmar su teoría, estaba segura de que el despecho era la razón por la que ésta última había acusado al primero de cometer una indiscreción. Habían rastreado la ciudad y encontrado varios restaurantes a los que el general solía acudir acompañado de una mujer atractiva que coincidía con la descripción de la señora Bailey. El esposo de ésta había anulado inesperadamente un viaje al extranjero para quedarse con su mujer. A su vez, la mujer del general, que había adelgazado diez kilos y se había teñido de rubio el pelo canoso, aparecía de pronto junto a su marido más de lo habitual. También estaba el hecho de que nadie más había corroborado la acusación de la señora Bailey, nadie había confirmado su historia y, sobre todo, el general no había sido cesado a pesar del escándalo en la prensa.
La noche anterior, Naru le había contado todo eso a Kakashi por teléfono y él se había mostrado de acuerdo. El artículo debía aparecer en el número de esa semana, así que apenas le había quedado tiempo para escribirlo y entregarlo.
Kakashi no hizo ningún comentario sobre el tema Sasuke, dijo sólo que a éste «le gustaba mover las cosas de sitio», y ella dedujo que estaba haciendo cambios. Habría preferido que la mandaran a investigar otra noticia inmediatamente, pero no había nada, y ella tenía que volver para escribir el informe y rellenar la hoja de gastos. Afortunadamente, ya era fin de semana y todavía le quedaban por delante dos días antes de tener que volver a la oficina.
El lunes por la mañana, llegó a trabajar con nervios en el estómago, pero para alivio y asombro suyo, el día pasó sin que su marido apareciera por la redacción, aunque todo eran rumores sobre los cambios que iba a hacer en el formato de la revista. Ella evitó subir a los pisos superiores, incluso cuando se le ocurrió una idea que debía consultar con Kakashi. En lugar de ir a verlo, lo llamó por teléfono, y Gaara comentó que nunca la había visto quedarse tanto tiempo en un mismo sitio.
El martes fue igual. Era el día que la revista llegaba a los quioscos y Kakashi la llamó para felicitarla.
-Acabo de hablar con Sasuke -le soltó. Ahora se refería a él de ese modo-. El senador Bailey lo ha llamado a casa esta mañana.
-¿Estoy despedida? -preguntó Naru.
-No. El senador se lo ha contado todo y nos va a dar una nota en la que su esposa se retracta de las acusaciones al general. Has dado en el blanco, preciosa.
-¡Lo sabía! -exclamó alegremente-. ¿Puedo hacer algo más?
-Sólo tener cuidado. Conozco a varios editores furiosos porque hayas sido tú la única en darte cuenta de lo que cualquiera habría podido ver.
Ella se rió y colgó, pero saber que su intuición había funcionado la dejó flotando para el resto del día. Shikamaru se pasó a verla, a la hora del almuerzo y le propuso que fueran a comer un sándwich. Había una pequeña cafetería en el edificio. Tenía sopas, sándwiches, café y refrescos para los que no podían Kitsuneir a comer fuera, pero la exigua oferta era más que suficiente para ella. Se sentó con Shikamaru a una mesita y hablaron de trabajo mientras tomaban dos cafés bien cargados.
Justo cuando estaban acabando, surgió un murmullo de las otras mesas y la nuca de Naru se puso tensa.
-Es el jefe -la informó Shikamaru con naturalidad-. Con su chica.
Naru apenas podía reprimir deseo de volver la cabeza. Por el rabillo del ojo vio que las dos figuras recorrían la barra de la cafetería y elegían su almuerzo.
-Me pregunto qué hacen aquí -murmuró Naru.
-Testar el servicio de cafetería -respondió Shikamaru, y volvió la cabeza para mirar directamente a la acompañante de Sasuke-. Ha revisado y testado todo lo demás, no sé por qué iba a pasar por alto la comida. Ella parece conocida, ¿Te suena?
Naru achicó los ojos y se concentró en examinar a la mujer, aliviada por no tener que mirar a Sasuke.
-Tienes razón, es conocida. ¿No es Sakura Haruno, la modelo? -estaba casi segura de que era ella. No había muchas pelirosa.
-O sea, que es ella -gruñó Shikamaru.
Entonces Sasuke se dio la vuelta. Su bandeja se balanceaba mientras se dirigía a una mesa y Naru se apresuró a bajar la mirada, pero casi se queda sin respiración. No había cambiado. Seguía estando ágil y en forma; el mismo pelo, igual de negro, y la misma expresión sardónica en su rostro de facciones marcadas, curtido por el sol. La mujer que lo acompañaba era todo lo contrario: muy rosadita y pálida.
-Vamos -dijo en voz baja a Shikamaru mientras se ponía de pie. Notó que Sasuke volvía la cabeza hacia ella y se giró cuidadosamente para darle la espalda sin que pareciera que estaba huyendo. Shikamaru la siguió, pero ella notaba que Sasuke la observaba mientras veían de la cafetería. Era la segunda vez que se quedaba mirándola fijamente. ¿La habría reconocido? ¿Por la manera de andar?, ¿por el pelo? La trenza era muy llamativa, pero no quería cortarse el pelo. Entonces sí que resultaría reconocible...
