Ahora Pablo abrazó a su amigo.
—Gracias por protegerla, tío —le pegó una patada a la acera y se maldijo—. Si yo hubiese estado allí, te juro que lo hubiese matado.
—No esperaba menos —se rio y siguió relatándole como acabó todo.
—¿Lo denunciasteis? —nos preguntó.
—No, no sé si Carlota lo hizo —respondí.
—Eso debiste de hacerlo tu —me informó Pablo.
—Con la situación que había no podíamos esperar a hacerlo Pablito, si hubiese ido la policía la hubiesen metido presa —dijo una verdad como una catedral—. De hecho, ahora mismo hasta la podrían estar buscando.
—Dios no lo quiera —recé para mis adentros.
—Es verdad, por lo que me habéis dicho. Tenéis el video de prueba, ¿dónde está? —me miró.
—Lo tiene Carlota —le informé.
—Pues envíale un mensaje y que te lo envíe, seguirme —cogió una de mis maletas y empezó a arrastrarla hasta su coche.
Félix y yo nos miramos, lo seguimos y nos acercamos hasta dónde estaba. Pablo abrió su coche, metió mi maleta y ayudó a que Félix hiciese el resto. Luego, me abrió la puerta del acompañante para que me subiera y le hice caso, nuestro amigo hizo lo mismo pero en los asientos traseros. Una vez estaba Pablo dentro, arrancó y empezó a conducir.
—¿A dónde vamos? —le preguntó Félix.
—Ahora lo veréis, Indira haz que te envíe el vídeo ahora —me mandó a que hiciera.
Asentí y le envié un WhatShAap a mi amiga, de inmediato me respondió y me lo envió sin preguntar nada. Durante lo que duró el trayecto, hablé un rato con ella y le expliqué lo que estaba pasando y que íbamos a un lugar que aún no sabíamos ni Félix ni yo.
—Me estás preocupado —le dijo mi amigo a Pablo.
—Tranquilo, todo irá bien —giró por una esquina y aparcó en frente de la policía local.
Félix y yo nos quedamos helados. Estábamos llenos de pánico por lo que pretendía hacer Pablo. No podía hacerlo no podía meterme en la boca del lobo, él no.
—¿Pero... estás loco? ¿No ves que la pueden meter presa por dejarlo allí? Y lo mejor de todo, yo también joder —noté como lo miraba aterrorizado.
Pablo se bajó del coche y nos abrió a los dos la puerta.
—Salid.
Félix me miró asustado y con la mirada con un toque de suplica.
—No te bajes del coche, Indira —me suplicó—. ¿Cómo te atreves a hacernos esto? ¿No eras nuestro amigo?
—No es lo que creéis, hacerme caso —insistió.
—Claro, para eso nos traes hasta aquí —apretó los dientes—. De paseo, ¿no? No me jodas, chaval.
Félix salió del coche y se encaró con él.
—¿Qué pretendes? ¿Arruirnarle la vida? —le reprochó. Nunca pensé que ibas a ser capaz de esto. Si lo sé no te digo nada —bufó.
—¡Joder! —exclamó Pablo—, parece mentira que no me conozcas. ¡Nunca le haría eso!
—¿Entonces qué es lo que quieres hacer? —le pregunté mirándole a los ojos. Quería descifrarlo y ver en su mirada si su cometido era el hacerme daño. Me importaban tres pepinos lo que sucediera si él quería verme injustamente en la cárcel. No le iba a dar el gusto porque estaba dispuesta a luchar por él.
—Tengo un amigo en la policía, ¿vale? Vamos a ir juntos a denunciarlo —suspiró al decirlo.
—Pero pueden meterme presa —lo miré con mucho miedo—. Además, eso pasó anoche. ¿Ahora que van a hacer?
Salí del coche —dejando dentro la bolsa y cogiendo mi bolso— y me acerqué a él después de cerrar todas las puertas. Pude observar también, como me miraba sin aprobar mi acto mi amigo y compañero de trabajo.
—Mucho, con el vídeo vais a quedar impunes —intentó no caer derrotado después de tanta negativa—. Venid conmigo.
Cerró el coche Pablo y dio un paso hacia adelante.
—No lo sigas —me avisó—. Es que joder, me vais a hacer arrepentirme de traértela —miró con furia a Pablo.
—Confiad en mi, ¡cojones! —me cogió de la mano y me llevó dentro del edificio. Al mirar hacía atrás vi como me seguía Félix.
—Si caemos, será juntos —me susurró y Pablo lo escuchó.
Pablo se dirigió con nosotras a la oficina del amigo. Nos sentamos y tuve que declarar, relaté todo lo ocurrido y luego Félix narró la situación donde estaba con mis amigas y el momento que entró, el policía sin dudarlo mandó una orden de arresto y nos hizo firmar unos papeles —previamente le adjuntamos el vídeo como prueba para apoyar y ayudar con el veredicto—, tras hacer esto llamó a un médico forense y este me valoró los daños que me hizo el canalla. A Félix y a mi nos declararon inocentes y quedó constatado en que actuamos en defensa propia, tendríamos que esperar a que nos llamaran para presentarnos a juicio y esperar a una sentencia.