Cuando volvió a su mesa, todavía estaba alterada, debido, sobre todo, al modo como había reaccionado ante la aparición de Sasuke. Ningún hombre la había atraído tanto como él y, para consternación suya, parecía que la situación seguía siendo la misma. Sasuke era muy masculino, irradiaba una sensación de fortaleza que lograba que se le acelerara el pulso e, inevitablemente, la llevaba a rememorar las noches que había pasado en sus brazos. Tal vez emocionalmente lo hubiera superado, pero la atracción física entre ellos seguía siendo tan fuerte como antiguamente, y eso la hacía sentirse vulnerable.
Contra su costumbre, levantó el auricular y llamó a Kakashi, pero éste había ido a comer y ella colgó con un suspiro. No podía quedarse allí sentada, su naturaleza le pedía actuar, hacer algo. Por fin, garabateó una nota para Gaara en la que le pedía que le dijera a Kakashi que le dolía mucho la cabeza y que se iba a casa. Kakashi entendería que era una excusa; Gaara, no.
Detestaba huir de las cosas, pero sabía que necesitaba reflexionar sobre el modo como había reaccionado al ver a Sasuke, y fue lo que hizo cuando llegó a casa. ¿Sería sólo porque era su marido, porque era el único hombre con el que se había acostado? Nadie la había atraído nunca tanto como él. ¿Sería la costumbre? Esperaba que se tratara de eso y, cuando cayó en la cuenta de que no había sentido ni siquiera un cosquilleo de celos al ver a Sakura Haruno, respiró aliviada. Era la prueba de que había superado lo de Sasuke. Lo que sentía era la pura y simple atracción física entre un hombre y una mujer que se encontraban mutuamente deseables. Era lo suficientemente madura para controlar esa sensación, como los siete años anteriores confirmaban.
El teléfono sonó a media tarde.
-¿Qué ha pasado? -inquirió Kakashi sin preámbulos.
-Sasuke y Sakura Haruno han aparecido en la cafetería cuando Shikamaru y yo estábamos allí -explicó sin vacilar-. No creo que Sasuke me haya reconocido, pero se quedó mirándome. Es la segunda vez que hace lo mismo, quedarse mirándome fijamente, así que pensé que era mejor que me marchara -ésa no era exactamente la razón, pero era una buena excusa. ¿Por qué contarle a Kakashi que ver a Sasuke de cerca la había alterado?
-Has hecho bien -Kakashi suspiró-. Vino a mi oficina poco después de que Gaara me trajera tu nota. Quiere conocerte, eres el único periodista al que no conoce personalmente. Luego me pidió que le hiciera una descripción de ti y puso una cara rara.
-Ay, no -gimió-. Si se ha olido algo, no parará hasta descubrir lo que ocurre -dijo con un gesto de disgusto-. Es rápido como una serpiente. ¿Te ha preguntado de dónde soy?
-Será mejor que estés preparada, preciosa. No, no me lo ha preguntado, pero me ha pedido tu número de teléfono.
-Vaca sagrada -volvió a gemir-. Gracias por todo. Si Sasuke lo descubre todo, borraré las huellas, no te preocupes.
Kakashi colgó y ella empezó a ir de un lado a otro del salón, esperando que el teléfono sonara de nuevo. ¿Qué le diría? ¿Debería tratar de disfrazar su voz? Oscureció y la tan esperada llamada no se produjo, así que se dio un baño y se acostó. Pero fue una noche inquieta y sólo logró conciliar un sueño profundo a primeras horas de la mañana.
La despertó el timbre insistente del teléfono. Al principio pensó que era el despertador e intentó apagarlo, pero el ruido seguía. Cuando por fin se dio cuenta de dónde procedía, se abalanzó sobre el teléfono y, con las prisas, el aparato se precipitó al suelo. Lo levantó tirando del cordón y al fin pudo llevarse el auricular a la oreja.
-¿Sí? -murmuró con voz espesa.
-¿Señorita Uzumaki? -preguntó una voz grave, profunda. Había un punto de ronquera en esa voz que le hizo sentir un hormigueo, pero estaba demasiado dormida para percatarse de eso.
-Soy yo -respondió ahogando un bostezo-. ¿Quién llama?
-Soy Sasuke Uchiha -dijo la voz, y ella abrió los ojos de golpe-. ¿La he despertado?
-Pues sí -respondió, incapaz de pensar en ninguna frase educada para tranquilizarlo. Una sonora carcajada al otro lado de la línea la hizo temblar-. ¿Ocurre algo, señor Uchiha?
-No. Sólo quería felicitarla por el trabajo de Washington. Es un buen reportaje. En algún momento, cuando esté libre, pase por mi despacho para que charlemos un poco. Creo que es el único periodista de plantilla al que aún no conozco, y es de los mejores.
-Yo... eh ... Me-me pa-a-saré -tartamudeó-. Gracias, señor Uchiha.
-Sasuke -corrigió él-. Prefiero que los empleados me llamen por mi nombre de pila y me traten de tú. Y por cierto, siento haberte despertado, pero deberías estar levantada si pretendes llegar al trabajo a tu hora -soltó otra carcajada, se despidió y colgó.
Naru dio un respingo y miró el reloj. ¿Cómo se le había hecho tan tarde? Iba a llegar con retraso si no se daba prisa, ¡pero Sasuke podía esperar sentado si esperaba que fuera a verlo a su despacho!