Una hora después salimos de la policía y nos dirigimos hacia el coche.
—Bueno, yo me voy despidiendo ya —Pablo y yo lo miramos—. Voy a coger un taxi y me voy al aeropuerto para coger el primer avión que me devuelva a mi tierra.
—De eso nada, vosotros no os vais —se dirigió a su amigo—. Esta noche la pasáis en mi casa.
—Ella si, yo no —rebatió Félix—. Muero por ver a mi niña, aquí ya hice todo lo que tenía que hacer.
—Pero puedes irte mañana —intervine para que no se fuese esta misma noche—, además no te cogiste horario. ¿Qué mas te da irte mañana?
—No insistáis —me abrazó y luego lo cogió por banda a él.
—¿Tu también te vas? —me miró con la mirada triste y confundida.
—No, yo cogeré habitación en algún hotel —conversé y mi amigo me miró en desacuerdo.
—Ni hablar, te vienes a mi casa —dijo firme.
Hice una mueca y vi como Félix se reía, le di un codazo por ser tan insensato y le saqué la lengua.
—No, iré a un hotel —insistí—. No quiero molestar.
—Te vienes conmigo y punto.
—Eso, imponte y llévate a la fiera que menuda como dejó al hijo de puta —sonrió maliciosamente. Lo dejó hecho un mapa, pero bien merecido se lo tenía.
—Y lo volvería a hacer si me lo encontrase de frente —inquirí.
—Así se habla —me apoyó Pablo—. Vamos, te llevamos.
—No quiero molestar, iré en taxi —y la burra volvió al trigo.
—Otro igual, o te metes en el coche o te pego una patada que te envío volando a Fuerteventura —espetó seriamente.
—Joder, qué carácter —replicó Félix.
—Es que los dos me salís con lo mismo, macho —una vez abierto el coche, me abrió la puerta.
Le agradecí con la mirada y me senté en mi asiento. Félix entró al coche también y por último lo hizo Pablo —cuando ya estaban todas las puertas cerradas y él en el interior—. Arrancó el coche y en un tiempo después, nos encontrábamos en la terminal del aeródromo. Ya tenía el billete comprado y estábamos esperando a que entrase a embarcar.
—Quédate, porfa —le pedí a mi gran amigo no, a mi hermano—. Es de noche y no quiero que viajes solo.
—Pero si son las nueve de la noche, exagerada —sonrió,
—Aún puedes anularlo —lo animó Pablo—. En mi casa puedes quedarte, ¿eh?
—No, que no quiero que me muerdas —bromeé—. Antes menudo te has puesto.
—Pues anda que tú, que parecías el hermano mayor de Indira.
Al ver que el buen rollo volvió, suspiré aliviada y un poquito feliz.
—Es que lo es —me estrechó entre sus brazos—. Cuídala mucho y trátala bien que sino viene el hermano mayor y te ahoga en la charca.
—Qué si, pesado —asintió y noté como me miraba un poco más relajado como las anteriores veces.
—Te debo una disculpa —sin soltarme lo unió a nosotros y los tres nos abrazamos—. Gracias por defendernos y ayudarnos con la policía. Si tu no lo hubieses hecho, seguro hubiésemos salido mal parados.
—Si ahora, después de como se puso la fiera —se carcajeó.
—Gracias por hacer esto por nosotros, por mi —miré a Pablo agradecida.
—El «irresistiblemente castaño» tiene su lado bueno, hermana —me guiñó—. No, enserio gracias por hacer todo eso por nosotros.
—¿Irresistiblemente castaño? —nos miró divertido—. ¿Ese soy yo?
—No, es otro castaño que conocimos en el avión —bromeó Félix y yo le di la razón.
—Asi es, es otro que estaba de toma pan y moja —me reí y me gustaba el ambiente que se había producido—. Como Jose Balvín dice: Ella tiene maldad, ella tiene una diabla guardá, loco por darle una nalgá' que la deje marcá'. Lo prende, al frente de los guarda'. Esa tipa es una descará'.
—Muy cierto todo, si hubiese sido hembra me lo tiraba con la mirada —se cachondeó. Nos miramos los tres y nos reímos. Todavía pude notar entre sombras esas ganas locas y el deseo que se estaba guardando detrás de esa fachada de tipo duro, Pablo—. Míralo como nos fusila con la mirada el celoso.
—Ya ves, qué rico estaba el cabronazo —miré en la forma que tenía el ceño fruncido Pablo y aproveché mi nuevo comentario para picarlo otra vez—. Ahora vengo —«Daría todo lo que tengo por que estuviese celoso ahora mismo».
Entré en una hamburguesería. Esos cuatro ojos no dejaron de mirar mi recorrido hasta que no desaparecí. Lo sabía y le compré un menú con hamburguesa, coca cola y patatas a Félix, le adjunté como complemento un donut de postre. Pagué todo y salí del establecimiento.